Somos una revista independiente que sobrevive gracias a tu apoyo. ¿Quieres ser parte de este proyecto? ¡Bríndanos un café al mes!

Homofobia

Estoy entristecido –decepcionado, mejor dicho. Luego de la declaración universalmente recibida de que en los Estados Unidos el matrimonio homosexual ha sido legalizado, leo que varios amigos de mis padres –venezolanos que emigraron al Norte en busca de mejores condiciones de vida– escriben en Facebook comentarios que rechazan la moción. Que si la biblia dice esto, que si lo natural es aquello. Uno podría pensar que, en condición de minorías, las comunidades hispanas naturalmente aplaudirían tal avance en materia social; pero parece que la rigidez de las tradiciones y el hermetismo de las sub-culturas, en ciertos casos, se impone.

No soy de los que piensan que Hispanoamérica está sumida en un atraso garrafal. Suelo creer, más bien, que tal es una visión sumamente prejuiciosa, propia de quienes comparan las costumbres del Sur, recopiladas sin delimitación alguna, con una compilación todavía más arbitraria de países primermundistas. Propia, más aun, de quienes suelen pasar por alto la literatura y las historias de los países hispanos. Sin embargo –y me restrinjo a Venezuela–, me cuesta negar que queda cantidad de pasos por dar. Alguna vez el crítico literario Ángel Rama dijo que la cultura venezolana era sobre todo provinciana; la acotación particularmente cobra validez en este tema.

Se me hace lógico pensar que la homofobia que permea ciertos sectores de la sociedad venezolana está ligada a la figura del caudillo. En efecto, la visión del hombre fuerte, recio que ha de gobernar la familia, la comunidad y el país sigue en boga. Desde los inicios de nuestra historia republicana, se habla de un Bolívar o un Miranda que, además de llevar un proyecto nacional con fiereza, poseían la virtud de la promiscuidad. Lo mismo se podría decir sobre Carlos Andrés Pérez y Jaime Lusinchi, presidentes bastante cercanos del siglo pasado. Además, la fuerte influencia que han tenido las creencias católicas en el país –tomada, creo yo, por las clases más favorecidas como dogma; por las menos como superstición– también tienen gran relevancia en el tema. Por más cruel que parezca, me imagino que en el imaginario colectivo venezolano, hombres como José Balza o Boris Izaguirre constituyen un escupitajo en los rostros de nuestros oh-tan-machos próceres y de Jesucristo.

Aunque tal vez esté siendo muy radical. Noto que en las universidades del país los homosexuales son progresivamente acogidos con normalidad: si bien nunca falta el estudiante que no está de acuerdo y reduce a la comunidad LGBTI a una mariquera, parejas de hombres o mujeres pueden ser vistos agarrados de las manos y hablando libremente de su vida sexual con sus amistades, y conversatorios liderados por personalidades como Tamara Adrián suelen darse dentro de estos espacios. Asimismo, hasta el día de hoy no ha habido un verdadero debate político, trascendental sobre el tema. Voceros del gobierno y de partidos opositores como Voluntad Popular reiteran su apoyo a la comunidad hoy día, pero sus comentarios pierden vigencia cuando diversos personajes de los mismos sectores expresan de manera despectiva el pertenecer a ella.

Me gustaría pensar que, por como se ha manejado la cuestión estos últimos dos siglos –como producto de estos últimos dos siglos–, en Venezuela esta no se ha tomado en serio porque faltan superarse una serie de problemas más urgentes. Si nos rigiésemos por la clásica pirámide de Maslow, tendría sentido que, en un país tan devastado, vale primero buscar cómo resolver la crisis económica o los niveles absurdamente altos de inseguridad antes que determinar los derechos individuales de cada quien. De tal manera, un futuro esperanzador podría dilucidarse detrás de las faldas del Ávila. Veríamos entonces que los comentarios mencionados al inicio de este texto, así como las alabanzas a un héroe que, a modo de genocida, declaró justa la muerte de toda una población extranjera –inocente o no–, son consecuencia de unos valores que han sobrevivido más tiempo de lo debido.

Hey you,
¿nos brindas un café?