Somos una revista independiente que sobrevive gracias a tu apoyo. ¿Quieres ser parte de este proyecto? ¡Bríndanos un café al mes!
Karl Krispin

El hábito sí hace al monje

En 1900 el déspota Cipriano Castro obligó a los banqueros de Caracas a desfilar en mangas de camisa por las calles de la ciudad. Fue una humillación porque salir en esa época sin traje ni corbata era impensable para un señor. En nuestra ciudad privó por años el decoro a la hora de vestirse y especialmente en los actos oficiales. Hace tiempo que los hombres se mal visten y mal hablan. Basta ver las bermudas dominicales, las camisetas, sandalias y el infaltable koala sin mencionar los crocs. La nueva asamblea siquiera ha traído de vuelta la corbata y los trajes. Lo último en la escala del gusto chabacano son guayaberas, chaquetas y franelas rojas que ofrecen la uniformidad de la sumisión. No se trata de convertirse en abogado de casimires y pañuelos ni de sacramentar formalidades sino de reivindicar que nuestro país debe regresar a que sus figuras públicas conserven al menos en su aspecto el ejemplo. Hasta los curas huyeron de la sotana que les daba una importancia indiscutible. El último en sotana, impecable, era el padre Pinto en el tercer piso de la UCAB.

Rebeldes y comeflores dirán que el hábito no hace al monje. Cierto, pero cómo lo ayuda. Recomiendo también resistir numantinamente a que las camisas se lleven por fuera, que es el último triunfo de la vulgaridad. Alfredo Bryce Echenique comenta en sus memorias que en su formal Lima un par de zapatos podía convertir a alguien en ministro. Una vez almorcé en el Club Nacional de esa ciudad y a nadie se le olvidó la corbata ese día. El fenómeno no deja de ser mundial en principio. Allí están los Zuckerberg de diversos pelajes que en su afán de transformar el universo inducen a la aldea global a usar franelas apestosas y decoloridas, a arrastrar los pies, a despeinarse y a instalar mesas de ping pong en las oficinas. La informalidad es la cómoda residencia de las masas. Por ello la distinción es inevitablemente de pocos.

De los peores atuendos que puede llevar un hombre público es un mono de hacer ejercicios. La cosa está de moda entre los tiranos. Fidel Castro es la imagen de Adidas y quizás la fábrica alemana no ha caído en cuenta del prontuario de quien luce sus creaciones. Los funcionarios públicos venezolanos que acuden en peregrinaje a besar sus manos ensangrentadas, lo hacen también en la combinación deportiva. Recientemente uno de ellos acudió a arrodillarse ante él haciendo añicos la soberanía nacional. Inclinarse ante un genocida es celebrar sus crímenes y con poliéster peor. Hablando también de otros funcionarios, ya viene siendo hora de que Henrique Capriles se busque sus corbaticas porque además chamo no gobierna Venezuela.

Hey you,
¿nos brindas un café?