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Historias en la historia

“No hay Historia solo hay historiadores” es un aforismo que siempre vuelve por sus fueros, circula por intersticios teóricos y emerge para burlarse de los contemporáneos afianzados. Cada época descubre alguna vez su escenografía y se le revelan sus mamparas, bambalinas y decorados a la luz constante del tiempo. Vetas opacas de microhistoria en la gran Historia, relatos afónicos, paneles ilustrados con trama propia, espacios de doble fondo, nos indican otras crónicas posibles. En algunos casos, arrasan con los andamios de las explicaciones de turno. Una circunstancia paradigmática de estas revelaciones es el film reestrenado hace pocas semanas en el cine Metro de Viena, “La ciudad sin judíos”. Realizado sobre una novela de Hugo Betauer, había sido proyectado por primera vez en 1924, cuando Hitler estaba preso en Múnich y el Nacional Socialismo era incipiente y poco temible. Es una de las primeras narraciones criticas contra el antisemitismo, que lo ilustraba en el balbuceante genero de distopias y utopías, mucho antes que Aldous Huxley. Describía una sociedad que expulsaba a sus judíos por la expansión irracional del prejuicio. Como parte de su desenlace, los judíos son invitados a retornar porque los ciudadanos originales advierten que la economía, la cultura, la vida social se ha empobrecido sin ellos. Es uno de los primeros alegatos de la tolerancia, y el primer documento visual sobre el drama antisemita, cuando este no presagiaba su monstruoso destino. Aquel “ Huevo de la serpiente”, como lo llamó Ingmar Bergman en un film, solamente era indicado entonces por algunos crípticos relatos de Kafka, o el tortuoso expresionismo que analizó Sigfield Kracauer en su temprana sociología fílmica. Actualmente, un film como “La cinta blanca” de Michael Haneke, ilustra aquella pulsión remota del mal, pero cuando “La ciudad sin judíos” fue estrenada no contaba más que el testimonio moderno del proceso Dreyfus dos décadas anteriores y la barbarie rural de los pogromos rusos. No obstante, el valiente film ilustraba aquella sociedad con los contenidos que luego pasarían a su denso inconsciente social y al argumento ideológico. No casualmente la película se perdió en la década de 1930, y recién fueron encontrados algunos rollos incompletos en Holanda en 1991. Se halló una versión íntegra en un mercadito de Paris en 1915, que se restauró para presentarla ahora, casi cien años después de su estreno en Viena. Pocos países como Austria deben tanto a sus judíos, y siempre reconoce esa deuda en sus orgullos profesionalizados por Freud, Mahler, Wittgestein, Schnitzler, Adler o Krauss, pero pocos han negado tan firmemente su devota complicidad con el nazismo. Mueve esa paradoja una pasión que este film nos muestra con enceguecedora inocencia, algo que obliga a repensar: en el tiempo, como en el espacio, la distancia se relaciona también con la masa, la masa de pasiones oscuras que gravitan incesantes en una sociedad.

Hoy Venezuela es el ejemplo vivo de estado fracasado, pero suele olvidarse también su “Huevo de la serpiente”, la matriz del mal general que empolló en el chavismo. En mi memoria está vivo el entusiasmo de la primera mayoría que había votado aquel engendro, con muchísimos eruditos confiados en que los militares cuidarían civilmente su sociedad, pese a aquello de “ zamuro cuidando carne”, y también el vigor con que se festejaron, en una asamblea constituyente de “ oprimidos y oprimidas”, todas las payasadas que los llevarían al infierno . El urfascismo, como llamó Umberto Eco esa base perversa sin visible cifra ideológica, había mostrado ya sus goces muchas veces; la lucha contra la corrupción había sido una de las formas más eficientes de la corrupción, el oportunismo de la riqueza rápida era una bandera general, y la aceptación de una delincuencia necesaria fue una de las expresiones ideológicas oportunistas del popular Caracazo; conmoción aprovechada por una sociedad fascistizada con dialecto de izquierda.

Tampoco Donald Trump salió de la nada, una población largamente plasmada en una barbarie normalizada, incorporó en la política la violencia simbólica que ya practicaba en muchas regiones y leyendas, girando frases tipo “Recuerden el Álamo”. La invención del cowboy más rápido para el duelo en la calle mayor, la caballería y los indios, son ensueños que nutrieron el alma mucho más allá del cine. La difusión de armas y el prestigioso peligro que la acompaña tiene larga data, la escasez y desocupación atribuido a los ogros ajenos, también. Solo un paso va desde el impulso al desastre, y el gesto no suele ser reversible.

La Argentina de la década “infame” , aquella que dio lugar a la inspiración del tango “Cambalache”, desbordó la tercera década del siglo XX, y está inundando el XXI. Quizás alguna vez exista una arqueología de las transgresiones, una radiografía no de la Pampa sino de la malignidad que la acecha, y eso dibujaría otra historia.

Las historias nacionales equivalen a las biografías, tienen una dosis similar de imaginación y encubrimiento, y no casualmente nacieron casi con la novela. Hoy sorprende saber que el potente sentimiento de Neruda no le impidió abandonar a una hija con macrocefalia, o al amplio Arthur Miller un hijo con Síndrome de Down, o que Thomas Jefferson, el gran demócrata, no concedió la libertad a los hijos que tuvo con una esclava negra. Aunque no sean la clave mayor, esos hechos silenciados indican una historia más densa, con paneles desconocidos por el arresto biográfico. No son diferentes que el revisionismo histórico polaco, ese esfuerzo por silenciar la feroz complicidad popular con el antisemitismo de los nazis. El heroico ejemplo de polacos solidarios no excluye esa memoria ominosa que se procura cegar.

Más allá de las poderosas imaginerías soterradas que revelan otras historias, suceden también las vidas reales. Vale la pena consignar la de los autores de la “Ciudad sin judíos” que ahora reestrena Viena. Hugo Betauer, el autor de la novela, fue asesinado poco después del estreno del film en 1924 por una banda incipiente de nazis, el director, Karl Breslauer, no volvió a dirigir y murió aislado en 1965, la protagonista Ida Jembach murió en el Gueto de Minsk en 1941, Hans Moser que protagonizaba un furioso antisemita, resistió valerosamente divorciarse de su esposa judía bajo el nacionalsocialismo, Johans Riesman, el protagonista del judío maltratado, se afilió al partido nazi y actuó en teatros, incluso para las SS en Auschwitz. En cierto modo, sus vidas continuaron el celuloide sobre una de las caras sombrías de una crónica negada.

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