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Gusto por la basura, The Boondock Saints y la escuela de cine

En mi primer día en la escuela de cine un profesor llamado Roberto Pérez León, quien resultaría ser un hombre brillante, me pregunto cuál era mi película favorita. – Yo sé que no es muy buena, pero… The Boondock Saints- Le respondí. The Boondock Saints era mi película favorita hace unos míseros seis años. Para aquellos que no la han visto The Boondock Saints es una película escrita y dirigida por el infame Troy Duffy, protagonizada por Sean Patrick Flannery, Norman Reedus y Willem Dafoe. Cuenta la historia de dos hermanos, mellizos, que, por la gracia del espíritu santo (literalmente), se sienten obligados a convertirse en justicieros y erradicar todo el mal de las calles de Boston por medio de dispararle al mal en la cabeza de la forma más ceremoniosa  posible. Ha sido acusada de estar fuertemente influenciada por Pulp Fiction. Un arma es disparada accidentalmente, posee una narrativa no lineal y tiene abundante violencia gratuita. Es una película de culto, pero no es necesariamente una buena película, y cuando la vi, y esto es importante, no conocía nada mejor.

Después de decirle a mi profesor que mi película favorita era The Boondock Saints me respondió con un marcado acento cubano -Bueno… no pasa nada si te gusta la basura (Él usó una palabra menos halagadora) es importante disfrutar la basura, siempre y cuando estés claro que es basura…-. Woody Allen una vez dijo que Ingmar Bergman le confesó que antes de acostarse tenía que ver una película vacía y sin sentido como una de James Bond para poder dormir. Tomo consuelo en eso, y creo que ambas declaraciones tienen principios similares.

Mucho se ha dicho sobre la importancia (y no importancia) de asistir a una escuela de cine. Paul Thomas Anderson desertó después de dos clases. Tarantino dijo, célebremente, que él no fue a ninguna escuela de cine, pero fue al cine en cambio. Kubrick no asistió a una escuela de cine, ni Terry Gilliam. Tampoco fueron Nolan, o Kurosawa, o Cameron, o Jodorowsky o Scott. Pero Scorsese sí asistió, igual que Coppola, los Coens, Tarkovsky, Stone, Lucas, Aronofsky y Spielberg.  Como casi todo en la vida, la realización cinematográfica tiene infinitas formas de ser alcanzada. Tanto la ruta de la escuela de cine, como la ruta de la no-escuela de cine son experiencias distintas de adquisición de gustos, y el estudio en cualquiera de esos caminos es un requerimiento. Ausencia de escuela no implica ausencia de educación, especialmente en este mundo de acceso instantáneo y uber conectividad a la información. La educación es la principal protección contra la basura, y, paradójicamente, la basura despertó en mí las ganas de estudiar.

Pero, ¿qué es basura? Ensayos se han escrito y discutido sobre el gusto estético y sus orígenes y modificadores sociológicos y acondicionadores culturales y demás. Yo creo que nadie nace con un gusto por Tarkovsky, pero el salto de Michael Bay a Terrence Malick no es tan grande, yo soy prueba viviente. Y creo que hay belleza en eso. El consejo más común de un cineasta a estudiantes de cine es que salgan y hagan algo, que tomen una cámara y graben lo que sea. Yo creo en ese consejo, y creo también en su extrapolación. Salgamos y veamos una película de cualquiera, leamos un poema, intentemos entender una pintura, escribamos algo, diseñemos algo, comamos algo, admiremos, hagamos algo, lo que sea. Naveguemos el percudido mar de la creación humana y veamos a dónde nos lleva. Yo descubrí el brutal, visceral dinamismo de la cámara de Scorsese, la hipnótica simetría de Kubrick, los lentes color rosa de Woody Allen y el tiempo esculpido de Tarkovsky. Pero antes de todo eso descubrí a The Boondock Saints, descubrí sangre y tierra y vísceras y Willem Dafoe vestido como una prostituta y un gato siendo asesinado por una bala perdida y a Ron Jeremy haciendo de gangster. The Boondock Saints me puso dentro de un salón de clases, y dentro de ese salón de clases me presentaron todo un mundo de personas e información que desconocía.

Existe la tendencia de maltratar al mal arte (si es que existe tal cosa), lo demonizamos cuando el simple reconocimiento como tal es suficiente. Lo dulce no es tan dulce sin lo amargo. Y si me disculpan, iré a ver The Boondock Saints II: All Saints Day antes de acostarme a dormir.

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