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Ventana cuarentena covid19 sadio garavini di turno 1.2
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Historias de una pandemia. Caracas desde la ventana

Reflexiones, vivencias, aprendizajes, temores. Así vivimos el coronavirus en ViceVersa Magazine.

 

Sadio Garavini di Turno, analista internacional

Cuando el virus Covid19 empezó a expandirse por el mundo, Sadio Garavini di Turno, estaba sumergido en la silenciosa belleza de la Patagonia. Viajaba con la esposa y sus cuñados. Tras visitar Santiago de Chile y Valparaíso los cuatro llegaron a Puerto Montt. Allí tomaron un barco llamado Skorpios II con capacidad para 80-90 personas que, a diferencia de los cruceros más grandes, tiene la posibilidad de deslizarse entre los fiordos y acercarse a los glaciares.

Se adentraron en el Parque Nacional de la Patagonia chilena, hasta llegar, en su primera etapa a la isla Chloé, esa que vio nacer al gran escritor Francisco Coloane.

El viaje siguió entre parajes en los cuales diferentes tonalidades de verde se mezclaban con el azul intenso del mar, hasta llegar frente a la montaña de cristal que es el glaciar de San Rafael. Un lugar mágico que impone respeto. A la vista de tanto esplendor, los afanes de la vida se fueron alejando y, gracias a un clima espléndido, un cielo sin nubes, pudieron absorber la belleza de un panorama que, a medida que se iban alejando del glaciar para acercarse a la región de los lagos, volvía a teñirse de verde. Desde el lago Llanquihue pudieron admirar el volcán Osorno, majestuoso. Visitaron Puerto Varas, ciudad construida por inmigrantes alemanes entre 1852 y 1853, que conserva intacta la personalidad que le imprimieron los fundadores.

Y así, manteniendo dentro de sí el recuerdo inolvidable de esos parajes, volaron a Buenos Aires. Allí se encontraron con la angustiante realidad de un mundo amenazado por un virus.

Recién había sido detectado el primer caso de coronavirus en Buenos Aires cuando tomaron un vuelo que los regresó a Venezuela, país en ese momento todavía libre de contagio.

Sin embargo, fue solo cuestión de tiempo. A los pocos días el Covid-19, que ya se había transformado en arma mortal en diferentes partes del mundo, llegó a Venezuela y con él también el encierro obligatorio. Al hablar de estos momentos en los cuales el único mundo al cual podemos acceder es el que vemos desde nuestras ventanas, Garavini di Turno cita unos versos del soneto Desde la Torre de Francisco de Quevedo:

Retirado en la paz de estos desiertos,
con pocos, pero doctos libros juntos,
vivo en conversación con los difuntos,
y escucho con mis ojos a los muertos.

 

Ventana cuarentena covid19 sadio garavini di turno 2.3

 

Si los libros acompañan y llenan estos momentos, también lo hacen unos quehaceres domésticos a los cuales no estaba acostumbrado, la música, la escritura, la conversación con su esposa y con los amigos. Y las reflexiones.

“Descubres, al despertar, que la atención no está puesta en los problemas de siempre, en la política, en tus actividades, sino también en interrogantes que estamos acostumbrados a evitar. Una frase que decía el cura cuando de pequeño iba a la Iglesia volvió con fuerza a mi memoria: Memento, homo, quia pulvis es, et in pulverem reverteris. Suena dura, pero, en este momento, con todo lo que está pasando en el mundo, es un recordatorio necesario. Día a día estamos inmersos en el presente como si fuera eterno, vivimos en una civilización, como dijo Octavio Paz: ocaso de la virtud: debilidad ante las pasiones fáciles y ocultación de la muerte. En un momento como el actual en el cual un factor externo nos ha obligado a parar, a suspender la actividad continua que rellena nuestros días, es inevitable recordar que somos seres finitos”.

Igualmente inevitable, para un hombre de profunda cultura y conocimiento de política internacional como Sadio Garavini di Turno, es reflexionar sobre las repercusiones que tendrá este tiempo excepcional en las sociedades y en su país Venezuela.

A nivel global habrá cambios, pero es difícil prever si serán positivos o negativos. El resultado podría ser la construcción de una sociedad más solidaria que mire a un humanismo, pero también podríamos asistir a un recrudecer de la xenofobia, de una parroquialidad en el peor sentido de la palabra que afectaría negativamente el cosmopolitismo de estas últimas décadas. Lo que sí creo es que no olvidaremos el valor que tienen médicos, enfermeros, biólogos, científicos. Personas tan importantes para la humanidad, que hasta ahora tuvieron un trato económico y de imagen decididamente inferior al que se reserva, por ejemplo, a un influencer o a un jugador, sin querer descalificar ninguna de estas figuras. Por otro lado, espero que esta experiencia logre profundizar la solidaridad entre países y por ende la consolidación de los organismos multilaterales”.

Al hablar de Venezuela considera que es el país menos preparado para enfrentar una crisis sanitaria. “Creo que está menos preparado que una buena parte de África y hasta de Bangladesh, a causa de la destrucción de su sistema sanitario. A todo eso se agrega la falta de gasolina, algo absolutamente inimaginable hace 20 años. Una carencia que, no solamente dificulta la movilidad de médicos y enfermos, sino también de los camiones que traen los productos alimentares. Esto podría desembocar en una hambruna alarmante en las próximas semanas. Hay que agregar que, a pesar de las restricciones en la frontera, decenas de personas siguen emigrando. La consecuencia es que los venezolanos podrían convertirse en exportadores involuntarios de coronavirus en diferentes países. Basta pensar que hasta en Guyana en los últimos meses han entrado 25mil venezolanos”.

Sadio vive en un vecindario de Caracas sumergido en el verde de un trópico que sigue el curso de la naturaleza alejado de los afanes humanos. Desde su ventana puede apreciar el Ávila, mágica montaña de la capital venezolana, cuya imagen y recuerdo lleva dentro de sí cualquier caraqueño, esté donde esté. “La belleza del valle de Caracas es algo que compensa cualquier dificultad, al igual que el clima de esta ciudad que es uno de los mejores del mundo. Los días son espléndidos y las noches estrelladas. Son un privilegio del que gozamos quienes vivimos aquí. Lo que sí ha cambiado notablemente son los sonidos. Ya no hay tráfico ni voces, solo silencio. Un silencio compacto que rompe solamente el ruido de las cisternas de agua que, en estos momentos de escasez, llenan los tanques de los vecinos. Nunca antes nos habíamos percatado de ese ruido que ahora, en cambio, nos parece estruendoso”.

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