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Guadalupe Loaeza

Hermanas y rivales

Nunca se perdonaron, durante años se odiaron, dejándose de hablar por más de tres décadas. ¿La causa? Ambas tenían una versión distinta y totalmente opuesta acerca de su desencuentro. La mayor afirmaba que siempre se había preocupado por su hermana menor quince meses de diferencia, y ésta, aseguraba que todo empezó de muy pequeñas. «Desde que estaba en la cuna, ya me detestaba». De niñas, se peleaban, se jalaban el pelo, se gritaban y constantemente luchaban por ser la preferida de su madre, cuya única ilusión era que sus hijas se convirtieran en actrices de cine, destino que ella jamás logró. Andando el tiempo, no pasaba un solo día en que cada una por su lado, siguiera, paso a paso, la vida de su hermana. De este modo y estando muy distantes una de la otra, se enteraban de sus éxitos profesionales, sus matrimonios, sus fracasos, divorcios, hijos y enfermedades. La primera en morir fue la menor, en su casa de Carmel, California, a los 96 años en 2013. La mayor murió en París donde radicaba, a los 104 años. ¿Qué se habrán dicho las hermanas cuando se encontraron en el más allá? ¿Se habrán reconciliado o, al contrario, al verse, cada una de ellas, se hizo la disimulada y siguió su camino?

Esta es la historia de una gran rivalidad entre dos actrices legendarias de la época de oro del cine de Hollywood, nacidas en Tokio y educadas en Saratoga: Olivia de Havilland y de Joan Fontaine, apellido del padrastro, segundo marido de su madre. A pesar de que todo el mundo en Hollywood sabía acerca del distanciamiento de las hermanas, bien a bien, nadie entendía cuál había sido la verdadera razón de su ruptura. Para Joan, eran varias las razones: «Me casé la primera, gané un Oscar la primera, tuve un hijo la primera. Si me muero, ella estará furiosa porque otra vez le habré ganado». En cambio, en todas las entrevistas que le hicieron a Olivia respecto a su desencuentro, solía evadir el tema, no sin antes asegurar que su hermana tenía un gran talento pero que tendía a desvirtuar todo tipo de situaciones emocionales. Lo interesante de ambas trayectorias cinematográficas es que las dos interpretaron papeles inolvidables que pertenecen a la meca del cine. ¿Cómo olvidar a Melanie Hamilton interpretada por Olivia de Havilland, dos veces ganadora del Oscar, «Dama del Imperio» Británico por la Reina de Inglaterra y merecedora de la Legión de Honor? ¿Cómo olvidar la escena en la que está muriendo y le dice a Scarlett O’Hara (Vivien Leigh) que cuide a Ashley (Leslie Howard), su marido, a sabiendas de que siempre ha estado enamorada de él? (La primera vez que vi Lo que el viento se llevó, película basada en la novela del mismo nombre de Margaret Mitchell y dirigida por Victor Fleming, yo quería ser tan buena y comprensiva con la humanidad entera como lo era Melanie, que salvó tantas vidas de los soldados de la guerra civil de Estados Unidos). Y cómo olvidar la muy conmovedora actuación de Joan Fontaine, en la película Jane Eyre (1944), inspirada en la obra de Charlotte Brontë, escrita en 1847. A través de los bellísimos ojos de la actriz, también yo me enamoré de Edward Rochester (Orson Welles), el melancólico y misterioso dueño de la casa donde trabajaba Jane. Igualmente quería ser Rebecca, espléndidamente interpretada por Fontaine y enamorada de Maxim de Winter (Laurence Olivier) y dirigida por Alfred Hitchcock, filme que ganara un Oscar por la mejor película. Pero también quería vivir la vida de Lina McLaidlaw Aysgarth (Joan Fontaine, ganadora de su primer y único Oscar), mujer de la alta sociedad, enamorada de su marido, Johnnie Aysgarth (Cary Grant), quien podría, sin comprender por qué, asesinarla tal como lo había ideado Hitchcock.

Respecto a las hermanitas, ¿quién de las dos era la mala y quién, la buena? Después de haber visto y escuchado en YouTube decenas de entrevistas en donde invariablemente, les preguntan acerca de su distanciamiento. «Para interpretar a una mujer buena hace falta ser mejor actriz que para dar vida a la mala», decía Olivia. Sin duda De Havilland era mil veces mejor actriz que la víctima de su hermana menor a quien le avisó dos semanas después de la muerte de su madre; mucho más desvalida, insegura y frágil que la mayor. De Havilland siempre se salió con la suya por jugar siempre el papel de la buena, seguro convenció a San Pedro, y está en el cielo, junto con Melanie.

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