Somos una revista independiente que sobrevive gracias a tu apoyo. ¿Quieres ser parte de este proyecto? ¡Bríndanos un café al mes!
Adrian Ferrero

Héctor Tizón ensayista

El escritor argentino Héctor Tizón (Argentina, 1929-2012), graduado como abogado en la Universidad Nacional de La Plata y Juez de su Provincia, pero escritor por vocación y convicción, decidió que no iba a tolerar ciertas cosas. Una de ellas era el descaro de los cínicos. Su palabra fue un rugido que, si bien en cada uno de sus libros de cuentos y novelas se verifica con matices, queda expuesto como punta de lanza en sus dos libros de ensayos, Tierras de frontera (1998) y No es posible callar (2004), que conforman un díptico. Y en donde argumenta sin eufemismos hipótesis acompañadas de contundentes comprobaciones.

Héctor Tizón obtuvo los Premios Konex de brillante, el “Consagración Nacional” Academia de Letras, “Gran Premio de Honor” de la Sociedad Argentina de Escritores y el Premio Fondo Nacional de las Artes. Fue declarado Ciudadano Ilustre y recibió una medalla por su trayectoria. ​En Francia fue condecorado como Caballero de la Orden de las Artes y las Letras y también le fue concedido el “Prix des Deux Oceans” por su novela Luz de la crueles provincias (1995).

Los títulos son zonas de una alta condensación de sentido. Y si analizamos los de ambos, son transparentes. En el primero, delimita “su zona”. Un territorio árido, seco, yermo y simbólicamente pobre. Pero, por ese mismo motivo rico para ser poblado. Para hacer, para trabajar, para escribir a propósito de tu toponimia. En efecto: ¿qué sentido tendría poblar un espacio superpoblado como una urbe? ¿o como una metrópoli? ¿o simplemente un espacio donde ya vive demasiada gente que escribe sobre demasiada gente? El significado tonante entonces de la prosa de Tizón, vigorosa también, acude a ese significante para dar cuenta de que hace falta (y hace falta con urgencia) poblar en todos los sentidos de esta palabra esas tierras “de frontera”. Y que sean “de frontera”, significa, por otra parte, que se encuentran en las lindes de otro territorio que ellas circundan o constituyen sus bordes. Son tierras: no son una tierra. Son límites. Son márgenes. Y sin embargo, pese a su aridez promueven un discurso simbólicamente rico. Son varias. Hay varias tierras para poblar con literatura, con buena literatura, con poéticas, con ideas. A ello se abocará él con su palabra de elocuente belleza que no acude jamás a las medias tintas. Más bien Tizón tiende a hablar de modo frontal, claro y a no dar rodeos. No obstante, jamás pierde los modales ni es burlón como un ladino. Simplemente no soporta a los canallas. Ante los cuales, por cierto, en varias oportunidades se manifiesta temible. De modo que Tizón les habla a los justos. A los que mantienen y sostienen la dignidad (en ocasiones con costos muy altos). Y que son indoblegables. No declinarán sus principios por la dulzura de tentadores cantos de sirena, el ofrecimiento de un puñado de oro ni nada que signifique sacrificar los principios. No habrá obsecuencia ni adulación. Ni siquiera la amenaza, como le sucedió durante la dictadura militar será razón de traicionarse. En principio Tizón les habla a hombres y mujeres valientes. No a mártires o a héroes idealizados. A personas realistas. A personas que mantienen con su territorio una emoción de pertenencia y están dispuestos a defenderlo de criminales o inescrupulosos. Que no transigen ni con el mal ni con las veleidades del bienestar inventado, de la frivolidad efímera de un encuentro que no deja más que vacío, además de que constituye un ultraje a los principios. Tizón no comulga ni con el hedonismo ni con la vida despreocupada del descompromiso. Les habla a las personas de principios ¿llamamos a eso una persona anticuada? Seguramente para estos tiempos plagados de banalidad y de cinismo esos principios que Tizón defiende son propios de personas anacrónicas, como de hecho fue considerado Tizón por mucha gente y seguramente lo sigue siendo. En especial por cierta intelectualidad atenta a las modas provenientes de Europa que traían los aires nuevos de las teorías importadas. Tizón también fue poco digerible, para otro grupo, el de la derecha. Porque decía lo que pensaba. Ponía respeto, curiosamente, sin embargo al hacerlo. Y ponía respeto porque ejercía su vocación con sentido de responsabilidad. Tizón deja en claro lo que es una persona inteligente mediante una estrategia: definir lo que es una persona llena de malicia y tontería. Eso se percibe en sus ensayos como una evidencia. Distingue al corrupto de honesto y acude a figuras paradigmáticas de la literatura de naturaleza ejemplar. De modo que como punto singular de la prosa de ensayo de Tizón tomaría nota este principio ético que contornea su personalidad y constituye una definición de su persona pero lo es también de una poética en su dimensión del ensayo de ideas.

Pero vamos a las cosas. Y vamos a Tizón, alguien que con elegancia ha sabido precisamente realizar potentes intervenciones en tanto que intelectual crítico (escritor crítico) a cierta estereotipia de los personajes que habitan el Noroeste argentino. Salir del repertorio de cierta literatura de la que considera debe escapar para no quedar capturado de un modo de hacer literatura argentina que no la pone a la vanguardia. Eludir el elenco de una galería de personajes que hegemonizan las ficciones obturando toda posibilidad de vuelo creativo. Por ejemplo mantiene a raya al regionalismo que confina a una imagen reduccionista de la economía de la representación. Acentúa para limitar la poética al color local. Enfatiza cómo el pintoresquismo y el paisajismo pueden resultar limitantes si no se los presenta bajo una luz innovadora poniendo en evidencia una prosa que en verdad estiliza lo que aspira a manifestar en los hechos de otro modo. Esa literatura que se parece más a una postal ajada que a una escena viva en acción, como sus novelas, llenas de vitalidad, vigor, aunque también puedan tener amargura. Y que se manifiesta en la poética de Tizón de modo descarnado. Lo folklórico antes había sido tomado en su acepción más vulgar en lugar de la más preciosa. Este es un tema que ocupará y preocupará mucho a Tizón. Porque esas versiones son las que terminan por dar la imagen pública acerca de una toponimia cuya representación él considera debe ser renovada en sus formas literarias constructivas y temáticas a la vez. Si ese sistema de versiones es pobre, la imagen pública que se tenga de ese espacio será particularmente penosa y los lectores y lectoras serán despectivos respecto de una literatura en la que no advierten innovación. La representación literaria de su toponimia, la Puna jujeña, requiere de una puesta al día. Quienes la habitan no son solamente coyas, pastores y labradores (el lugar común de las representaciones sociales en torno de la Puna y lo rural) que cada tanto van a beber una caña a una taberna (digamos). Es gente de trabajo que vive, se emociona, siente, padece, sobre todo padece, pero hace el amor también. Siguiendo las lecciones de Rulfo, Tizón no acatará ese mandato que dicta que su representación literaria ha de ser mimética, esto es, reproducir automáticamente un modelo previsible, vulgarmente realista, ajustándose a un verosímil que se supone va de suyo con una ficción del tipo de la que él escribe. Según la convención, la literatura de esa toponimia ha de ser el retrato o de la víctima o del paisaje idealizado. El verdugo será siempre una figura esquemática. Tizón consagra a un tipo de representación no tipológica, no prototípica y como dije, sin clichés. A cambio, propone constructos literarios complejos, dispositivos que capturan a una mente inteligente porque la hacen recapacitar acerca de que hacen falta recursos que vengan a poner al día la narrativa con los tiempos del mundo, para narrar la pobreza, la miseria y la suerte de los desesperados (que también conocen momentos festivos, por cierto, conocen el amor, conocen el festival, el carnaval, el deseo, conocen el deleite de ciertas escenas).

La narrativa de Tizón no admite lo que no está dispuesta a admitir. No admite la literatura provincialista. Y no solo. No admite la inmoralidad, la indiscreción, la maledicencia, las dictaduras, el desprestigio, las infamias, la miseria de los pobres a costa de la riqueza de unos pocos capitanejos o caudillos (punto que lo estrecha notablemente a Rulfo). Nótese que pese a habitar una situación de privilegio: señorito de provincias, luego abogado, diplomático, Juez de Provincia y, ante todo, el colmo de la riqueza simbólica, tener el lujo de la escritura, Tizón no transige con aceptar los dictados de los ricos o los adulones. Siempre cultivó el perfil bajo. La humildad. La sensatez: no se dejó marear jamás por ninguna clase de lauro ni hizo de él gesto triunfalista alguno. Mantuvo siempre la elegancia discreta. Pienso que Tizón habría sido uno de esos hombres capaces de morir en la miseria antes de cometer un doblez. No digo que no pueda haber habido alguno en su vida. Nadie está exento de haber dicho o hecho algo que no debía y de lo cual, ocasionalmente, pudiera arrepentirse. Pero si uno es un inmoral de modo crónico, si hace una profesión de difamar, mentir, robar, conspirar, escandalizar, perjudicar al semejante, injuriar, manipular su imagen pública, en fin, de la miseria humana, su condición de inmediato queda puesta en evidencia frente a sus semejantes, si son lo suficientemente íntegros. En lo relativo a sus convicciones éticas, sociales y políticas desde lo profundo lo presiento una persona intachable. Indudablemente es una figura faro en la literatura argentina para quienes pensamos las poéticas en términos ético/políticos, no solo estéticos. O por lo menos en zonas de cruce entre estas dimensiones que afectan las unas a las otras. Que, bien mirado, es lo que verdaderamente para mí en tanto que crítico y escritor al menos cuenta. Esa sería, en tal caso, una literatura volcada al semejante. Tizón no permanece en una cultura del egocentrismo o de la autopromoción de un sujeto, incluso de su arte. Si bien conquistó innumerables premios, tanto nacionales como internacionales, no dio jamás la impresión la otorgarles demasiado crédito. Se reía de los narcisistas. Le parecían gestos estúpidos los de las personas que hacían de sí mismas todo el tiempo un tema. Tampoco incurría en estrategias para conquistar premios. Simplemente escribió de modo independiente lo que le vino en gana. Con exigencia y con talento, eso sí. Pensaba que “hacer carrera” se trataba de una visión patética de escenas de vanidad. Tizón era alguien que desde lo textual se involucraba con sus semejantes en el modo de escribir sobre ellos. La construcción textual concibe una noción de semejante por dentro de la ficción que es desafiante para la inteligencia, para promover también la sensibilidad. La manera de guionar un libro supone desde el vamos, traducir en el marco de ese dispositivo con palabras un vínculo con el semejante, en una poética que va al encuentro también de una ética.

Durante su exilio en España en la última dictadura militar no pudo escribir una sola palabra. La dictadura lo silenció. Lo mutiló. Lo dejó literalmente mudo. Le había arrebatado “lo mejor que se tiene”, en palabras de un título de un libro de la escritora Griselda Gambaro. Eso que un escritor necesita de modo vital como el agua cristalina y como el pan noble. La libertad de expresión, la libertad de circulación de los discursos, las garantías democráticas que habilitan también para que los libros sean recibidos y producidos bajo el estado de derecho. Y, sobre todo, el respeto. Este punto es particularmente interesante en Tizón. Entra en una dialéctica directa con la ética. Ética y respeto van al encuentro la una del otro. Pero también el respeto es importante para alguien que escribe en el sentido de que lo que diga sea escuchado. Sea leído. Y no sea tergiversado. Por más que sepamos que las palabras, pueden decir grandes verdades y también ser la causa de grandes malentendidos. Nunca lo que decimos o escribimos es lo que el otro lee o escucha. ¿Realmente logramos entendernos los humanos profundamente? En ocasiones pareciera que no, incluso con buena voluntad y teniendo los mismos ideales.

Por supuesto que Tizón se inscribe en una larga tradición de escritores e intelectuales críticos en Argentina y en el mundo. Un ensayo de No es posible callar alude precisamente al siniestro senador estadounidense Joseph McCarthy, sus móviles más macabros, sus listas negras, sus persecuciones, los exilios que supuso, la persecución de intelectuales y figuras del ambiente artístico del cine y del teatro por supuestas actividades comunistas. Esa campaña persecutoria anticomunista, producto de una mente fabuladora y mitómana (porque se le inventó un comunismo a gente que no lo era, y aún en el caso de que así lo fuera no había razón por la cual debiera ser perseguida), y se la obligó a delatar a otra que tampoco lo era, supuso para Tizón el colmo de lo canallesco. En una escalada de la Guerra Fría, el Senador era una figura ejemplar, paradigmática, seguramente, para dar lecciones de moral taimada a buena parte de los amigos del Norte. No a todos. No se puede generalizar porque hubo quien se le resistió.

Pero además no deja de repasar una parte de la Historia política del siglo XX en la que impetuosamente se vio envuelto de modo casi fatal, por su ficción y por su convicción a la vez. Por la ideología manifestada en una literatura que intervenía en la esfera pública traduciéndose en un efecto concreto, hay varios otros cabos de los cuales no quisiera dejar pasar algunas ideas interesantes en Tizón. En la biografía de Tizón y en la poética de Tizón, que estos dos libros plasman.

Tizón fue también un sabio hombre de mundo que supo asestar un golpe a versiones de la literatura que no admiten que nuestras poéticas argentinas dialoguen con las del mundo. Esas versiones lo pensaban a Tizón como un autor “del pago” (de provincias) y él con un cross a la mandíbula las neutralizó porque, por citar solo un ejemplo, el mismísimo Italo Calvino, paradigma del escritor de las vanguardias y del escritor a la avanzada, de experimentación creativa o literaria europea lo fue expresamente a visitar a su casa de Yala, Jujuy. Italo Calvino era su lector. Evidentemente un sobresaliente creador no lee a un conservador de la representación literaria. Conversaron con sus mujeres y Tizón evoca ese encuentro feliz plagado de consensos, complicidades y también de fraternidad en un espacio que, ya ven, no era precisamente un confín del mundo como para que un cosmopolita romano como Calvino no lo considerara digno de ser visitado. Siendo el domicilio de un escritor que él admiraba. Todo sucedió en Jujuy en una tarde calurosa. Vivía allí un hombre simbólicamente rico. De una infinita riqueza sensible e inteligible.

En estos ensayos (especialmente los de Tierras de frontera, sus lecturas de los clásicos se pueden apreciar de modo certero). Y hay un uso argumentativo inteligente no como pompa jactanciosa sino, precisamente, para demostrar de dónde viene la pólvora y si es posible que alguien contemporáneo la pretenda inventar. ¿O quizás había una larga tradición de creadores y creadoras que sí habían sido innovadores pero que nadie se tomaba el trabajo de sentarse a estudiar? ¿quizás por considerarlos clásicos? Es que en ocasiones las modas hacen estragos. Hay que leer a ciertos autores y autoras bajo el consejo de determinados críticos o teóricos para no quedar por fuera del sistema literario. Citarlos en los trabajos. Escribir sobre ellos. A Tizón eso siempre lo tuvo sin cuidado. Como a Marguerite Yourcenar. En ocasiones es bueno sentarse a estudiar. De ahí, tal vez, ese libro magnífico también de Italo Calvino: Por qué leer los clásicos (1991), hace tándem con las letras de Tizón. Con sus lecturas de los clásicos, precisamente, Tizón se revela él mismo como un hombre culto, clásico, de traje y corbata pero con gesto cómplice y hasta pícaro, como si hubiera en su sonrisa no suspicacia sino una idea de estar por encima y más allá de ciertas personas a su vez más aparentemente actualizadas, y se manifiestan desinformadas de datos, información y belleza que poéticas de los clásicos ya habían puesto a circular. Tizón sabe en qué lugar se aloja la rebeldía del mero gruñido. Cómo se la ejerce y cómo se polemiza en caso de que sea necesario. En lo posible sin estar reñida con la discreción, aunque existan las pasiones. Tizón, en definitiva, no cayó en celadas. Era demasiado certero como para no conocer las imposturas de sus colegas.

Hay también notas sobre el policial en Borges, dando cuenta de que a Tizón no le son ajenos los asuntos literarios contemporáneos ni la así llamada alta literatura. De que es perfectamente capaz de pensarlos, de cavilar acerca de ellos, de no dejarse engañar por las trampas de quienes piensan que por no saber de teoría literaria (quizás) no sabe de poética. A mí en cambio me parece que se trata, por lo que demuestran de modo evidente y agudo sus libros, que es alguien ante todo ilustrado, culto, preparado, que además es un sensato y lúcido razonador. Que no tolera las falsas apariencias ni tampoco la estupidez del mundo, sino que se queda con lo que en la literatura no suele estar instalado como de modo oficial. Tizón es un resistente, eso está claro. A ciertas ideologías tanto de la literatura como de la sociocultura. Pero sí suele ser a su modo. Esto puede sonar a acertijo o a juego de palabras. Pero de la moda al modo, hay un salto que Tizón es capaz de dar con perfecta destreza.

Tizón vino a decir que la poética es siempre política. Y que respecto de la política se debe tomar partido si uno es un hombre digno. Puede que además haya dicho muchas otras más. Como por ejemplo que desde un lugar aislado y desértico se puede ser cosmopolita. Pero estas son a mi juicio las ideas cruciales. Confirmó lo que solo una voz con un rugido sabe decir. Y solo una voz que ruge es capaz de decir sin actuar de modo temperamental ni irrespetuoso, pero sí firme, terminante y audaz. Una poética de la verdad frente a una poética de la mitomanía pública. Despedazándola.

Hey you,
¿nos brindas un café?