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Género y texto: desprenderse del lastre

El libro Historia de un deseo. El erotismo homosexual en 28 relatos argentinos contemporáneos (Bs. As. Ed. Planeta, 2000) con Selección, Prólogo y Notas bibliográficas de Leopoldo Brizuela (La Plata, 1963-2019) contiene una serie de narraciones de autores y autoras argentinos en las cuales el deseo homosexual es representado literariamente. Este punto no debe ser olvidado en literatura jamás. La ficción es ficción. No es ni un diario, ni una revista, ni un ensayo, ni un tratado sobre la sexualidad que aborden la así llamada realidad de naturaleza constatable, desde una perspectiva referencial. Ni tan siquiera un diario íntimo de un escritor o escritora lo son. La ficción, en todo caso, nace de una búsqueda de la expresión a partir de una dimensión del orden de lo imaginario que no es ni verdadera ni falsa sino, a lo sumo, verosímil o inverosímil. Cada texto, cada autor o autora y cada época construyen diversos verosímiles, según variables de diferente orden, verosímiles a los cuales se ajustan unos y no otros textos. La ficción está construida a partir de lenguaje, que mediante un determinado trabajo de escritura (esto es, de operaciones semióticas, sobre los signos) deviene lengua literaria, como resulta evidente. Tanto en el proceso de génesis como en el de escritura interviene la imaginación creativa, junto con la inteligencia, los saberes y el oficio del escritor o escritora. Esos textos serán más o menos elaborados según los casos y el talento propio de quien los escriba. La escritura consiste en un espacio de libertad subjetiva en el seno del cual todo vale. O casi todo, para ser más exactos. Dependerá de la censura y autocensura de cada autor o autora (en función de la época, de su subjetividad, del funcionamiento del sistema literario en una determinada etapa del tiempo histórico de una ciudad, de un país en el seno del mundo). Qué esté penado (por la ley penal o la exclusión social), y qué no lo esté en un determinado momento. Y del funcionamiento del campo intelectual. Que Leopoldo Brizuela concentre su atención en relatos argentinos contemporáneos resulta a mi juicio sintomático. Evidentemente este tema no era nítidamente visible de modo previo en las tramas de la literatura al menos argentina anteriores al siglo XX. Se trataba de una zona de la ficción en estrecha relación con la serie social (en palabras de Tinianov) no cartografiada por el arte literario. Ni por la crítica ni por la teoría literarias tampoco. Los estudios de género en Argentina y América Latina estaban todavía en estado de incipientes búsquedas, en etapa de conformación hacia fines del siglo XX. Pero ya daban señales de una pujanza como demanda a una realidad social que había dejado de reprimirse. Si bien él en el Prólogo menciona unos pocos casos, más excepcionales que frecuentes durante el siglo XIX, que han quedado testimoniados y han sido sancionados, se trata de capítulos inhabituales. La literatura no se hacía cargo de esa experiencia de la vida privada porque esa misma vida privada no se podía hacer pública, esto es, no podía devenir social. Y no podía hacerlo por motivos evidentemente de censura o autocensura. Producto de la serie social terminante de naturaleza prohibitiva.

Que este libro irrumpiera en la esfera pública (estamos hablando de un autor y de una editorial muy influyentes) permite advertir de qué modo se había comenzado a hablar de esta clase de problemática, categorías como la de género ya circulaban, se habían empezado a cuestionar paradigmas y a impugnar hegemonías. A circular en tanto que discursos sociales adoptando diferentes formas. A instalar una problematización acerca del arte y las representaciones de la sexualidad durante las distintas épocas. En un proceso de revisión de la libertad de expresión y de acción. Y también, a partir de nuevas representaciones de la sexualidad, a repensar la serie social a partir de ellas. Entre otras cosas, a revisar la heteronormatividad, lo que se ha dado en llamar también la heterosexualidad obligatoria o compulsiva, asociada en buena medida al ideal reproductivo. Ideal que, como es obvio, permite la propagación de la especie humana. Tal vez sea esa una de las razones por las cuales la homosexualidad esté estigmatizada de modo tan encarnizado, al igual que las personas solteras son objeto de escarnio o también las parejas que son estériles suelen ser marginadas de la socialización. Pero también se automarginan. Se trata de grupos que la sociedad tiende a marcar negativamente. Pero también en relación directa con estereotipos de género. Se recurre, como repercusión inevitable, al ghetto. Al confinamiento y al encierro endogámico.

Lo cierto es que es el año 2000. Un nuevo milenio comienza. Y si bien ya las sufragistas habían iniciado con sus reivindicaciones tempranamente hacia los años ’30 en Inglaterra, Virginia Woolf y Simone de Beauvoir desde sus respectivos foros, y a trabajar para sistematizar el legado femenino de una tradición silenciada, en Argentina figuras como Alicia Moreau de Justo y Cecilia Grierson, Alfonsino Storni desde la literatura, Victoria Ocampo otro tanto, las formaciones sociales en el territorio de la experiencia social se presentaban bajo un imaginario de combate. En particular en el caso de las mujeres.

Se habían comenzado a fundamentar los principios del movimiento feminista. Simone de Beauvoir hacía irrumpir en la escena pública la figura de la lesbiana (entre muchas otras figuras, incómodas, perturbadoras, lo que naturalmente la granjeó de inmediato la antipatía cuando no el repudio del establishment así como agitó las aguas de modo escandaloso). Habría un largo camino por recorrer antes de que se llegara a una mirada de la sexualidad y del género desde una perspectiva más comprensiva, más tolerante, menor discriminatoria, y más respetuosa.

También Oscar Wilde, no por casualidad citado por Brizuela en su Prólogo, cerrando con él en una evocación, había protagonizado un caso que en la esfera pública había sido tan significativo como escandaloso. Visibilizó tramas de la sexualidad ocultas en la Inglaterra victoriana. Y también fue una figura que delimitó el contorno de un deseo a nivel social que había permanecido velado pero sin ser inexistente. Sancionado y criminalizado por el régimen, Oscar Wilde pagó con la cárcel el elegir libremente con quién quería compartir su vida. Borges, en el Prólogo a la Obra crítica de Wilde recuerda que éste le había confesado a André Gide que había querido conocer “el otro lado del jardín”. ¿Sería el Jardín del Edén en el que Adán y Eva habían caído, tal como le sucedería a él?

Hoy en día en Argentina la ley ampara el matrimonio igualitario y la adopción por parte de parejas o matrimonios homosexuales. También de personas solas con distintas identidades sexuales si cumplen con ciertos requisitos. No estoy debidamente informado, pero doy por descontado que también hará lo propio en lo relativo al orden de lo patrimonial.

Lo que se desprende implícita y explícitamente (porque esto queda esbozado en el Prólogo, palabras más, palabras menos) de la presente antología es que resulta una reflexión en profundidad acerca de escritura, deseo e identidad sexual. Porque dado que no todos los integrantes de la antología son homosexuales, pero sí producen relatos dentro de los cuales ese deseo aparece representado literariamente, se pueden tejer varias hipótesis interesantes. Tomo dos. La primera, es que un escritor o escritora con oficio es capaz de manipular el deseo contenido en un texto, representado en él, que en él hace acto de presencia bajo la forma de un impacto en el lector o lectora, más allá de cuál sea el suyo. Esto es: su deseo es también otro deseo que no es el que lo define desde su identidad. Se vuelve capaz de intervenir la representación del deseo en un texto a los fines que él se lo proponga desde el orden de lo imaginario. Si creativamente le interesa producir un texto en el cual emerja el deseo homosexual, lo hará. Si no lo desea, no lo hará. La literatura también es una cuestión deliberada, en especial si se la viene ejerciendo desde hace ya muchos años por parte de un autor o autora con oficio. Y así como algunos eligen que la homosexualidad aparezca en sus ficciones (caso Pedro Lemebel, caso Néstor Perlongher, caso Manuel Puig, entre muchos otros) habrá autores o autoras que elijan que eso no suceda. Por autocensura o no. Eso dependerá de cada quien y doy por descontado que forma parte del derecho a la libre expresión de un escritor o escritora. Si estamos hablando de autores con formación e información, con capacidad de escritura proba. Ya no estamos hablando de un espontaneísmo ingenuo de principiantes según el cual uno escribe sin consciencia, entre muchas otras, de género. Estamos hablando de un trabajo a fondo con el lenguaje, con el deseo que lo configura, con la construcción de un texto desde una retórica, con sus procesos, desde determinadas hablas sociales y privadas, figuraciones, metaforizaciones, también en relación con el género, representaciones del cuerpo, a veces intervenido, pensando acerca de las reflexiones que tendrá en el deseo quienes lo lean. Del deseo construido a partir de una cierta economía de la representación que no será la misma según cada autor ni el deseo del género que aspire a representar. Este es un primer punto crucial a mis ojos. El trabajo con el lenguaje en el orden de la ficción habilita desde la libertad subjetiva (si no hay tabús, si bien ese tema resulta un punto difícil de sortear por completo para cualquier autor o autora, me parece hasta en los casos más audaces) a hacer irrumpir sin censuras el deseo que, precisamente, se desee construir en literatura, para el caso, un relato. Sin gestos forzados o estilizados, un autor perfectamente puede con un deseo que no sea el de su identidad sexual construir el deseo de otra identidad de género. Por el otro, si no estoy mal informado, hay una teoría de Sigmund Freud que informa acerca de una bisexualidad fundante o constitutiva de la identidad de todo sujeto, varón o mujer. En tal sentido, todo varón podría manifestar por lo tanto deseos eróticos hacia una mujer, toda mujer hacia un varón. Pero también hacia su propio sexo, en forma más o menos reprimida o en forma más o menos abierta, según los casos. Esta idea vendría a reforzar la hipótesis anterior. Porque a partir de la posibilidad de desear a alguien del propio sexo, un sujeto (varón o mujer) puede jugar libremente, manipular con más destreza aún ese atributo si así se lo permite precisamente para trabajarlo en la elaboración de la ficción. Con distintas representaciones de los roles de género. Lo que me interesa subrayar y dejar bien en claro, es que en la representación del deseo en el marco de un texto, la voluntad también resulta crucial. No existe un determinismo textual. La representación del deseo forma parte de un conjunto de toma de decisiones y de una posición consciente de autor o autora. De organización del discurso, de las hablas, de los lectos de grupo, las posiciones, los énfasis, los procedimientos experimentales, los narradores, los puntos de vista, los rasgos de carácter que decida atributivamente predicar de cada uno de sus personajes siguiendo una conformación discursiva de carácter identitario.

Por otra parte, un texto no sería un punto válido de referencia o de veracidad a la hora de definir la identidad sexual de una persona (en caso de que alguien concibiera la peregrina de que así lo fuera). Porque un escritor o escritora podría escribir sobre erotismo heterosexual, erotismo homosexual, bisexual o toda clase de variante de intercambios que se pudieren presentar entre seres humanos sin ser esencializados. De modo que el lastre identitario marcado por el género no sería válido para el caso de la ficción. En la literatura sostengo esta hipótesis. Otro prejuicio desbaratado, dentro de un largo etcétera que este mundo tiene, a mi modesto entender, que revisar para eliminar de su amplio repertorio mediante contenidos superadores que permitan una convivencia en mayor armonía y equidad.

Este libro viene también a poner en evidencia una serie de subtextos que por debajo de otros no se dejaban leer de forma explícita pero sí circulaban bajo distintas formas sutiles. La antología, en sentido muy distinto, podría ser pensada como el relato de un deseo sin que no ha tenido forma narrativa antes porque no podía ser escrita, no podía ser pronunciada bajo la amenaza de la interdicción. La prohibición cundía y el relato de del deseo homosexual era inenarrable. ¿Por qué? Sería la pregunta más certera para un caso como este. La respuesta es clara: no había una voz con principio de autoridad para hacerlo. Había mordazas, había silencios, había susurros pero no había relatos con historias concretas. Hasta el territorio de la imaginación estaba reprimido. Sin posibilidad de ser quien se es. De desear lo que se desea, de no poder ser representado porque no hay autorrepresentación tampoco, el deseo homosexual era invisibilizado y descalificado. Entonces Leopoldo Brizuela desde el gesto de la rebelión pero al mismo tiempo afirmando que no todo es tan simplista como parece, narra un deseo, que existe en toda la comunidad. No solo en una minoría descalificada. Del subtexto hemos pasado, por fin, al texto. Y, de allí, quizá, al intertexto, lo que resulta más complejo, pero más sutil aún. Operaciones que la ingeniería de la escritura desata, de manera definitiva.

Menciono los nombres de algunos autores y autoras compilados por Leopoldo Brizuela: Ricardo Piglia, Martha Mercader, Luisa Valenzuela, Sara Gallardo, Julio Cortázar, María Moreno, Silvina Ocampo, Abelardo Castillo, Angélica Gorodischer, Juan José Hernández, Manuel Mujica Láinez, Manuel Puig, Marcelo Birmajer, Jorge Asís, Héctor BIanciotti…Y las firmas siguen.

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