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Fray Domingo Faúndez, el chileno que fundó su Iglesia (I)

Es habitual que el fray Domingo se despierte temprano para dedicarse a su huerto y a la crianza de aves, además de preparar las meriendas de los otros dos religiosos con los que convive. La casa Ermo (Faúndez se refiera a ella como caserón) se encuentra a dieciséis kilómetros de Puerto Montt, ciudad fundada en el siglo XIX por conquistadores alemanes, conocida por su crianza de salmones. La estructura, dice el fray, es de madera medieval: rodeada por hortensias, sobre el techo del recibidor hay un campanario rústico, troncos a manera de columnas y altares cristianos.

—Hay mucho arte, que yo he ido haciendo, —explica, —el Ermo es y ha de ser una casa religiosa donde se ora, se alaba a Dios y se intercede por los sufrimientos del pueblo que no tiene voz, silenciado por los opresores y los que manipulan a los pobres.

Domingo Faúndez creció como un campesino en el Chile austral, pero asegura que se desprendió de ese estilo de vida porque en el sufrimiento y dolor descubrió su verdadera vocación. Guiado por la determinación que lo caracteriza, ingresó sin dudarlo a la Orden de los Frailes Siervos de María, a pesar que su familia se burlara de sus pretensiones religiosas.

—El Ermo es y será una casa de acogida y refugio a los excluidos por todas las iglesias y de la llamada sociedad incluyente que no incluye a nadie.

La tranquilidad rural en que medita el fray estuvo antecedida por el escándalo.

—Aclaro, porque los medios lo han malinterpretado, que el Papa Benedicto XVI no me excomulgó. Fui yo el que me separé de la Iglesia. Comencé a no sentirme parte de una estructura eclesiástica jerárquica dominante, excluyente, con normas tan ajenas a las enseñanzas de Jesús que ellos cargan sobre el pueblo. La falta de testimonio de vida, un discurso puritano, una Iglesia separada de la gente con sacerdotes y obispos totalitarios que ahoga la presencia del Espíritu Santo, con apariencia de semidioses. Una Iglesia con ministros dominadores, que no permiten una verdadera y auténtica participación de los fieles, enceguecidos por la fama y el poder.

Según un comunicado de la Arquidiócesis de Puerto Montt, fue el siete de julio cuando se dio la dimisión total del fray Domingo. El texto recomienda su lectura para todas las misas y celebraciones de la Palabra el fin de semana del quince al dieciséis de septiembre de ese año. Explican que: el sacerdote dimitido pierde los derechos propios del estado clerical y queda excluido del ejercicio del sagrado ministerio. No puede celebrar la Santa Misa, ni bautizar, ni confesar, ni administrar la Santa Unción a los enfermos. Si llegara a celebrar matrimonios, éstos serán inválidos.

Excepcionalmente, por caridad, en caso de extrema necesidad (p. e. peligro de muerte, grave accidente) puede absolver válidamente a algún penitente…

El comunicado prosigue pidiéndole a la congregación ayudar a Faúndez a aceptar su condición de laico cristiano, es decir, no solicitarle ninguna actividad sacerdotal. También piden que oren por él y su serenidad.

Según el fray Domingo, la motivación para esta separación fue su acción pastoral, la cual definió como abierta, liberadora, acogedora, participativa, de comunión y fraternidad.

— Eso no fue aceptado por los demás sacerdotes y el Arzobispo. Además, de tener una postura crítica y haber denunciado al interno de las anomalías que están sucediendo al interior de la Iglesia. Buscaron todo tipo de acusaciones para removerme hasta suspenderme de todas las funciones como sacerdote. El argumento, que usaron para acusarme ante mis superiores y la Santa Sede fue, “desobediencia pertinaz”, argumentos basado en la mentira e injusticias.

Una de las causas más sonadas por la que Faúndez encontró rechazo fue su declaración en el juicio del caso Piccardo.

—El Decreto papal me llegó transcurrido diez meses de mi separación, decreto que me relegaba al estado laical, —se muestra afectado, asegura que revivir los hechos lo hace llorar,— me negué firmarlo por considerarlo como obra de Satanás por estar basado y fundamentado en la mentira.

El padre Benedicto Piccardo Olivos fue asesinado el quince de enero del 2006, en su departamento en la calle O’Higgins, en Puerto Montt. Al parecer, dos hombres jóvenes visitaban al sacerdote para llevar a cabo un trato carnal remunerado. Sin embargo, hubo un altercado al cobrar más dinero del acordado (según declaraciones), lo que llevó a que Piccardo fuera golpeado y muriera.

Cristian Caro, arzobispo de Puerto Montt, defendió la figura de Piccardo, recordando que además de ser una figura querida por la comunidad, solo uno de los acusados testificó respecto a actitudes homosexuales; el otro delcaró que se trató simplemente de un robo común y corriente. Su argumento se basó en que los medios reportaron el caso exclusivamente desde la versión sobre la prostitución masculina para dañar la imagen de la Iglesia.

El Llanquihue, periódico local, publicó un artículo al respecto en marzo del 2006. En él, se menciona al fray Domingo Faúndez, envuelto en la polémica del caso “luego de declarar en un medio radial” a favor de Alex Escalante, el imputado del homicidio.

No solo eso, en su calidad de párroco en Santa Cruz de Pelluco, Faúndez conoció a Escalante y le había ayudado a encontrar trabajo. En la revista independiente Sur y Sur, se transcribe la siguiente declaración del padre: “el error que cometió (Escalante) fue un accidente, tal vez por ganar plata fácilmente se equivocó, pero no creo que tenga sentimientos de homicida”. Esto llevó a que Faundéz fuera acusado de ser homosexual e inclusive amante de Alex Escalante.

—Mi intención nunca fue fundar una Iglesia, —confiesa.

La gestión no fue fácil. Existía la oposición de los romanos apostólicos, además de escasez de recursos. El fray Domingo asegura que, por intervención de la influencia y poder de los católicos, le cerraban todas las puertas.

—Pero, gracias a la Ley de Culto en Chile pude lograrlo, —la normativa constitucional garantiza que cualquier iglesia practique su propio ministerio, establezca su propia jerarquía y manifieste su doctrina,— sobrepasando todas las barreras.

La grey del fray Domingo Faúndez lo defendió durante el proceso de separación. Su popularidad y buen servicio se habían ganado el respeto de la gente. Aún así, encontró también una oposición aguerrida, contundente y con pocos límites. Una de sus seguidoras, según recoge El Llanquihue (el 30 de septiembre del 2007), fue amenazada de muerte. Gladys Flores recibió a medianoche una llamada que le hizo formular una denuncia formal a los carabineros, aunque también respondió con valentía, diciéndole a su agresor que la matara porque “total estoy medio aburrida de mi vida».

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