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Fray Domingo Faúndez, el chileno que fundó su Iglesia (Parte II)

Justo estos días el fray está cosechando murtas, y me muestra una canasta de mimbre repleta, para su venta. Son bayas dulces que crecen en un arbusto mirtáceo y solo en Chile y el sudoeste de Argentina. Los mapuches lo utilizaban como santo remedio y también como manjar; acabó siendo uno de los favoritos de la reina Victoria a través de la mano de Darwin, pero su popularidad no se extendió y no se cultivó en grandes cantidades.

Este tipo de actividades son las que financia, en parte, la casa Ermo y la Iglesia de la Virgen Dolorosa a los Pies de la Cruz.

 —¿Por qué una imagen mariana? —le pregunto.

Me responde que, aparte de haber sido formado como fraile siervo de María, hay un versículo en particular que lo marcó. El 1:14 de los Hechos: “Todos éstos perseveraban unánimes en oración y ruego, con las mujeres, y con María la madre de Jesús, y con sus hermanos”. Sufriendo, bajo la sombra de su hijo que muere, porque así deben dolerles a los religiosos todos los marginados, pobres, excluidos y discriminados, dice. 

También es “devotísimo” de los santos servitas, es decir, los concernientes a la Orden de los Frailes Siervos de María (menciona a San Felipe Benicio, Antonio María Pucci, San Peregrino Laziosi y Guiliana Falconeri, de quien se dice a la hora de morir le colocaron una hostia en el pecho y esta desapareció). Tuvo la experiencia de dormir en la sepultura de muchos de ellos en su estancia en Italia; afirma que algunos de esos cuerpos están intactos, alejados de la pudrición de los restos mortales. 

—Mi conciencia es muy sensible a los temas actuales, —explica, —los homosexuales son hechos a imagen y semejanza de Dios. Quien opine lo contrario, anatema es. 

Las ideas del fray han incomodado a los jerarcas más tradicionales de la Iglesia Católica. Su tesis, que culminó en 1986, se tituló Las comunidades cristianas en los partidos políticos. En ella, fue muy crítico al personal eclesiástico basándose en sus estudios teológicos y la moral, llamándolos agentes de partido político que imponían un voto a los fieles. La dimensión ecuménica, se justifica Faúndez, le permite a la Iglesia ser abierta a los signos del tiempo, dialogante, que así debe ser. Defiende a las parejas en unión libre porque cree que, donde hay amor, está presente Dios. Asimismo, opina que gran parte de la discriminación a la población sexualmente diversa nace de la misma Iglesia. 

—Les insto que no se sientan distantes, tengan esperanzas que pronto llegará el cambio. Que la Iglesia reconozca que algunos de sus mejores ministros han sido gays. 

Eso sí, dice ser defensor de la vida desde su concepción: el aborto se le hace inadmisible. 

—Mis enemigos aludían que me hice protestante evangélico solo por estar separado del Papa. Nuestro rito sigue siendo el mismo de la Iglesia Madre, aunque evitando formulismos.

Aclara, por ejemplo, que las confesiones logran que el penitente tenga una conversión real e íntima.

—Con el tiempo, se acercaron obispos de tradición católica para apoyarme, hasta con el deseo que me incardine, —es decir, vincularlo permanentemente en una diócesis,—  cosa que yo no acepté. Me ofrecieron la consagración episcopal y nombramiento de Arzobispo Primado de la Iglesia que yo estaba fundando. Así sucedió. 

Ya menos formal, me dice que la Iglesia ya lo dejó tranquilo, que hasta lo valoran. El proceso de separación, sigue, lo hizo comprender aquellas parejas que se casaron enamoradas y acabaron separándose; aún siente aprecio por la Iglesia, dice, como veteranos divorciados que no se desean el mal.  

—¿Cómo ve la figura papal? —le pregunto. 

—La respeto. Lo reconozco como obispo de Roma. 

—¿Pero no al modelo de jerarquía?

—Jesús, al fundar su iglesia, no puso una pirámide. No. Una iglesia circular, una donde todos participan. La de ahora es humana, meramente humana, unos mandan y otros obedecen. Así no debe ser. 

—¿Y sobre el actual? ¿Qué piensa de Bergoglio?

—Reconozco que no le ha sido fácil. Encontró una fuerte oposición en lo interno de la Curia romana. Sin embargo, sostiene esa misma doctrina enajenada del Evangelio y un catecismo opresor. 

Entonces debo acercarme al asunto más espinoso. Tengo que preguntarle por los seis meses que vivió con Alex Escalante, imputado por el asesinato del padre Piccardo Olivos, quién está descontando veinte años de prisión. 

—Es como un hijo para mí. Sufro mucho.

Me relata que Escalante venía de otra ciudad, a mil kilómetros de Puerto Montt, huyendo del problema de drogadicción que asediaba su comunidad. De buena costumbres, educado y servicial, estuvo seis meses en la casa parroquial mientras buscaba la estabilidad de un empleo. 

—Y cuando consiguió trabajo conoció a Gonzalo Caetano. 

El otro imputado era un uruguayo quien, según declaraciones, fue el punto de contacto entre Alex Escalante y el padre Piccardo. 

—Era bello y limpio, de unos veinticuatro años. Estuvo enamorado de muchas chicas aquí y ellas de él. Pero le ofrecieron dinero fácil. 

En El Llanquihue recopila que la llegada de los muchachos al apartamento de Piccardo se dio alrededor de las dieciocho horas. Un conserje fue testigo que, una media hora después, Escalante “salió, quien tomó el vehículo Peugeot del sacerdote y se fue hasta el supermercado Jumbo a comprar un par de teléfonos celulares y volvió”. 

Un segundo conserje testificó que, durante el transcurrir de la noche, se escuchó música clásica a todo volumen. Al día siguiente, el padre Piccardo, que también era rector del Liceo de Hombres, no llegó a su trabajo. Más tarde, la empleada doméstica no pudo acceder. 

—Yo fui a declarar a su favor. Alex… Alex no es asesino, —insiste, firme de su convicción. 

Cuando el conserje, junto a un profesor preocupado del Liceo, entraron  al apartamento a través del balcón, encontraron una escena espantosa. El cadáver tenía los brazos extendidos, como si estuviese crucificado, amarrado un extremo a una perilla y el otro a la mesa del comedor. La caja fuerte estaba forzada. 

La investigación forense arrojó resultados confusos. Por un lado, la posibilidad de un daño axonal difuso, ya que se determinó que Escalante le causó un traumatismo craneal con objeto contundente. Por otro, una asfixia genérica (no se describieron los mecanismos que lo produjeron) o una asfixia posicional, al mantenerse horizontal mientras estaba inconsciente por el golpe.  

—No es asesino, —repite el fray Domingo Faúndez. 

La persecución tampoco estuvo libre de sobresaltos. Fueron once días en que Escalante estuvo prófugo, supuestamente con tres millones de pesos (aproximadamente cuatro mil dólares) que extrajo de la caja fuerte. Tan solo un día después del suceso el Peugeot fue encontrado en un parque subterráneo en un supermercado de Osorno (punto intermedio en Puerto Montt y Valdivia), lo que demuestra el ingenio de Escalante para escapar. 

En efecto, según se supo después, el joven se mantuvo al tanto de noticias y utilizó su atractivo natural para ganarse a la gente con la que se topaba. Durante todo el trayecto la fiscalía confesó que pasó sin ser detectado, hasta que cometió un error. Al llegar a San Vicente de Tagua Tagua decidió llamar a una amiga. La Policía de Investigaciones la detectó y, a horas de la madrugada, lo capturaron mientras utilizaba el transporte público para continuar su fuga. Una joven lo acompañaba y lo defendió, lo que demuestra el gran poder que tenía Escalante sobre las personas que iba conociendo. 

Fue llevado por vía aérea a Puerto Montt, donde lo recibió un grupo de seguidores de Benedicto Piccardo, gritándoles improperios. La popularidad del sacerdote fue un factor determinante en el juicio: ocho mil personas lo velaron en una marcha fúnebre que duró quince minutos. 

El Tribunal Oral de Puerto Montt decidió darle una pena de quince años a Gonzalo Caetano. Sin embargo, el cuatro de mayo del 2007, Escalante recibió la “pena de presidio en su mayor grado”, según explica un artículo de El Llanquihue. Es decir, veinte años de cárcel por ser autor de delito consumado de robo junto a homicidio. Ambos había estado en prisión preventiva desde su captura en enero del año pasado y poseían irreprochable conducta anterior, es decir, no habían cometido ningún delito penal. 

—Dos veces me llamó desde la cárcel, —confiesa el fray Domingo, —Alex tiene mucha gratitud hacia mi. 

Asegura, de nuevo, sufrir mucho recordándolo. 

—En vez de hablar de él, de cómo lo trataban en prisión, en vez de eso, me preguntó como estaba yo y que lamentaba mi situación. —Toma un suspiro, como para darse valor para revelar lo siguiente: —yo le colgué, me dio susto todo eso. 

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