Quiero comenzar con algo genérico y cliché. Cliché como los cafés en los barrios cool de las ciudades, las bicicletas vintage y los extranjeros con profesiones creativas que caminan seguros con un café orgánico en la mano en el barrio donde habitas –tal vez tú seas uno de ellos-. Cliché como el tráfico en hora pico y personas golpeándose para entrar al vagón en Metro Pantitlán. Como la contaminación de las grandes urbes y la pobreza en la periferia. Como el boom inmobiliario de las delegaciones centrales de la Ciudad de México de los últimos años, el déficit de vivienda para los sectores con menores ingresos de la población y las viviendas sociales abandonadas en la periferia. Cliché, como hablar de lo urbano.
En México, hasta la creación de la Secretaria de Desarrollo Agrario, Territorial y Urbano (SEDATU) en 2013, no existía un organismo a nivel federal que velara exclusivamente por temas de orden urbano en el país; incluso cuando desde 1960, según datos del Banco Mundial, México ya era un país predominantemente urbano y para 2010 más del 75% de su población habitaba en ciudades. Ni tampoco porque desde 1940 había comenzado el proceso de metropolización de la capital con la adición del municipio de Naucalpan del Estado de México a la mancha urbana de la zona metropolitana, desbordando la ciudad fuera de los límites del entonces Distrito Federal.
En 1942 en el marco del IV Congreso Internacional de Arquitectura Moderna (CIAM), encabezado por Le Corbusier, se publica la emblemática Carta de Atenas. Un manifiesto sobre la arquitectura y el urbanismo que marcaría el camino de las siguientes décadas sobre lo urbano en occidente. El pensamiento de este manifiesto se resumía en las ideas habitar, trabajar, recrearse y circular. La ciudad es, desde la visión del CIAM, una extensión de la casa y en esa línea debían destinarse los espacios y los usos de forma específica. En teoría, la clasificación y la división harían la vida de los habitantes más efectiva y todo esto podía ser trazado en un plano.
En la segunda mitad del siglo XX en México la construcción de vivienda y de grandes edificios de educación y gubernamentales fueron edificados bajo las ideas de la Carta de Atenas. Y aunque la escuela del CIAM no impidió que se teorizara sobre otras formas de entender lo urbano, sí enmarcó el discurso sobre la ciudad como gran objeto arquitectónico.
Este discurso de la ciudad como objeto ha funcionado durante décadas, acomodándose en la necesidad de espectacularidad de los gobernantes frente a los electores. Así, en México, los gobiernos federal y local, a través de un despliegue de intervenciones monumentales que sirven de registro publicitario, construyen mega vialidades, mega bibliotecas, mega cines, mega aeropuertos que colocan en el imaginario colectivo la monumentalidad como intervención urbana y que las soluciones para la ciudad son una cosa de escala.
Sin embargo, en la última década en la Ciudad de México, y en las grandes urbes en general, se ha visto un aumento del interés general para hablar de temas urbanos más allá de la arquitectura. Por un lado las crisis (económicas, políticas, medioambientales, sociales, de seguridad, de todo tipo) han colocado a las ciudades en las pantallas de nuestros celulares como escenario y personaje principal de lo que se denomina de interés público. Y por otro, la capacidad electoral de las ciudades las vuelve botín para los partidos, por lo que las agendas políticas están enmarcadas en gran medida en resolver lo que sucede en las ciudades, pues es más rentable electoralmente.
En este contexto la aparición explosiva de agrupaciones, colectivos oficiales, no oficiales, desde el Estado, la iniciativa privada y la sociedad civil no es azarosa, sino el resultado de la necesidad de resolver los conflictos dentro de lo urbano. Aparentemente los ciudadanos estamos abandonando el skyline de Manhattan como idea de ciudad para percatarnos que hay otras formas de hacer urbanismo. Que en la Ciudad de México tenemos urbanización a la latinoamericana y que Nezahualcóyotl es ciudad aunque la única semejanza que tenga con Nueva York sea su traza urbana.
Así, las palabras ciudad y urbano son nomenclaturas cotidianas, que forman parte de nuestro ADN y ello nos obliga a mantener vigente el tema. La prensa y las redes sociales, productoras de nuestros temas cotidianos en la actualidad, nos ponen sobre la mesa palabras como densificación, ciudad compacta, gentrificación, espacio público, movilidad y las ideologizan. La realidad, es que gran parte de esas construcciones provienen de la agenda de discursos de poder y aterrizan más como posiciones políticas que como conceptos. Esto impide ser críticos con los fenómenos e interpretaciones simplistas comienzan a circular en las charlas de café hasta convertirse en discursos de lo correcto y lo incorrecto.
¿Es la gentrificación lo peor que le puede pasar a la ciudad? ¿La división de los vagones en el Metro es la mejor solución para el acoso a las mujeres? ¿Más calles resolvería el problema del tráfico en la ciudad? Los temas urbanos, como casi todo en la vida, no se explican a través de dicotomías, no es el negro / blanco o bueno / malo lo que las define, sino que las zonas grises son la mayoría y mientras te acercas o alejas del fenómeno este cambia e, incluso, aparecen nuevos, por lo que es necesario abordarlos con especial precaución antes de tomar posturas.
Además, a pesar del interés de muchos por abordar el tema, lo urbano está inexplorado en gran medida. Nos hemos maravillado con las manchas grises y su explosión, pero aún no terminamos de comprender muchos elementos de lo que Lefebvre, filósofo y teórico de lo urbano, exponía en los setenta sobre la sociedad y la revolución de los urbano, auguraba la transformación de la sociedad a una totalmente urbana, incluso aquellos espacios que llamamos rurales. Ese terreno, el que no es mancha gris, aún sigue inexplorado y refiere en gran medida al campo del urbanismo.
La ciudad es el lugar de los conflictos. El lugar donde lo que para uno es positivo, no lo es necesariamente para el otro. Donde obligatoriamente tenemos que negociar, ser flexibles y reconocer a los otros con los mismos derechos de habitar el espacio que tengo, con sus diferencias. Aun hay mucho que aprender de la ciudad y de cómo podemos habitarla mejor.
Luego, luego ya viene todo lo demás. Hablemos de ciudad, que apenas comenzamos.