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Hugo Japaze

GEORGES Y JOAQUÍN 

“¿Qué patria te diseñan? ¿Cuánta vida martirizan-oh, Líbano! -tu frente?”  Carlos Duguech

Llegar a Samay Huasi, la casona colonial de Joaquín, fue una odisea para Naguib Baaclini y Georges Sawaya. Atravesaron el jardín frondoso que parecía aun transitado por su original dueño el británico William Treolar.  La casona, impactante por su sencillez, estaba abrazada por el paisaje virgen como si este la acunara ante los embates de las inclemencias. 

 Samay Huasi o Casa del Reposo, era eso mismo: el lugar imprescindible de retiro del masón Joaquín Víctor González.

Allí, en Chilecito, en los años veinte del siglo pasado se produjo un encuentro entre Joaquín, Georges y Naguib. 

Quizás, lo que me llevó a escribir fue el anhelo impetuoso de un diálogo sobre temas sin agenda ni ataduras. Un permiso de hacerlo a ciegas, dejando que el tiempo y las épocas me llevaran hacia no sé dónde.

 Naghib Baaclini, los presentó.  Amigo común de ambos, sirvió para romper el hielo. Igual hubiera sido fácil, porque cuando se encuentran personas de prelacía siempre aparece la entidad del que está al frente.

Cuando Georges y Naghib ingresaron a la casona, cargados de regalos, el dueño de casa los condujo por espacios cálidos iluminados, a través de grandes ventanales, por el sol del mediodía. En ese mismo instante Joaquín pudo reconocer el aroma del quipe amasado a golpes de mortero y el fuerte olor fragante de la pimienta árabe.  El impacto aromático le recordó a Joaquín su vivencia previa con la colectividad sirio-libanesa, de tal manera que en ese mismo instante todo lo halló familiar.

−Adelante, por favor. Deben de estar cansados. Pongan sus pacas de algodón y bártulos en los dormitorios y los espero aquí con un mate bien cebado. Eso sí-advirtió Joaquín-, dejen esos manjares bajo mi protección.

−De ninguna manera Joaquín-bromeó Naghib-no te dejaré ni un segundo solo con nuestras comidas. Conozco tu glotonería por la comida árabe.  Nuestras nalgas están afectadas por la cabalgata. Un paseo por el jardín para respirar el aire puro de “tus montañas”, acaso no nos vendría mal. 

 Pasaron por delante de un tendedero desde donde pendían láminas parduzcas de charqui. Joaquín sació la curiosidad manifiesta de Georges explicándole con la didáctica propia de un maestro de escuela de qué se trataba, al tiempo que Georges encontró, en ese arte culinario, tan criollo, similitudes con la desecación de la carne de cordero en su tierra natal. 

−Doctor González … 

−Llámeme Joaquín, por favor. 

−Le agradezco haber abierto su casa para nosotros.    El agradecido soy yo. Mucho me honra esta visita que trae con ustedes, la tradición y la sabiduría de una civilización milenaria. 

−Recibo sus palabras como un elogio a nuestros pueblos, respondió Naguib. De inmediato tomo la palabra Georges.

−Veo, Joaquín, que nuestras patrias tienen mucho en común, aunque con diferencias de matices.

Joaquín se dejó llevar por su conocido genio indagador. 

−¿Podría decirme cuál es ese “algo en común”? Le pregunto esto porque la gente, en general, tiene el hábito de comparar cualquier cosa con la proa puesta en las diferencias y no en las coincidencias,

−Ya mismo le contesto sobre ese “algo en común”. Lo que nos une, lo que compartimos sin dudas, es la búsqueda de la libertad. 

−¡Nosotros queremos ser libres de las opresiones  otomana y francesa.

−Eso está claro Georges.

Naguib lo interrumpió ampulosamente a su amigo, el paisano libanés. 

−No es el caso de Argentina. Este país es libre e independiente desde hace más de cien años. 

−Entiendo tu punto de vista, Naguib, pero no es eso a donde yo apunto.  La libertad no es sólo reconquistar un territorio y gobernarlo. Es mucho más que eso. 

Georges, el poeta, calló un instante antes de retomar su palabra.

−La libertad es un don esencial, para la lucha inacabada contra lo propio y lo ajeno. Es el derecho inajenable de plenitud del hombre y de los pueblos. Es un fragor del alma que se transmite imperfecta a través del devenir. Ninguna generación dejará de luchar por ella porque la libertad deja su valer en logros cuya evidencia es el progreso… Perdón, hablé demasiado.

Joaquín saltó con interés ante la posibilidad de encontrar algo nuevo para sus luchas por el futuro de Argentina. 

Y lo encontró cuando Georges, un médico, graduado en la Universidad Americana de Beirut, retomó la conversación.

−Verá usted, Joaquín, cuando llegué a la Argentina hice lo que todo paisano hace cuando decide vivir en su nueva patria:  amarla e integrarme lo más rápido que pude a la sociedad que me acogió sin olvidar jamás mis orígenes. 

−Me siento urgido en darles las gracias por tener esa actitud para con nuestro joven país y en su nombre, lo recibo con beneplácito. Pero me gustaría que me siga contando de las cosas en común que usted encontró entre su país y el nuestro. 

−Le decía que cuando llegué a este bendito país quise amarlo y para ello debía antes conocerlo. Después de un periodo de trasplante y mientras revalidaba mi título de médico en la Universidad de Buenos Aires, un compañero me sugirió que, si quería conocer de verdad la Argentina, nada mejor que caminar la calle y leer el Facundo del cuyano Sarmiento. Y lo hice. Hice ambas cosas. Allí descubrí lo que tenemos en común: la libertad. La libertad concebida como esencia constitutiva e inseparable del hombre y de las naciones. 

Quizás esté equivocado, pero creo que la libertad se posee, se vive, se defiende y representa muchos valores más que son primordiales para la conformación del ciudadano. Así, los ciudadanos categorizan las condiciones inmanentes del hombre dando base a la dignidad personal y comunitaria. ¡Carajo, otra vez hablé de más!

−Según entiendo-se adelantó Joaquín-usted piensa que lo que tenemos en común es una lucha por la libertad de nuestros pueblos.

−Si, así es. La libertad para que la gente tenga la opción de elegir y defender su dignidad. 

−Por favor Georges, ahonde un poco más, porque no logro ver la relación que existe entre la lucha de un pueblo por su liberación contra un ocupante o agresor externo con lo que ocurre en el nuestro, que ya hace más de un siglo que expulsó al opresor.  

−Si, Joaquín, reconozco que tal vez no sea fácil explicar mi punto de vista. A lo mejor esté equivocado; y, si lo estoy, deberemos achacárselo a Sarmiento.  

−No se cure en sano, amigo, dele nomás. ¿Cuál es, entonces, ese lugar común que usted encontró para los fundamentos que defiende?

−Lo puedo expresar de este modo. Los árabes, como ya dijimos, luchamos contra una opresión externa archiconocida. Nosotros, los argentinos, porque ya me considero un argentino más, también luchamos contra otra opresión que, en este caso, es interna. Lo común, si me lo pregunta, surge evidente: ambos enfrentamos una lucha por la libertad que, como dije en mi momento de plena euforia, yo asocio a la dignidad. 

Impresionado por lo que sus oídos escuchaban, y sin ocultar su contento, Joaquín mirándolo a los ojos retrucó:

−¡Me encantó que haya dicho ”nosotros los argentinos!”, Georges.

 Por lo inesperado de lo dicho Joaquín le replicó en tono indagatorio:

−Aceptando su punto de vista como válido, le pregunto: ¿Quién es el enemigo primordial de esta nuestra Argentina?, me lo aclara, por favor.

−En realidad, lo aprendí de Sarmiento. Fue él quien rastrea e identifica al mayor enemigo de este país. Lo testimonian su literatura, su accionar político y su obra de estadista. 

En ese momento irrumpió Naghib, como el periodista que era del diario Eco de Oriente:

−Esperen, esperen, no vayan tan rápido que necesito tomar nota para la crónica que publicaré en cuanto regrese a mi oficina.

−Está bien Naghib, yo aflojo el talero. Pero le confieso que estoy ansioso por saber quién o cual es “ese enemigo” que el Facundo le reveló a Georges. 

Mientras esperaba la respuesta, Joaquín pensaba para sus adentros: por el trasplante y algo confundidos, ¿estarán tratando de recuperar sus pasados? Joaquín regresó a si mismo cuando oyó de boca de Georges:

 −El enemigo es, para mí, el mismo que para Sarmiento. Sin dudas, y claramente es la barbarie y sus consecuencias. La barbarie es el desprecio por la vida; el desconocimiento de las consecuencias de los  actos inmorales; la valoración equivocada según la cual el fin justifica los medios; la anestesia ciudadana frente a la corrupción política; la subestimación de la inteligencia cuando se la confunde con la viveza que no es otra cosa que la lacerante denigración para quien la práctica y para su víctima; ignorar el valor dignificante del trabajo; demagogias expresadas con verdades a medias sabiendo que son las peores mentiras; la degradación de la palabra… En fin, Joaquín, podría seguir hasta la aparente insignificancia que existe en el acto de lanzar un escupitajo en la vereda en estos tiempos en que nos acecha la tuberculosis.

− ¡Cuánto de cierto hay en sus dichos, estimado Georges! Cuantos significados tiene la palabra “barbarie” para usted. Me dejó pensando… Pero, y todo esto, más aquello que encontró leyendo el Facundo, ¿Qué tiene que ver con la lucha por la libertad?

−Se lo diré, consciente de que no soy dueño de la verdad. No se puede ser libre mientras la barbarie, en cualquiera de sus formas, tenga pretensiones políticas o se encarame en el poder. 

La lucha interna en la Argentina es, y lo repito, decididamente contra la barbarie. Esta variante de crueldad que se manifiesta en vastos sectores centrales de la vida nacional propicia a la corrupción como la gran protagonista. 

Joaquín V. González hizo un gesto raro, mezcla de desencanto y tranquilidad, mientras articulaba su retruque. 

−Disculpe, Georges, pero a ese “enemigo” ya lo conocemos. Y lo estamos combatiendo con mucha educación y cultura. Piense usted, y lo digo sin ínfulas de grandeza, que hoy en plena década del 20 del siglo XX nuestro país está encaramado entre los más prósperos del mundo.

Georges miró preocupado a su amigo Naghib pensando que había incomodado a Joaquín con sus tajantes definiciones. Naguib devolvió la mirada con un gesto de aprobación porque ayudado por su perspicacia innata vio en Joaquín V. González a un interlocutor sereno, incapaz de susceptibilidades banales ante la presencia de alguna discrepancia y respetuoso de la palabra del otro en el disenso. 

Georges se sintió respaldado y replicó a Joaquín. 

−La barbarie nunca desaparece. Es lucífuga, evasiva y de mil cabezas, como la Hidra de Lerna. Su derrota es, muchas veces como lo demuestra la historia, solo transitoria.  La barbarie, aun en retirada, deposita larvas en el mismo campo donde aparentemente fue vencida. Por lo tanto, siempre hay que estar alerta a la aparición de otra barbarie. La única posibilidad de eliminarla o atenuar sus efectos deletéreos es descabezarla con el concurso de una espada educativa empuñada por un Hércules moderno. 

−Está bien, Georges.

−Prefiero que me diga Jorge, en criollo.

−Le pregunto, ¿Usted cree, de verdad, que nuestra actual realidad de progreso sostenido está amenazada por el monstruo que supone a la barbarie? 

−Veo claramente a la amenaza en el mismísimo progreso que hoy tenemos y del que nos ufanamos los argentinos.

−No lo entiendo.

−Argentina tiene una clara historia de desencuentros no resueltos, que vienen desde los morenistas y saavedristas, y que permanecen postergados, subterráneos e inmunes a cualquier progreso. Usted los conoce muy bien y mejor que yo, porque sé de su amplio dominio de la historia argentina. Y, ya que estamos, le debo decir en homenaje a la justicia, que con su El juicio del siglo aprendí a conocer la patria. Me deslumbró.

−¡Cuánto me halaga que mi libro le haya sido útil! Más aún, viniendo de un inmigrante. Aunque, intuyo que su planteo vendrá por el lado de las ciencias políticas y sociales, ¿no?

−Sin dudas, pero piense también en las ciencias duras y en las tecnologías. Argentina es hoy uno de los países más ricos del mundo, por lo que es muy probable que la barbarie centrará su objetivo primordial en la corrupción y en el adoctrinamiento totalitario. Este atento, Joaquín porque el enemigo ya está en gateo para erguirse en otras formas que las del salvajismo descripto por Sarmiento y otros de la generación del ochenta. Hasta me animo a decirle que la futura barbarie será ilustrada, importada y, sobre todo, corrupta.

¿No es demasiado pesimista de su parte?

La barbarie tiene un sustrato primordial que son sus protagonistas carentes de una conciencia moral o ética de sus actos. Eligen, eslóganes, demagogias, trampas e inmundicias para arrastrar la masa que ignora su derecho a ser Nación.

 Soy optimista porque las barbaries, por más que a veces duran más de una generación, crean lo necesario para una resurrección de lo civilizado.

 En ese momento se abrió una puerta lateral de la cocina y una primera bandeja de platos diferentes en tamaños, formas y manjares le dio color al fuerte aroma de los ingredientes. 

−¿Vino o anís?

−En ese orden, por favor, después vemos.

−Ya lo saben-enfatiza Joaquín-me encanta la comida árabe. Hay algunos de estos manjares que no probé todavía. Por ejemplo, ese de color rojo rutilante que parece remolacha con tahine. Debe ser muy sabroso.

−Es extraño que un criollo, acostumbrado a las empanadas, al locro y al asado a la estaca, valore nuestra comida que recién se está difundiendo en el país.

−Muy simple, Naguib, muchos siriolibaneses se aquerenciaron en nuestra tierra riojana. Cuando acudo como huésped a alguno de esos hogares tengo el privilegio de deleitarme con esa comida mágica.

−¿Sabe que, Joaquín? Recién caigo en la cuenta. ¡Nos olvidamos del postre! Sabrá perdonarnos …

−No se preocupe Naghib, yo, por si acaso hice preparar ambrosia. De cualquier manera, me quedan debiendo la bahlawa y el cafecito a la turca con agua de azahares que me prometieron.  Por mi parte, lamento no poder brindarles un café cargado para la sobremesa. Todavía no llegó la provisión de la ciudad… Pero, eso sí, les ofrezco un buen té de boldo que es bajativo inigualable.

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