Somos una revista independiente que sobrevive gracias a tu apoyo. ¿Quieres ser parte de este proyecto? ¡Bríndanos un café al mes!
Francisco Martínez Pocaterra

Geniecillos de cartón y pabilo

Decía mi madre de aquellos que se califican a sí mismos de genios,
«habló la vaca y dijo mu».

¿Qué ocurre? De un tiempo acá el discurso opositor en Venezuela ha cambiado, y también su cobertura en los medios, esos pocos que aún sobreviven. ¿Qué cambió? Antiguos jefes opositores – no es casual que los llame así – ahora nos insinúan que es factible cohabitar con el régimen. Economistas se han dado a la tarea de vender una mejora que, en boca de los testigos, no existe o cuando menos, es muy difícil de tragar. Encuestadoras, porque en el mundo contemporáneo importa más la opinión de la gente que lo correcto, nos proponen una normalidad que ciertamente, nadie ve.

Podría decir muchas cosas. En todo caso, siempre especularía. Entiendo la diversidad de ideas que sin dudas convergen en la oposición venezolana. Unos más radicales, otros más tibios, y en el medio, infinidad de opciones. Suponemos que, en el pugilato descarnado por imponerse sobre los otros, en este momento una marejada de apaciguadores – llamémosle así – apabulla a otros que, carentes de éxitos, perdieron fogaje. Ignoro si es su actitud la más atinada y si en efecto el gobierno está dispuesto a rectificar. Al fin de cuentas, no he participado en los encuentros entre las partes, ni dicen mucho sus partícipes sobre lo tratado. No obstante, intuyo que no. Las evidencias indican que la élite, como ya lo ha hecho antes, recula por razones prácticas, pero en modo alguno rectifica sus dogmas.

Venezuela colapsó, lo demás son solo cuentos de camino, fábulas de iluminados y enajenados. Sin servicios públicos medianamente eficientes, sin una infraestructura decente, sin Estado de derecho, ¿cómo es posible producir? Hay, como lo manifestara hace un tiempo uno de los tantos economistas que declaran en los medios, una mejora comercial derivada de la flexibilización cambiaria y aduanera (que en cualquier momento el gobierno podría revertir). Sin embargo, resulta necio hablar de una estabilización alguna (en el foso, como lo expresó socarronamente por la red Twitter otro de esos economistas), porque en el abismo no hay más que una estepa yerma de la cual ya no es posible caer más hondo. En el colapso solo hay eso, estepas estériles.

Impedidos, acaso, de una estrategia diferente, de librar una lucha más allá de dar tumbos de un circo electoral a otro, y sin un proceso comicial antes del 2024, optan por lo más cómodo para ellos: cohabitar. Y para ello, urge desarmar el discurso que han venido voceando desde el 2002, aunque este, más que el alegato de unos cuantos, ahora tildados de extremistas, sea la viva recordación de tantas tragedias.

¿Sinvergüencería? ¿Corrupción? No lo sé. Sin embargo, la historia republicana de Venezuela está plagada de desvergonzados y sátrapas que del oficio político han hecho su propia empresa. Tengo razones pues, para dudar… para sospechar.

La ciudadanía desfallece. Una miríada de penurias la azota impíamente. El hambre y el desamparo han ocupado la vida de millones. La tragedia impregna sus vidas, y para ellos, el tiempo es una bambolla impagable. Creo yo, de hecho, que Venezuela no puede darse ese lujo. Mucho menos porque así lo requieren dirigentes cuya única ambición es hacerse de un cargo, primar sus intereses, y, acaso, los de unos partidos venidos a menos.

Los ciudadanos no merecemos semejante abandono.

No crea lo que no es, sin embargo. Estoy al tanto de los muchos obstáculos por sortearse en la construcción de una transición posible, y que, probablemente, lleve tiempo avanzar desde esta pesadilla hacia un orden mediantemente armónico. También sé, no obstante, que no es la dictadura chavista un mal gobierno, una gestión administrativa deficiente con la cual pueda pactarse algún arreglo. Me gana el terrible convencimiento de que la revolución obra como una organización criminal semejante a la de Al Capone o Charlie Luciano, como lo ha sugerido en estos días el profesor Moisés Naím.

Si somos simplistas, y tal vez debamos serlo; por un lado, está una autocracia iliberal déspota y cruel que no solo busca perpetuarse en el poder, sino que actúa como una organización delincuente; y por otro, emerge la necesidad de reinstituir la democracia liberal capaz de asegurarnos el desarrollo y la prosperidad que, pese a nuestros pecados y culpas, nos merecemos los venezolanos, y, sobre todo, le debemos a las generaciones futuras. En el medio apenas hay aridez y mediocridad… la estólida concupiscencia de los necios.

Esto solo será factible si renunciamos a las agendas particulares y, acallando los egos abultados como horrendos bubones de una peste, nos reunimos alrededor de un mínimo de ideas comunes que sirvan de pivote para un genuino orden democrático. Uno que responda a la doctrina y no a los dislates de geniecillos de cartón y pabilo.

Hey you,
¿nos brindas un café?