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Para Francis Bacon el cuerpo humano es un accidente

‘…el desencanto feroz de un testigo
que tenía detrás de la mirada la rabia de un siglo.’

En el invierno de 1992, Francis Bacon decide conceder su última entrevista a Michel Archimbaud; última porque así lo decidió Bacon al afirmar que hablar de pintura era imposible; sin saberlo moriría poco tiempo después en Madrid.

Cuando Archimbaud le preguntó cuáles eran los pintores contemporáneos importantes para él, Bacon le contestó que después de Picasso, no sabía a quién nombrar. Archimbaud buscó una respuesta y le cuestionó: -‘Warhol?’. -‘Para mí él no es importante’,- le respondió Bacon.

Para Bacon el cuerpo humano es un accidente, es eso lo que vemos en sus pinturas y es por ello que muchos lo catalogan como un pintor que expresó el terror, el horror, la oscuridad y todos esos cliché pesimistas. Lo que ocurre es que el ser humano no termina de hacer las paces con el accidente que es su cuerpo. Cuando Bacon a través de sus pinturas nos revela la última frontera, lo hace a través de la distorsión fisiológica del hombre y eso nos aterra tanto como nos maravilla.

Aterra porque los seres humanos solo sabemos comportarnos frente a proporciones y coincidencias promedio. La ‘belleza’ implica proporción, gracias al odioso capricho concordante y la necesidad de sentirnos identificados y parte de un grupo: se le rinde un culto de fidelidad endémica a la frontera de la belleza impuesta. Así al estar expuestos a una experienca ‘Baconiana’ el único adjetivo que encontramos para definirla es ‘horror’. Sabemos que es el pintor más importante del siglo XX, aún así sus pinturas revelan el horror de la no-coincidencia. Pero al mismo tiempo nos maravilla porque la belleza, como factor promedio, es antipoética: nos aburre. Lo dice Kundera ‘la belleza, más que la fealdad, revela la no-individualidad’.

Cuando en el Tate Britain vi su Tryptich- August 1972, creado luego del suicidio de su pareja y modelo George Dyer, no pude sino maravillarme, pero además pensar en esa dicotomía: Nos aterra la no-coincidencia, el reflejo de nuestros desperfectos, el ser un ‘accidente’ dentro de una colectividad. Pero al mismo tiempo nos maravilla la posibilidad de poder individualizarnos, porque al alejarnos del convencionalismo ajustado, nos atrevemos a experimentar y afirmar como lo hizo Bacon en su obra que, ‘no hay belleza sin algo extrano en sus proporciones.’

Somos un accidente, y es esa la belleza tan terrible de la que nos hablaba Baudelaire, la belleza que interroga los límites del ser y que inmortalizó Bacon en su pintura porque sabía que en esa belleza se encontraba la verdad.

Bacon cierra un período del arte tan abundante que aún nos preguntamos ¿Cuándo vendrá el que le sigue? O mejor dicho ¿Vendrá?

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