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Para leer: “Historias para las posibilidades del músculo” de John Petrizzelli

Este reconocido cineasta venezolano recoge con el presente volumen, publicado en Caracas por Dahbar Ediciones, textos sobre sus experiencias y miradas por numerosas geografías, a modo de un cuaderno de viaje que le permite al lector compartir costumbres, hábitos y paisajes siguiendo las cartografías dibujadas por el autor. Aquí se privilegia la experimentación con el lenguaje, el uso de las técnicas de escritura automática y el encadenamiento metafórico para crear un “laberinto edificado a fuerza de muros verbales”, tal cual apunté cuatro décadas atrás al reseñar —mi primera reseña literaria— Negro lógico (1978), su único libro editado hasta hoy e incorporado a estas Historias.

Si bien Petrizzelli nunca dejó de escribir y en distintos momentos de su devenir a lo largo de los años me hizo llegar carpetas con sus trabajos, no ha sido sino hasta ahora que ha decidido reunir una selección de los mismos; con lo cual esta edición es también la expresión abierta de una pasión por la palabra y la confirmación de un dominio del oficio paralelo a su trabajo como realizador de cortos, documentales y largometrajes.

De hecho, el ojo del realizador no deja de estar presente en la construcción de estos espacios textuales, a modo de fotogramas que van encadenándose para conformar escenas donde lo sensual, lo violento, lo tragicómico y lo grotesco puntean el guion y enmarcan el desarrollo diegético en ambientes urbanos o naturales. La ciudad, las geografías marinas y selváticas, los desiertos y praderas devienen pulsión y vértigo de señalizaciones controladas por donde la escritura traza paneles hipergráficos que, a la manera de los sarduyanos, operan como compartimientos o divisiones dables de separar un texto de otro pero, simultáneamente, sirven de vasos comunicantes para que los mapas por él trazados sean la hoja de ruta puesta a orientarnos de Sumatra a Montevideo, de Daytona a Queens, de Xinjiang a un jardín hawaiano; escenarios estos en los que sus protagonistas actúan la película de la existencia.

“Letrina, el no tan joven adentro. Explosión, no es bambú pero es madera. Astilla en el ojo, en el bueno para la noche. Un Vietnam de vida fácil, solo porque es alegre a pesar de la sórdida crónica que delata al combatiente”, capta en “El bar”, cual si fuera el plano fijo de una toma, donde el resto de la escena estará en el fuera campo.

“El contrabando, la profesión de esta raza, trampa y espadas en el presente de cien loterías, las cien reinas aburridas de cada noche dando beneplácito al oficio, su santo. Todos nos divertimos, perfecto optimismo, en el baile donde mueren los zumbidos, extraña la danza que las cien reinas calcan para siempre al carbón”, recoge en “Disco Night”, como el plano de conjunto donde los oficiantes se reproducen a sí mismos desde los espejos que los multiplican para el espectador dentro y fuera del encuadre.

La “densidad estética”, que Armando Rojas Guardia cita en el prólogo, le permite al autor cohesionar las imágenes-fotogramas en un montaje cuya fragmentariedad deja apuntados los contenidos para que sea el lector quien termine de armar su personal film, invariablemente con un final abierto; porque nada en Historias debe ser definitivo ni acabado, siempre debe haber lugar para la ambigüedad y el misterio, cual recurso recurrente en la obra de Petrizzelli quien privilegia, también aquí, las voces marginadas del discurso central, ya sean las sexualidades otras o los desclasados, desarraigados y los espíritus libres de ataduras morales y materiales.

“Me gusta contar las historias de los personajes que viven al margen de la sociedad, personas que no tienen voz, son excluidas en la sociedad actual”, apuntó en una entrevista a propósito de su película María Lionza. Y, como los héroes de Misfits, el seminal film de John Huston, escrito por Arthur Miller y protagonizado por Clark Gable, Marilyn Monroe y Montgomery Clift, tres inadaptados por excelencia, sus protagonistas también se desembarazan temprano de límites, linderos y emplazamientos fronterizos, a fin de seguir en línea de fuga permanente buscando escapar a todo aquello que pretenda encasillarlos o encerrarlos dentro de una rutina eternamente repetida.

Desde tal ausencia de lugares sólidos donde echar el ancla y amarrar el caballo, los actores de Historias deambulan por geometrías urbanas, plazas desiertas, ruinas en lugares donde antaño hubo esplendor. Aún las panorámicas sobre junglas, islas, pantanos, océanos y ríos tienen la pátina de lo gastado y abandonado a la merced de los elementos; yuxtaponiéndose ahí estas topografías con el discurrir del lenguaje que, como una masa de agua sin cauce, anega el sentido y ahoga al lector, sacándolo de su zona de confort para mostrarle un mundo original e inexplorado: “El río abraza con un marrón que ensucia a la península del faro blanco. Los perros duermen la brisa con el hambre en las entrañas mientras el barro de los portugueses vence todas las noches a la tiniebla hecha vientos cuando los restos del costillar en las parrillas se pudren en caudales de gusanos”, cifra “Costillar”, dándole a quien se sitúa del otro lado del texto la posibilidad de adentrarse en la aventura de una existencia tan errante como la del autor mismo.

“Me siento más cómodo en un hotel, donde soy un ser en tránsito, que en mi casa”, asentó John Petrizzelli en una entrevista que le hice 25 años atrás. A la vista de esta colección, tal manera de pensar no parece haber perdido intensidad con el paso del tiempo. Más bien se ha cincelado en relieve sobre las piedras de sus “muros verbales”, con una fruición cada vez más abierta y expuesta a la indagación y el deseo; sin reglas ni restricciones que puedan contener el fluir de una escritura de amplio potencial temático y lírico, del cual Historias para las posibilidades del músculo ha resultado ser un excelente ejemplo, para beneplácito de un lector-espectador igualmente abierto a sus humores, secretos y sorpresas.

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