Somos una revista independiente que sobrevive gracias a tu apoyo. ¿Quieres ser parte de este proyecto? ¡Bríndanos un café al mes!
roberto ponce cordero
viceversa

Fracasos everywhere: Una reflexión sobre Eternal Sunshine of the Spotless Mind

El concepto de “fracaso” es, por supuesto, y como todos, uno altamente relativizable, culturizable e historizable. ¿Cuál es su unidad de medida? ¿La plata o, mejor, la falta de? ¿El desarrollo emocional y/o intelectual? ¿Qué demonios es “desarrollo”? El número de amores, o la calidad de estos; el número de personas a quienes realmente se ha hecho sufrir. La cualidad de imponer respeto, o miedo. El “poder” en sus más diversas y contradictorias facetas. ¿Ser o no ser un tanque para chupar?

¿Qué tiene todo esto que ver con Eternal Sunshine of the Spotless Mind, la película de Michel Gondry (2004)? Poco: es ésta, simplemente, otra película más de la según yo por lo pronto sólo por mí así llamada New American New Wave de los años cero del siglo XXI cuyos protagonistas principales son, en el sentido más convencional de la palabra, perdedores. En este caso, se trata de Joel y Clementine, respectivamente interpretados por Jim Carrey y Kate Winslett en lo que constituye un verdadero tour de force de casting a contrapelo.

Ella trabaja en una librería y lee, sin embargo, preferentemente sólo revistas. Su mayor orgullo consiste, por lo visto, en ser una persona “impulsiva”. Sus únicas aspiraciones son tener un hijo y, en sus sueños más alocados, hacerse con el puesto de quien inventa los nombres extravagantes de los tintes con los que cada par de semanas ella cambia el color, siempre chillón, de su pelo.

Él es tan extraordinariamente perdedor que reconoce, por sí mismo, tener una vida poco interesante, centrada en trabajar y volver a la casa para dormir y poder, al día siguiente, trabajar de nuevo en algo cuya intrascendencia es tal que nunca nos enteramos de qué mismo se trata. Es tan extraordinariamente perdedor que hasta carece de esa esquizofrenia cómica, de ese alter ego creativo/caótico/heroico, que redimía o al menos hacía más obviamente “interesantes” a tantos perdedores interpretados en el pasado por Carrey (piénsese en The Mask, en The Truman Show, en Man on the Moon). Tan perdedor, en definitiva, que no es ni siquiera un antihéroe, sino más bien una “no-entidad” de la que sólo sabemos que tuvo, como tantos, problemas de adaptación social en la infancia, que escribe acríbicamente un diario de cuyo contenido ni Clementine tiene mayor idea, que se considera todo lo contrario a un ser “impulsivo” y que intenta, por sobre todas las cosas, ser y rodearse de gente que es “nice”.

Hay algo, no obstante, que une a estos dos aun más que el fracaso: el amor. Y es que, por más burdo que suene, esta película es, en primera instancia, una película de amor, y no una cualquiera, sino una que consigue hacer adorables, cuando están juntos, a dos personajes que individualmente son poco interesantes, y esto con un tono tan poco cursi, tan lejos de todo cliché (sea éste hollywoodense o europeo), que realmente hay que verlo para creerlo. El francés Michel Gondry, a menudo reconocido como el mejor, si no necesariamente el más famoso, director de videoclips del mundo entero, ha logrado, en efecto, sobre la base del dolorosamente genial guión escrito por Charlie Kaufmann (¿cómo es posible que este hombre, que ya escribió Being John Malkovich, Human Nature y Adaptation, se supere a sí mismo cada vez que vuelve a escribir un guión?), y con la ayuda de sus dos impecables protagonistas, filmar una de las en mi opinión mejores películas románticas de todos los tiempos, a la altura de City Lights, de Jules et Jim, de Pierrot le Fou, de Badlands… no sé, la lista es completamente subjetiva, arbitraria y, como ven, intergenérica, y puede ser alargada además de acuerdo al gusto de cada uno. ¿A la altura de Casablanca, de La madre muerta, de Manhattan? ¿De Rebel Without a Cause? ¿Quién da más?

A la altura de Lost in Translation y de Punch-Drunk Love, también, otras dos representantes de esto que yo considero una “ola”, un movimiento cinematográfico bastante bien delineado (pero, alas!, ahora no hay tiempo para delinearlo). En el caso de Lost in Translation –de la cual un crítico alemán opinó que su único defecto era haber llegado demasiado tarde, ya que es como una adaptación fílmica de la otrora tan moderna corriente musical del trip-hop–, la conexión es incluso personal: Sofia Coppola, ex de Spike Jonze, la dirigió, y él, amigo de Michel Gondry y sin duda el director de videoclips más famoso, si no el mejor, del mundo, dirigió a su vez Being John Malkovich y Adaptation, escritas, como mencioné arriba, por Charlie Kaufmann, quien escribió también, como ya se dijo, Human Nature (la primera película de Gondry) y el filme del que nos ocupamos ahora, en el que también actúa la siempre refrescante Kirsten Dunst (a su personaje se le concede el honor de recitar un poema de Alexander Pope del que proviene el por otro lado largo pero, en contexto, muy inspirativo título original de la película), quien ya deslumbró enThe Virgin Suicides, de Sofia Coppola, directora de Lost in Translation, ex de Spike Jonze…

Una película de amor superlativa, pues, pero, como no podía ser de otra forma viniendo de gente perteneciente a esta “movida”, también mucho más que eso: una farsa de fantasía científica en la que la medicina está en capacidad, o no, de borrar de la memoria de una persona todo lo relacionado con cualquier relación que, después de algún suceso traumático, dicha persona quiera, de raíz, olvidar; un onírico viaje fílmico, saturado de momentos alucinatorios, de música evocadora y muchas veces en contrapunto con las imágenes, y de efectos visuales espectaculares pero nunca gratuitos, a través del cerebro y de los procesos mentales de un personaje que trata de despertar, de actuar o de, justamente, no fracasar; una línea narrativa en reversa, o sea una película romántica sólo posible después de Memento y compañía; una reflexión bastante profunda sobre la “identidad” (¿qué es la “identidad”, si no el constante intento de darle orden y sentido a las memorias? ¿Qué son las memorias propias, cuánto valen, qué peso tienen, de quién son, hasta qué punto son ellas la “realidad”? ¿Qué es uno más allá de esa tan frágil y tan maleable, tan permanentemente cambiante, “identidad”?)

Un canto al amor y, a la vez, una resignada, madura aceptación de lo penetrante y destructivo del tiempo y del tedio. Un canto a la vida, en total, y no pese a sino precisamente por su condición de evento sin mayor sentido, efímero, en el que ideas férreas de lo que son el “éxito” y el “fracaso” están ciertamente fuera de lugar…

O a lo mejor me estoy intentando justificar. La vi dos veces en el cine, en 2004, eso sí, y eso sin tener plata en esos tiempos. ¿Tengo que decir algo más? Reto a quien haya tenido una relación larga y adulta, y una separación tal (con todo el dolor de fondo que una separación adulta conlleva, a diferencia de una adolescente, cuyo dolor es para la percepción, en su momento, mayor, pero retrospectivamente mucho más superficial), a no temblar al ver determinados pasajes de esta película. Y a quien todavía no haya tenido o relación adulta o separación tal también. A toda persona, al final. Porque, incisivamente, esta película nos dice: el universo tiende a la entropía, y nosotros igual, en todos los sentidos; exitosos o no, estamos condenados a acabar. La respuesta queEternal Sunshine of the Spotless Mind provee es casi filosófica: “OK”.

 

Hey you,
¿nos brindas un café?