Somos una revista independiente que sobrevive gracias a tu apoyo. ¿Quieres ser parte de este proyecto? ¡Bríndanos un café al mes!

Homicidas, magos y gobernantes

Hace algunas semanas Cristopher Chávez, alias ‘Desalmado’, asesinó en Colombia a cuatro niños de 17, 14, 10 y 4 años de edad. Por ejecutar este crimen atroz, el criminal y sus cómplices (Edison Vega García y Jainer Antonio Urueña) recibieron de la autora intelectual, Luz Mila Artunduaga, alrededor de $200 dólares. Este no es el primer crimen de Cristopher Chávez  quien en 2004 había sido condenado a 40 años de cárcel por la violación y homicidio de una mujer en 1998. Gracias a los beneficios de la ley colombiana, este asesino recuperó la libertad después de 10 años y de inmediato volvió a dedicarse al homicidio. Este tipo de casos se repiten a diario en Colombia y en toda Latinoamérica. Otro ejemplo tristemente memorable es el caso de Javier Velasco Valenzuela que en 2012 violó, empaló y asesinó a Rosa Elvira Cely. Velasco Valenzuela, al igual que Chávez, ya había violado y asesinado a por lo menos una mujer más en 2002. El día de hoy, marzo 6 de 2015, fue capturado John Andry Rafael que asesinó a puñaladas a la profesora Mónica Bravo. Este homicida tiene también antecedentes criminales.

Latinoamérica vive el azote constante del crimen común. El hurto, el secuestro, el abuso sexual y el homicidio han afectado de una manera u otra a cada uno de sus ciudadanos. Sin duda, no hay una sola familia latinoamericana que no haya sido víctima de una forma atroz de violencia. No obstante, aunque la impunidad llega a niveles del 95%, cuando el crimen alcanza relevancia mediática y se hace ‘viral’ en las redes sociales, los gobiernos se aseguran de que los criminales enfrenten por lo menos el remedo de justicia que les permitirá volver a asesinar después de un corto paso por la cárcel. 

La corrupción política es el correlato del crimen común. Los políticos latinoamericanos como los magos o ilusionistas saben manejar muy bien la atención del público. El mago nos pide concentrarnos en el pañuelo que tiene en la mano derecha mientras hace un cambio de cartas con la izquierda. 

¿Cómo puede explicarse la persistencia del crimen común y la impunidad rampante en Latinoamérica? Es obvio que la respuesta a este interrogante es tan compleja como la realidad del continente. No obstante, una de las causas puede ser el interés de las clases políticas por mantener la atención del ciudadano común concentrada en la supervivencia. El pueblo latinoamericano vive literalmente una odisea diaria en su lucha por salir de casa, ganarse la vida y regresar a salvo al hogar. Todas las noches, millones de personas se reúnen en sus hogares y comentan los encuentros y desencuentros con la muerte y el crimen que tuvieron durante el día. Siempre se menciona al hombre o la mujer que trató de robarlos, el hurto del que se fue testigo, el temor generado por la presencia de individuos sospechosos en una calle o en el transporte público. Otros cientos de miles no pueden mantener esa conversación porque al ser las víctimas del día tienen que ir al hospital o la morgue para buscar a los seres queridos que no lograron regresar a casa.

La realidad latinoamericana es tan cruel que ha llegado a insensibilizar a muchos. Recuerdo que en mis primeros viajes de regreso a Bogotá, algunos de mis amigos y familiares me increpaban por mi ‘cobardía’. ¿Qué te pasa? ¿Por qué tienes miedo? ¿No sabes que así ha sido siempre y si te sabes cuidar nada te va a pasar? Otros trataban de protegerme y se ofrecían a acompañarme a recorrer las mismas calles en las que crecí y en las que, como ellos, sobreviví a pesar de las circunstancias.    

En medio de estas reflexiones, lo que más me aterra es la certeza de que Cristopher Chávez, Javier Velasco Valenzuela y John Andry Rafael pronto saldrán de la cárcel y volverán a asesinar con la misma o más sevicia que en las ocasiones anteriores. ¿Cuántos casos más como los de estos criminales se requieren para que las cosas cambien en Latinoamérica? Honestamente creo que el número es irrelevante pues al parecer las clases políticas, como los magos, se benefician de la distracción del público que tiene que concentrarse en sobrevivir y no puede fiscalizar ni discutir los actos rampantes de corrupción en los gobiernos. La impunidad beneficia a los criminales que actúan sin dios ni ley como depredadores sangrientos y, de una forma proporcional, les permite a los políticos mantener una impunidad casi absoluta en sus propios casos de corrupción y peculado.  De vez en cuando, cuando la presión social (ahora manifestada en las redes sociales) es muy alta, los gobernantes salen a dar muestras de una justicia simbólica y esporádica que les permite justificar su puesto sin resolver los problemas. Las clases dominantes, como los monarcas mencionados por Foucault en su famoso libro Vigilar y castigar, se mantienen a salvo gracias a ejércitos privados o la protección especial cuyos costos drenan el presupuesto para proteger a los ciudadanos del común.

Hey you,
¿nos brindas un café?