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Freddy Javier Guevara
Freddy Javier Guevara Entrevista

Freddy Javier Guevara: El hombre es un ser irracional domesticado por la cultura

NUEVA YORK: Encontró a Jung siendo todavía un adolescente y ese encuentro le cambió la vida entera. Freddy Javier Guevara recorrió el camino de la psiquiatría a sabiendas que su objetivo era ser psicoanalista junguiano. En ese entonces, en su país, Venezuela, la única manera de lograrlo era estudiar en Suiza o en Estados Unidos; meta imposible para Guevara, quien ya tenía la responsabilidad de una familia. Tras ejercer durante un tiempo psiquiatría, surgió, finalmente, la Sociedad Venezolana de Analistas Junguianos en Venezuela (SVAJ) y pudo lograr su sueño. Actualmente pertenece a la Asociación Internacional de Analistas Junguianos IAAP y dedica su tiempo y pasión al análisis de los individuos así como de las sociedades.

“Soy muy curioso de la conducta humana…”, nos comenta en una tarde fría, frente a una taza de cappuccino en el café acogedor y discreto del Rubin Museum, “…comencé por observarme a mí mismo, estudiando mis propias complejidades, cosa que considero fundamental para cualquier psicoterapeuta, y también las complejidades de las otras personas”.

 

Carl-Jung
Carl Jung

 

Muchos de tus estudios han estado focalizados en analizar las sociedades, sobre todo la venezolana. ¿Qué opinión tienes de lo que ha pasado en estos años desde el surgimiento del chavismo? ¿Existen paralelismos entre Chávez y Trump?

Analizando Venezuela desde una perspectiva personal, sin pretensiones, porque tampoco tengo la verdad en la mano, creo que lo que ha pasado constituye un caso que tiene características particulares. Considero que Venezuela es como un laboratorio psicológico, pareciera que estuvieran poniendo constantemente cosas allí, experimentando diferentes situaciones sociales para ver cómo reacciona el colectivo, qué tipo de conducta va a adquirir en un momento dado. Creo que durante mucho tiempo se hablará de lo que pasa en Venezuela y cuando trascienda lo que allí sucede será materia de estudio en las universidades desde todos los ángulos: antropológico, sociológico, político, histórico y psicológico. Entre otras cosas porque es la sociedad que los académicos de Estados Unidos deben estudiar para observar en vivo las consecuencias de un gobierno autoritario, destructor de las instituciones y populista y tener en cuenta los mecanismos que utilizan para lograr esos objetivos. La destrucción de las instituciones primero, el ataque a los credos religiosos propios y ajenos si no están de acuerdo con quien ejerce el poder y la toma de los medios de comunicación son imprescindible para establecer un régimen autoritario. A mí me llama mucho la atención el ataque que el Sr. Trump tiene contra el nuevo conductor del reality show El Aprendiz (The Apprendice), el Sr. Arnold Schwarzenegger. Mi pregunta ante este hecho es: ¿será que quiere que le devuelvan el programa? Es posible que quiera un Aló Presidente. Y para finalizar, la destrucción de la columna vertebral de la sociedad, es decir de los derechos civiles. Luego de eso, la gente se convierte en una masa fácilmente manejable. Es el guión que ha seguido Venezuela desde 1999.

 

Si bien sea entendible el entusiasmo y afecto que acompañaron a Hugo Chávez en sus primeros años de gobierno, es bastante difícil comprender la permanencia de ese sentimiento al pasar de los años y en una situación tan deteriorada.

Presumo que en nuestros países existen heridas no resueltas en la psique del colectivo. Las de Venezuela, antes de la Era Chávez, podrían ser la que llaman “deuda social” que está allí ante nuestros ojos, entre los ranchos y casas de latón. Son la pobreza y la marginalidad que se ubican en un extremo. Por el otro extremo, existe en nosotros los venezolanos una condición psicológica en el aspecto colectivo, una puerilidad histérica que se expresaba y se expresa en una actitud infantil, superficial: todo era chévere, lindo, todo una piñata, una merienda, las fiestas a todo dar, el derroche del dinero, los viajes al exterior… Miami. Esos dos opuestos creaban una tensión irreconciliable. Con todo lo destructivo que ha ocurrido, todavía quedan algunas personas que anhelan eso como una especie que se niega a la extinción. Se vivía en una burbuja de superficialidad. Como telón de fondo a esa realidad, la ficción de la riqueza petrolera que desde siempre ha creado la convicción en el venezolano de pertenecer a un país rico, lleno de dinero y, como columna vertebral de la sociedad venezolana, el mito de los héroes. No es una crítica, esa condición psicológica nos pertenece y si no lo reconocemos no va a suceder, si es que sucede, una evolución a partir de esa condición. Por debajo iba corriendo una sombra que nadie quería ver, una sombra que no se reconocía con esa superficialidad que cada vez se expandía más. Esa sombra tenía su expresión en emociones ocultas en nuestra cotidianidad: la envidia y el resentimiento, dos sentimientos que mueven el colectivo aún hoy. El incremento de la pobreza general y esas heridas en el alma del colectivo que agrupaban a los marginados de la sociedad eran imperceptibles para los dirigentes. Sin embargo, estaban allí como al acecho, socavando las estructuras de la sociedad y esperando el momento y el instante en el cual asaltar la vida social de la Venezuela de aquel momento que todavía era pudiente.

Cuando aparece este señor, Chávez, en la esfera política venezolana, él ofrece desde un punto de vista simbólico y mesiánico la reconciliación con los olvidados y marginados, con los desheredados, con los que no tienen voz y ningún tipo de poder. Eso fue comprado inmediatamente, es el pan nuestro de cada día en todos los países del mundo. Los pobres, los marginados, los indignados, los resentidos. Chávez capitalizó esa fuerza y cuando la gente elige movida por esas circunstancias o por esas razones siempre elige mal, termina escogiendo lo opuesto de lo que le va a convenir en el futuro. Este movimiento no empieza con las elecciones de Chávez en el 98, empieza a partir de los sucesos del ‘92. Eso quiere decir que tenemos aproximadamente unos 26 años en este proceso histórico.

 

En tus escritos hablas de la importancia de los mitos: ¿hasta qué punto en la sociedad venezolana hubo una regresión al mito?

Las nuevas propuestas que necesitaba la sociedad venezolana ante el reto de ser moderna e inclusiva desde el punto de vista social no obtuvieron respuesta de los gobiernos anteriores a Chávez. Esa falta de respuesta creó el vacío entre el colectivo y sus gobernantes, la sociedad apeló, como siempre pasa en esos casos, al mito; el mito es seguro, es nuestro cuento, es lo que nos han contado nuestros abuelos, tatarabuelos…. El mito es lo que hemos sido y, en cierta manera, somos. García Pelayo hace referencia al mito cosmológico, es decir, al mito que se construye cuando los pueblos dejan de ser tribus y pasan a organizarse un poco más. En términos sencillos el mito expresa que hay dos niveles, el celeste y el terrestre; lo que está arriba tiene su contraparte con lo que está abajo, lo que está en el cielo debe tener su paralelo isomórfico con lo que está en la tierra, siendo lo que está en el cielo lo que representa lo sagrado y lo divino y la jerarquía de los poderes terrenales una representación de los celestiales. Cuando hay esas regresiones tan brutales, lo mitológico se vuelve preponderante y el mismo García Pelayo en una cita posterior del mismo libro dice que solo fue en la ilustración griega del siglo quinto antes de Cristo cuando se racionalizó la política y apareció la consciencia de la tensión entre el mito y la razón. El mito está allí siempre, además está conviviendo con la razón, ya que somos irracionales por naturaleza. Al contrario de lo que piensa la gente, el hombre es un ser irracional que ha sido domesticado por la cultura.

En Venezuela empezamos a retroceder hacia los bolivarianos, hacia el mito original de la república, hacia los héroes que nos van a salvar, que nos van a sacar de esta situación. Chávez se hace un baño muy psicopáticamente de ese mito y, de forma muy tramposa, intenta representar lo que es el mito originario de la república. Lo intentó, pero no pudo; lo suyo fue un engaño. Quiso representar ese mito, y por un momento lo logró, ocupó el símbolo de referencia para los venezolanos. Lo que pasa es que cuando una persona se identifica con lo simbólico, pero es inadecuada por sus mismas características de personalidad termina siendo insuficiente para llenar esa expectativa de ser un mito. Chávez se identificó con el mito y lo explotó, pero él resultó inadecuado porque detrás había una gran ambición de poder, una gran falsedad, al final él mismo se creyó un mito, se creyó su propio cuento. Aprovechándose de las necesidades de sectores marginales de la población venezolana se apoderó de ellos, pero cuando el símbolo lo ocupa alguien falso y luego por fuerzas naturales desaparece, todas las estructuras que deja se quiebran, desvanecen.

 

Sin embargo, en este caso las estructuras no se quebraron porque Chávez murió, pero su mito sigue vivo.

Diría que no, las estructuras se quebraron y por eso hay este caos. Sus partidarios tratan de transformar su recuerdo en un mito, por eso le dan adjetivos como “el galáctico”, “el eterno”. Tratan de sostener el mito que ya no existe, llevarlo a lo divino.

La población se resiste a alejarse del mito del país rico en el cual una oligarquía despojó a los pobres de su bienestar. Salir de una regresión es muy arduo. Encontrar el hilo de Ariadna para salir del laberinto del Minotauro es difícil y se requiere de mucho trabajo. Nada se obtiene a la fuerza, es necesaria la concientización del colectivo acerca de su propia realidad y carencias.

Lo mitológico siempre esta allí y Chávez fue un asidero, un clavo caliente del colectivo del cual se agarraron gran parte de los venezolanos. Todos los venezolanos tenemos a un Chávez adentro para bien o para mal. Hoy en día hay altares que lo recuerdan porque han tratado de deificarlo. El mito, si es que fue un mito o lo que quiera que sea que el haya representado, se está destiñendo. 

 

En tus escritos hablas de la relevancia que han tenido los mitos en unas escogencias electorales que a la larga fueron sumamente destructivas…

Cuando te vas hacia el mito de forma unilateral, como polo opuesto, el otro polo lo racional, se transforma en sombra, en oscuridad, para decirlo de manera sencilla. Es lo que pasó en la Alemania nazi. Los alemanes volcaron toda su racionalidad en destruir, dañar, porque se habían polarizado hacia el otro lado, hacia el lado mítico, para conservar el mito ario, lo sectario y lo fanático. En ese caso la razón adquiere una fuerza destructiva. Cuando estamos en el lado mítico de la existencia lo racional tiene que servir a lo mítico, no importa cual sea la realidad, lo importante es lo mítico. Cuando hablamos de lo mítico, estamos aludiendo a que las regresiones pueden llegar hasta tiempos preolímpicos, entrando en el mundo de los titanes que se devoraban a sus hijos y en el cual la única ley era la barbarie. Al estar allí en esos ámbitos de regresiones tan profundas y distantes, lo que vale es la barbarie y todo lo racional se transforma en un servicio para la barbarie.

 

Generalizando en el discurso, pareciera que la humanidad en lugar de ir hacia delante está en un grave retroceso. Existe un recrudecimiento de la intolerancia hacia la diversidad, hay personas que matan por una idea religiosa, hay un auge de nacionalismos: ¿qué está pasando?

Cuando los retos psíquicos que tiene la humanidad debido a la globalización son tan grandes parece ser que las naciones con sus ciudadanos prefieren la regresión a los nacionalismos. Se sienten más seguros. Lo de las religiones es muy delicado, la palabra religión viene del verbo latín religare. Hay diferencias entre los lingüistas con este verbo, y si  de allí viene la palabra religión, pero lo que significa es “atar una cosa con fuerza”. Para algunos pensadores romanos del siglo III d.C esto tenía un significado existencial, era el vínculo del hombre con la trascendencia, pero para tener relación con eso que se llama “trascendencia” el ser humano debe tener consciencia, debe estar atado al sí mismo, al ser, en todo caso ese es el sentido de lo religioso, si es que tiene alguno. Yo también soy religioso, pero porque tengo una relación conmigo mismo, con mi interior, con mi mundo personal, pero cuando hablamos de la religión como un dogma que un grupo debe creer y seguir, estamos hablando de otra cosa. Yo creo que la religión existe porque nuestros ancestros tuvieron que enfrentar la muerte. Imagina qué grado de vulnerabilidad e indefensión deben haber sentido frente a lo inmenso, inconmensurable de la naturaleza de la muerte. Deben haber mirado al universo e imaginar que existía un más allá, algún lugar donde esa persona muerta podía dirigirse; a partir de eso, comenzó lo religioso en nosotros. Es una complejidad inherente, arquetipal al vivir humano. Por otro lado, la imaginación del más allá los indujo a elaborar mitos. Los dogmas son petrificaciones de esos mitos, que servirían luego para cohesionar a un grupo, a una tribu.

 

Las sociedades anglosajonas siempre han sido consideradas muy racionales, casi inmune a esos males que aquejan a las sociedades latinas. Sin embargo, asistimos al surgimiento de un personaje como Donald Trump quien, para llegar al poder, construyó un discurso populista basado en los miedos, rabias y resentimientos de la sociedad norteamericana. Pocas son las diferencias con otros líderes latinoamericanos: ¿cómo lo explicas?

Tengo entendido que el fenómeno del populismo no es completamente desconocido en Estados Unidos. Hay un tipo de populismo que se originó a finales del siglo XIX, el Partido del Pueblo que retó a Demócratas y Republicanos. De allí, el populismo ha aparecido en este país cada cierto tiempo, por lo que se deduce que esa forma de gobernar tribal e irracional puede aparecer en cualquier lugar. Lo irracional pertenece al ser humano, venga de donde venga.

Siempre me ha interesado lo que pasa en Estados Unidos porque, entre otras cosas, es un país al que respeto mucho. Aquí las cosas funcionan y eso hay que apreciarlo. Pero también hay que subrayar que para llegar a ese nivel de eficiencia en un lapso histórico tan corto, desde el momento en que se constituyeron como nación en 1776 hasta nuestros días, o sea en un lapso de 240 años (breve espacio en la historia de la humanidad), los norteamericanos han tenido que reprimir muchísimo, a nivel consciente, todo lo emocional. Para llegar a ser la primera potencia del mundo han tenido que hacerlo mucho más, porque cuando se tiene un único objetivo y todo se concentra en eso, lo demás queda afuera: no vale. Lo único que  importa es la meta: ser una potencia mundial. Eso atrofia la capacidad de valorizar lo diferente. La valorización en términos analíticos junguianos, es decir, lo que se denomina función de feeling es uno de los aspectos psicológicos que la humanidad ha tardado más en alcanzar. En un ejercicio intuitivo, he hecho un paralelismo con el desarrollo del lóbulo frontal, la última parte del cerebro en ser adquirida.  Para poner un ejemplo sencillo, tiene relación entre otras cosas con aceptar que el otro, la otra persona que está frente a mí, es diferente, tiene un valor intrínseco porque reconozco en ella la diferencia en su actitud y comportamiento y le doy ese valor. A partir de allí puedo establecer cuales son los aspectos con los cuales puedo ponerme de acuerdo y con los que no. Cuando se atrofia esa función psíquica, entre otras cosas, se cae en las generalizaciones y no hay diferenciación de emociones. Todo el mundo es igual, “Los mexicanos son todos unos ladrones y violadores, los musulmanes son todos terroristas”, así son algunas de las apreciaciones de ciertos dirigentes norteamericanos, y de cierta forma, una parte de los políticos de la derecha conservadora han actuado así. También en una parte de la población de los Estados Unidos la función de feeling renquea, lo demostraron las elecciones.

Obama, muy a pesar de todos los errores que pudo o no haber cometido, será apreciado siempre por ser un hombre íntegro: en él hubo respeto por el otro, por el diferente; en él está muy presente la función de feeling. Con su manera de ser y proceder, intentó compensar el inconsciente colectivo del norteamericano, y para mí es uno de los mas grandes presidentes que ha tenido este país. Como consecuencia de la atrofia de esa función psíquica en los Estados Unidos el valor del otro tiene que venir siempre a través de la ley, la moral, la ética y el dinero, de esta forma se sostiene la carencia de feeling; es así como se sustenta y protege esa falta. Algunos historiadores anglosajones consideran que existe ventaja en el mundo protestante, que la ley está por encima del hombre. Estimo que eso es cierto, pero de forma parcial, pues en un mundo sin la función psíquica de feeling se puede desbordar la barbarie. Es indispensable que la Ley esté por encima del hombre. Algunos países latinoamericanos, por una u otra razón, están intentando asimilar esa enseñanza, pero no sin la función de feeling. La ley sin función de feeling es también una barbarie.

Cuando una nación ha crecido reprimiendo de forma intensa complejidades autónomas y emociones en su colectivo, tiene heridas muy grandes; el racismo es una de ellas,  también la supuesta supremacía del hombre blanco, la consideración del género femenino como secundario, considerar una realidad, la estupidez de lo políticamente correcto… todo eso está en el inconsciente colectivo del norteamericano; otro gran mito es el sueño norteamericano, son cosas que viven en el imaginario de esta sociedad. Trump les ofreció todo eso, algunas veces de forma directa, otras de manera indirecta. Rompió los esquemas. Se apegó al mito muy estrechamente, “no soy políticamente correcto, no me importa, aquí las cosas son así, vamos a hacer a América grande otra vez”. Son todos eslóganes vacíos, pero cuando se está en el ámbito del mito, que es irracional, la mentira y la verdad o las certezas tienen el mismo peso, forman parte del mito y al constituir parte de lo que es lo mítico, no existe desacuerdo. Que el Sr. Trump mintió o dijo medias verdades y sigue diciéndolas no es un asunto importante, él está dentro del mito del sueño americano, “un millonario que logró ser presidente de los Estados Unidos”. Millones de personas no alcanzan a realizar ese sueño, pero el sueño sigue allí. Son complejos del vivir psíquico, del colectivo norteamericano que al tocar la realidad rebotan, pertenecen a lo ficticio del origen de la nación. Y hay que decir que el mito es en sí mismo una realidad viva.

 

Las palabras o conceptos que Freddy Javier Guevara desarrolla con seriedad e igual pasión han creado una burbuja de la cual no quisiéramos salir. En el mientras, la tarde se ha disuelto en la noche, café y té fueron sustituidos por aperitivos, el silencio se ha llenado con el alboroto de un viernes en la noche y el ambiente se ha vuelto extravagantemente neoyorquino y casi surreal. El mito y la realidad se entrecruzan, se abrazan, se funden y, por un momento, sólo por un momento, se dejan ver en todo su esplendor.

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