Somos una revista independiente que sobrevive gracias a tu apoyo. ¿Quieres ser parte de este proyecto? ¡Bríndanos un café al mes!
Leopoldo Gonzalez Quintana

Hacerle el feo a Biden

Mal comienza su relación con la administración Biden el presidente López Obrador, al negarse a reconocer el triunfo del abanderado demócrata en la elección presidencial de EE .UU.

Sin fraude ni evidencias de fraude electoral, pues allá no son la República de Fifidonia, tanto Trump como AMLO no harán más que el ridículo: aquel porque alega lo que no puede probar y este por dar el espaldarazo de su capital político e investidura a un perdedor.

Pingüe negocio para México, cuando el timonel mayor -sin noticias de geopolítica, ayuno de conocimiento y visión- ata el destino del país a causas perdidas.

No obstante, su contradicción y miopía política es más deleznable aún, cuando sabemos lo que él parece no saber: que el presidente más racista, más antilatino, más antiinmigrante y más antimexicano que ha pisado la Casa Blanca en el último siglo es Donald Trump: su amigo, al que ha servido como fiel escudero.

Con Trump allá y AMLO acá, los Protocolos de Protección a Migrantes se debilitaron en perjuicio de México y Latinoamérica.

Trump, que cree en una de los tonos de la autarquía económica e impulsa la variable del proteccionismo comercial, inauguró la política de retorno de capitales e inversiones foráneas estadounidenses a su país, por lo que además de impedir cuantiosas inversiones industriales en curso, se llevó de México ensambladoras, maquinaria pesada, plantas automotrices y otras, ante la mirada atónita de los tontos impenitentes que no saben para qué debiera servir un gobierno.

Y todo esto hizo Trump, a sus anchas, sin que su vecino metiera las manos. 

Mientras el pueblo estadounidense se volcó eufórico a las calles, los trabajadores de la Casa Blanca celebraron a la sorda y los grandes medios, como el New York Times y The Washington Post, saludaron el triunfo de Biden como “el fin de una pesadilla”, el presidente mexicano -compungido y triste- veía derrumbarse su principal punto de apoyo en el exterior.

Desde Tabasco, la tierra del poeta Carlos Pellicer, AMLO alegó que por “prudencia” no debía pronunciarse sobre el triunfo de Biden, cuando se sabe que la prudencia no es su fuerte, sino lo contrario: la imprudencia. Ni tardo ni perezoso, ese mismo día se congratuló con la victoria del MAS en Bolivia.

Luego, para salir del brete en que lo tundieron en redes sociales, entre incómodo, pedestre y socarrón invocó una “doctrina de no intervención”, totalmente fuera de lugar, para excusarse de opinar sobre un triunfo que le preocupa y en verdad le duele.

Hasta parece que la de Trump fue su propia derrota y que la victoria de Biden le ofende.

AMLO ha mostrado un comportamiento mezquino y de poco tacto político frente al triunfo de Biden, entre otras cosas, porque no sabe o ha olvidado que en su caso no se representa a sí mismo, sino que representa (mal representa, para ser exactos) a todo un país.

Abrir la boca para fijar como posicionamiento la sandez y la tontología, cuando lo que se requiere es audacia y visión de Estado, lo que refleja es una pobreza ideológica e intelectual en grado de suficiencia.

Hacerle el feo a Joe Biden, cuando ha triunfado con más de 290 votos del Colegio Electoral en la elección presidencial de aquel país, es poco menos que torpe y ridículo frente a las cifras del intercambio comercial entre ambas naciones, pues mientras el 80 por ciento de nuestras exportaciones son a EE.UU, el 15 por ciento de las suyas son a México.

Se podrá decir que en su último tramo la elección va a judicializarse, y que además la Corte Suprema es afín a Donald Trump. Eso es cierto a medias, y con muchos “asegunes”. En materia judicial no gana el más brabucón ni triunfa el más gritón, sino el que soporta sus dichos en sólidas piezas de convicción. Si el fanfarrón de Trump alega fraude y no lo prueba -y ya se sabe que en Derecho nadie puede probar lo que no existe-, ni la misma Corte estadounidense podrá librarlo del descalabro electoral, sencillamente porque es la fuerza de la evidencia la que da la razón a quien la tiene.

Trump tiene cuentas pendientes con la justicia de su país, por evasión y fraude fiscal: la razón de fondo por la que arguye “fraude electoral” es esa, y no quiere dejar la Casa Blanca. Sin embargo, la Casa Blanca tendrá otro huésped a partir del 20 de enero: un demócrata como Joe Biden, de esos que creen que la política es, ante todo, un ejercicio de la racionalidad y no un resorteo de la visceralidad.

Sin el punto de apoyo que Trump representa para la vulgata populista del continente, es muy probable que estos experimentos conozcan su declive inicial en la administración Biden. A eso es a lo que verdaderamente le temen.

Pisapapeles

La sangre y la pulsión llaman. Los fanáticos de la misma secta “sienten” la energía del cosmos sobre sus cabezas. En este sentido de pertenencia, incluso han tomado el cielo por asalto. Este es, precisamente, el rasgo más preocupante de los temperamentos delirantes.

Hey you,
¿nos brindas un café?