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Forbes: Nada personal, solo negocios

El banco de Mayka: La lista de los diez más pobres de Barcelona

En Forbes: El banco de Mayka, se usan seudónimos para evitar dar los nombres reales de unos seres frágiles que todo lo tienen en contra. Mayka no se llama Mayka, pero podría llamarse así; ni Santiago es Santiago ni Gustavo es Gustavo ni Kevin es Kevin, El Mesías. De esta manera, queda protegida su identidad, aunque tampoco les importe dar la cara. Siempre se la han partido. Forbes… es un ejercicio periodístico para poner sobre la mesa la fragilidad de las vidas y su relación con los espacios. «La vida te empuja como un aullido interminable», versificó el poeta José Agustín Goytisolo en Palabras para Julia. La vida se puede vivir de muchas maneras, pero también la vida te vive, y te obliga, según las circunstancias y según la condición. La familia de la colombiana Mayka Restrepo no tuvo elección. Con dos niños pequeños, no tuvo más remedio que refugiarse en una sucursal bancaria ya cerrada. La paradoja es evidente: los bancos, que durante la crisis echaron de sus casas a personas sin ahorros, han acabado siendo ocupados por sus mismas víctimas. 

 

Photo by: Marc Javierre-Kohan
Photo by: Marc Javierre-Kohan

 

LOS CHINCHES

LA FAMILIA DE MAYKA VIVE EN UN BANCO, COMIDA POR LOS CHINCHES Y LAS RATAS

Unos bichejos asquerosos. 

Se te pegan a la piel y te andan. Te hechizan. Te chupan. 

Beben tu sangre durante una semana. Se emborrachan con tu sangre, en un botellón de litronas de microscopio. Se hacen sus necesidades encima. 

Los chinches, las chinches, te andan porque se adhieren a ti como una babosa minúscula, ridícula y con ansias. Los chinches te acuestan, te horadan, te pican. 

La familia de la colombiana Mayka Restrepo (Bogotá, 1995) es atacada día y noche por los chinches de las camas. A su hijo Kevin le han puesto como un colador, con uno de los brazos enrojecidos por el escozor de las picaduras. Se ha dicho que Kevin podría ser El Mesías del siglo XXI. No nació en un establo, nació en un banco. 

Los chinches, acalorados, se abren en formación cada vez que se disponen a combatir. Con cabeza de aguja, del tamaño de los nabucodonosorcitos, reptan por las paredes y por los parajes y por las papeleras. Se conocen los rincones de las casas, sus brechas, los intercambiadores, los pasadizos secretos y los que siempre se transitan, el paso del lavabo y la puerta de la cocina. Se saben de memoria las partes del inmueble, las distribuciones, los metros útiles, las salas y las antesalas. Enseñan los mapas del corsario Edward Kenway y los despliegan y los sacuden bien, para leerlos en sus minuciosos símbolos cartográficos. Sacan las antenitas de escarabajo plano y se interconectan con los capitanes de los ejércitos de chinches, en la retaguardia de la estera. Los chinches, con cara de plato, sedosos y amargados, se telegrafían en su código chinche. Seguramente, se cruzan cables cifrados para ser despachados en tiempo real. Sus líneas deben de estar saturadas de mensajitos como: «6361. Unidades A, B y C. Almohada» o «9873. Unidades D, E y F. Brazo izquierdo» o «8374. Unidades G, H y J. Evitad pañales». 

Kevin es un bebé.

Los chinches se conectan y se desconectan a una velocidad endiablada. De la misma manera que aparecen, desaparecen. 

La antigua oficina bancaria 0636 de Caixa Catalunya, en la calle Mare de Déu de Port, 415 (Sants-Montjuïc, Barcelona), es ahora la casita de la familia de Mayka Restrepo: allí vive con su esposo, Santiago, y sus hijos, Gustavo y Kevin.

Los chinches se los están comiendo, instalados en tres colchones recogidos de las basuras. 

En una colchoneta Pikolín de tamaño 90×190 cm, los chinches toman posiciones, aplatanados, escondidos sigilosamente en los tejidos, crueles, sádicos, feroces. En la estructura celular de las colchonetas, parejas de chinches jóvenes, encorajinados, bellacos, Shinobi-no-monos de la oscuridad. 

Los chinches sincronizan los relojes.

Los chinches afilan sus boquitas, pajitas de horchata. 

Los chinches se parapetan. Y se cercioran de que sus filas estén prestas para avanzar en la Blitzkrieg. Los chinches notan que la noche de pasiflora cae como una manzana. 

Los chinches mueven cada una de las seis patas.

Los chinches huelen la carne humana. 

Los chinches son generales Than Shwe, aplastan cualquier movimiento de libertad. 

Los chinches clavan sus pértigas en los niños y en los mayores.

Los chinches te sorben. Los chinches no se atragantan.

Los chinches se sacian así, como la leyenda de la serpiente que mama de la ubre de la cabra.

El naturalista inglés Charles Darwin luchó contra la gran chinche negra de La Pampa, en uno de sus viajes de exploración por el Cono Sur. En Viaje de un naturalista alrededor del mundo: «¡Qué disgusto se experimenta al sentir un insecto blando, que tiene cerca de una pulgada de largo, corretear por nuestro cuerpo!». Sigue escribiendo en su diario: «Antes de chupar es el animal enteramente plano, pero a medida que absorbe la sangre, se redondea». 

Los chinches son los atracadores más brillantes. 

Indómitos. 

 

Photo by: Marc Javierre-Kohan
Photo by: Marc Javierre-Kohan

 

La madre

Mayka Restrepo no se ahoga en un vaso de agua. Ella salió de Colombia porque en el país del Inmaculado Corazón de María las cosas se estaban poniendo feas. Que si las guerrillas, que si la inflación, que si la deflación, que si el encarecimiento, que si las maras…

La Ilíada: «Es vergonzoso estar durante mucho tiempo / lejos de los tuyos / y regresar con las manos vacías». 

De estatura media, con la altura de una parábola, Mayka posee dos ojos como dos solsticios: resplandecientes, turquesas, hespérides. Su color es el color del cuero toledano, chaise longue, y los ojitos navideños, los de una canción italiana. La nariz, puntiaguda, sin llegar a ser aguileña, destaca por la mecánica anatomía colocada entre el bies y la boca. 

 

Photo by: Marc Javierre-Kohan
Photo by: Marc Javierre-Kohan

 

La boca abierta de Mayka es el Golfo de México: para hablar aparca los dientes y la lengua y las cuerdas pinzadas se tensan y pronuncian frases que circulan como un fuerte viento tropical. Dice cosas como: «La señora nos jalaba la puerta», «A los nenes no les dejo entrar», «El miedo a las ratas»…

En el cuello se destinan guedejas que son nenúfares. El pelo enmarañado, que se coloca en una coleta negra destrenzada, la obliga a guardar en el bolsillo horquillas de las que poder echar mano. 

Barbilla amatista, rígida, convaleciente. 

Los brazos, bregados, acompañados, confiados. 

Las manos, súbitas, palmarias, horneadas. 

Manos rosadas y colmadas de lejía, barcos de lija y aguarrás.  

Suspendida en el aire, con su vocecita de Pocahontas, Mayka podría pasar por una aparición mariana; sin lugar a dudas, el establo de la oficina bancaria abandonada en el que mora es el pesebre viviente sin que importen las profecías: «Y dio a luz a su hijo primogénito, y lo envolvió en pañales, y lo acostó en un pesebre, porque no había lugar para ellos en el mesón» (Evangelio de Lucas).

Se juntó con Santiago, que es un carpintero del andamio. Trabaja sin contrato en la construcción, perseguido por los inspectores, las aduanas y los chinches. 

Los chinches.

 

Photo by: Marc Javierre-Kohan
Photo by: Marc Javierre-Kohan

 

Temperamental, a Mayka la podrían venerar en alguna de las diócesis polacas, por la fascinación hacia lo espiritual. Ella se alza entre las otras mujeres por la fortaleza de su carácter, aun la aparente fragilidad que refleja. Contra ella se estrellan los virus del Nilo, los tornados puertorriqueños y los ya veremos. 

Gira la cabeza y, sin enseñar apenas las promesas, señala a sus hijos los espacios seguros. Esquematizada, terapéutica, resuelta.

Mayka piensa que no lo hace bien, que no es una buena madre: «No llego». 

Mayka piensa en negro: «Me angustio». 

Mayka piensa en extremos, sonriendo pese a todo: «Nos tenemos». 

Así, la gloriosa Mayka, renacida de unas brasas milagrosas, se ha erigido como la madre coraje de una época perversa: afectada por la especulación de la vivienda («reburbuja inmobiliaria»), herida por los bajos sueldos («precariedad»), carcomida por el papeleo íncubo («ya tengo el nie»), apagada por las visitas inoportunas («han venido los del banco y me han dicho que me vaya»)…

Descalza, se ha encerrado con su familia durante el confinamiento. En la esquina de Mare de Déu de Port con Mineria, en lo que antes era un punto para los empréstitos, Mayka se ha hecho una casita de celofán. 

En las basuras se ha procurado el mobiliario que adorna su hogar. En los cubos de basura se hallan tanto cosas en desuso como cosas a las que aún se les puede dar uso.

Chinches envueltos para regalo. 

 

Photo by: Marc Javierre-Kohan
Photo by: Marc Javierre-Kohan

 

A las paredes les ha puesto cuadros de ciervos rojos con una cornamenta amorosa, óleos de pinceles sesentones, trazos ejecutados en los balcones de las plazas reales en una Barcelona de tinto de verano… Esos cuadros colgaban de las paredes de la casa de don Matías, que ya falleció. 

Encima del mueble esquinero, la tela de ciervos y un jabelgo. El lienzo de venablos, verdes de coníferas y azules de ríos blancos lo encontró en las basuras de Gran Via de les Corts Catalanes.  

El sofá modular de cuatro plazas, de gris Coventry, lo recogió Santiago junto a los contenedores en la última hora del jueves («Jo baixo els mobles el dia que en toca, dijous. Barcelona està més neta»). 

Desmontados, los sillones de centro se superponían como los tetrominós del Tetris. 

 

Photo by: Marc Javierre-Kohan
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Mentalmente, Santiago, el rastreador de los trastos-viejos-para-una-segunda-oportunidad, adivinó la combinación correcta. Con un amigo, y con la ayuda de su mujer, Mayka, cargaron con el sofá y lo colocaron en el banco en el que viven, en el lugar en el que antes se hacía cola para actualizar la cartilla o ingresar o cobrar la pensión y pagar impuestos. 

Los chinches se prenden del sofá, vanidosos, paganos, voluptuosos. 

En el centro de esta pieza, una mesita de fresno para las tazas de café. 

En la entrada, donde otrora se diera servicio de caja, la mampara de cristal ha sido cubierta con rollos de papel kraft reciclado y de marrón natural. 

A lo largo de la caja, donde el vecino del quinto contaba una a una sus pesetas como el señor don Rodrigo Quesada (Don erre que erre), tres sillas con tapizado imitación de terciopelo. A cinco pies de altura, los tres peldaños que hay que bajar para coger la puerta de candado y salir a la calle. El recibidor, dispuesto de tal manera, quiere aparentar el porche de un chalé en l’Empordà, con su falsa mesa jardín, sus falsas sillitas de ratán y sus verdaderas palabras de amor.

Detrás del cristal, en la cabina del personal de caja, se ha habilitado un aposento para dos personas, el cuarto de invitados. En los colchones, recogidos de la basura, se acuestan los chinches con su atalaje: patitas, antenitas y trompa succionadora. 

En esta sección, dos cajas de caudales (1 y 2): 1. la caja fuerte que contenía los pagos, las nóminas y los depósitos («Caixa forta protegida amb dispositiu d’obertura retardada i bloqueig»), con sus mandos, sus pulsadores y sus cerraduras de hierro, palancas que hoy sirven como colgadores de toallas; y 2. la caja fuerte interior del atm (Automated Teller Machine), del que los ciudadanos extraían determinadas cantidades de dinero en efectivo, y que hoy hace las veces de mesita de noche para colocar en ella el champú, el cojín y la maleta. 

 

Photo by: Marc Javierre-Kohan
Photo by: Marc Javierre-Kohan

 

El despacho del director de la sucursal es hoy… la habitación de matrimonio. 

En ella, la cama sin dosel, de las basuras (con chinches). 

Las bambas, las zapatillas y los zapatos, de Primark («La marca de los amantes de la moda a buen precio, la tienda de referencia de quienes buscan las últimas tendencias sin salirse del presupuesto»).

El ventilador lo adquirieron en una tienda de esas de segunda mano en la que los aparatos estropeados se someten a operaciones quirúrgicas para colocarles un marcapasos y alargarles así la vida. El ventilador recogido de la basura y que acabó en una tiendecita de cachivaches con pilas aterrizaría en la habitación de matrimonio de Mayka y Santiago, en el mismo lugar en el que se concedían créditos, se rechazaban créditos y terriblemente se miraba por encima del hombro. 

El osito de peluche, de las basuras (los chinches le sacarán los ojos de nácar). 

En el relato El fantasma del cine Roxy, del novelista Juan Marsé: «Encadena a sucursal bancaria excine Roxy: bajo una gran tormenta, la animosa y eficiente señorita Carmela se afana en los inhóspitos y solitarios archivos del sótano buscando unos documentos»…

 

Photo by: Marc Javierre-Kohan
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El antiguo cine Roxy, en la plaza Lesseps, es hoy una oficina del Banco Santander («Tus tarjetas Santander te ayudan aún más en momentos difíciles»).

En el sótano, donde los archivos con los expedientes, se ha hecho una toma de agua en la tubería. Junto a los lavabos para dama (falda plisada) y caballero (sombrero), un bidón azul. El agua robada o requisada o colectivizada servirá para llenar baldes con los que bañarse: se los echarán por la cabeza en un rincón, al fondo, al amparo de cualquier rata indiscreta que pueda enseñar los colmillos. 

Los chinches y las ratas.    

En junio del 2003, Reportero Jesús entrevistó el a la sazón presidente de la Associació Catalana Propersones amb Sordceguesa, Ricard López.

Su hija se llama Clara y es sorda y es ciega.

 

Photo by: Marc Javierre-Kohan
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Empezaba así el reportaje, publicado en el número 113 de la revista L’Informatiu de Sants, Hostafrancs i La Bordeta: «Si no pot obtenir una imatge real del món on viu ni pot aprendre del que les persones del voltant fan o diuen, llavors, com pot saber la Clara què s’espera d’ella, què ha de fer o com són les coses, per exemple?». 

En aquel momento, el padre de Clara, Ricard López, ocupaba el puesto de director de sucursal, de Catalunya Caixa o Caixa Catalunya, tanto da. Esa sucursal era la antigua oficina de la calle Mare de Déu de Port con Mineria. 

Ricard usaba el gabinete en el que hoy duermen y se desean Mayka y Santiago. 

Las raíces de la sucursal bancaria se hunden en viejos tiempos cenicientos. 

Primero, aquí, en este lugar de Barcelona, no había nada, había rastrojos y campo, mendrugos de hierba y masías. En los contornos de La Marina plantaban tomates los campesinos hasta bien entrado el siglo xx. 

Más tarde, en esta dirección, se levantó un nuevo complejo, cuando el Desarrollismo echó cemento sobre las tierras de acelgas y coliflores y melones y pepinos y almohadas verdes de enredaderas, jazmín y damajuanas.

El nuevo barrio, recién pintado, se llamó y se llama Estrellas Altas. 

En Estrellas Altas el actor Imanol Arias sacó la pistola y, apostado detrás de las escaleras de incendio, disparó a los malos. Se rodó aquí la película Anacleto: agente secreto (Javier Ruiz Caldera, 2015).

 

Photo by: Marc Javierre-Kohan
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El banco en el que vive Mayka se halla en su perímetro. 

Y luego, durante la crisis económica que se inició en el 2008 y que se ensañó con los mortales sin dinero, el banco de Caixa Catalunya quedó varado, a la deriva, como una radio de frecuencia modulada, anacrónica y obsoleta. 

Los gestores y los directivos, doblemente maliciosos, se frotaron las manos, porque, a pesar del freno en los activos, obtuvieron del Estado mucho de lo que ellos habían robado. Y para colmo, propusieron despedir a sus soldaditos de plomo, los que daban la cara en las entidades financieras. 

Un día, una brigada subcontratada vino y precintó. Se llevaron los sillones acolchados y de respaldo basculante, se llevaron las sillas de estructura metálica tubular y se llevaron los paneles con las intoxicadas y detalladas y reformuladas operaciones bursátiles. 

Se lo llevaron todo en un camión azul. 

Pintaron los cristales con un tinte semejante a la goma blanca, adhesiva, cual un pegamento líquido. 

Y la puerta la precintaron con una chapa acorazada de la compañía de seguridad inv («Intervención inmediata»), de esas que denominan «antiocupas», con anclajes, reversibles, sin bisagras.

 

Photo by: Marc Javierre-Kohan
Photo by: Marc Javierre-Kohan

 

Y luego, esa puerta la forzaron unos tipos extraños, unos pájaros que vuelan hacia arriba y hacia abajo, que anidan en cualquier peñasco. Y luego, esa puerta la forzaron otros tipos, y luego otros. Y a estos sucedieron unos cuantos más, malas pintas con caras de apache, desesperados y sin miedo a nada. 

Así que entraron en el banco sus primeros colonos. 

Y brindaron con cerveza. 

Se hicieron con un candado de los chinos, de latón forjado y acero inoxidable, sin combinación. Y la puerta antiocupa se convirtió en una puerta ocupa antiotros.

Esos otros eran los otros malos: los banqueros, los que antes todo el mundo pensaba que eran señores respetables y serios, señores buenos.

Y luego, se fueron todos. 

Antes de que todos se fueran, la familia de Mayka llegó, avisada. 

Cuando, en mayo del 2019, la familia de Mayka llegó, los chinches se le habían adelantado.

Kevin, como quien dice, nació en la sucursal bancaria. A las horas, de vuelta de La Maternitat, ya dormía como una marmota amadora en la antigua dependencia de uno de los comerciales de hipotecas a tipo fijo. 

Nació Kevin el 8 de mayo del 2019. Justo un año después, continuaba durmiendo y bostezando y berreando, esta vez confinado por la pandemia del coronavirus. 

Kevin, El Mesías del siglo xxi, vino a este mundo para ablandarnos el corazón. 

Mayka le mece sin canasto, sin el moisés de las frases célebres en Pinterest. 

Le acuna con los brazos tatuados, abanicándolo, como una labradora de retoños a los que mime con el propio cuerpo.

Le cuchichea besitos: «Duérmete, mi niño».

 

Photo by: Marc Javierre-Kohan
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Le amamanta con nanas: «La vaca Lola. La vaca Lola tiene cabeza y tiene cola. La vaca Lola. La vaca Lola tiene cabeza y tiene cola y hace mu»…

Cuando a los meses empezó a gatear como una lagartija estrafalaria, Kevin trasteaba con cualquier muñeco.

Raros los muñecos de la antigua oficina número 0636 de Caixa Catalunya, en la calle Mare de Déu de Port, 415.

Los muñecos nada tienen que ver con los juguetitos de cualquier familia que se quiere y se construye y que compra en Imaginarium («Para que la diversión no acabe nunca»). 

No son ositos de peluche Kiconico («El mejor peluche que puedes regalar si crees que el amor, el respeto y la bondad son lo más importante para crecer con valores humanos positivos»).

No son correpasillos Neomoto Green («Especialmente al aire libre, rodar con ellos les enseña a mirar el mundo en movimiento desde una nueva perspectiva»).

No son Parkings Beep Beep («Diseño adaptado, colores brillantes y personalidad propia, Beep-Beep es un completo mundo de juego que crece con el niño»).

Los juegos de Kevin, el retoño de Mayka, son los siguientes:

…Un tambor, con la tapa de un cubo de pintura blanco glaciar de Leroy Merlin («Da vida a tus ideas»), recogido de los contenedores.

…Unas chapas, con las latas de atún Isabel, sin abrir, de la Fundació Banc dels Aliments («Lluitem contra la fam d’aquí»). En las latas, el anuncio: «Programa de ayuda alimentaria a las personas más desfavorecidas».

…Una góndola pintada en la colcha desteñida de las donaciones que los vecinos hacen en la iglesia de Port. Kevin extiende la colcha por el suelo frío, se sienta encima y cree verse en el espacio, en el mar platino del Sur. 

 

Photo by: Marc Javierre-Kohan
Photo by: Marc Javierre-Kohan

 

Una vez, casi se cae por las escaleras de la entrada, por eso Mayka ha colocado una alameda de sillas de las basuras, sillas con tapizados de color camel y sillas sin tapizar. 

De esta manera, cuando Kevin sale del círculo de vigilancia de su madre y se abre a nuevos mundos, la pared de patas y respaldos le impide continuar el viaje.

Otra vez, casi se cae por las escaleras que se dirigen a los archivos de Juan Marsé, el sitio en el que la familia se asea y hace sus necesidades. Por eso, Mayka ha colocado una puerta rota como barrera «safety», una puerta de las basuras. 

A Kevin solo le queda para sus juegos una de las salitas donde el personal de la agencia contaba los billetes. 

Mayka no quiere que entre en el habitáculo con las cámaras acorazadas, porque teme que, si algún día se abren sus puertas, se pille los deditos. 

A Kevin le trae sin cuidado la seguridad. Le da lo mismo si se le tiende en un cestillo artesanal o en el cajón de un bargueño. Tanto le da si se le decora el dormitorio con crisálidas o con la cruz de Sant Jordi del logo de Caixa Catalunya o de Catalunya Caixa.

Le importa un rábano el acoso del chinche. 

Él toca el tambor de Leroy Merlin, una miniatura de Charlie Watts (Ode to a High Flying Bird).

Kevin no le teme a nadie. 

Ni a los villanos ni a las villanas. 

El guerrero aqueo Tersites, en Homero, Ilíada, del novelista Alessandro Baricco: «Los ancianos saben mirar al pasado y al futuro, juntos, y comprender lo que es mejor para todos». 

Aquel día, La Señora, envilecida, se rasgó las vestiduras, casi derramando ceniza sobre la cabeza. 

Mayka la había visto con anterioridad. De boca procaz y mentirosa, barbilla prominente y cuadrada, mejillas sudorosas y rebullidas. Una señora que se paseaba con sus bolsas, como cualquier abuela respetable. Compraba bananas en la Frutería La Vanguardia, porque antes de vender sandías y cogollos y bananas esta frutería era una papelería que vendía diarios.  

Incomprensiblemente, La Señora le tenía ojeriza a la familia de Mayka. 

Quizás, veía en los colombianos, en Mayka y Santiago, la comisión de un cártel de la droga, la avanzadilla de la coca. No sería la primera vez que piensan mal. 

 

Photo by: Marc Javierre-Kohan
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Ese día, La Señora aporreó la puerta del banco. Se acuerda Mayka, aún temblando: «Jaló la puerta».

—¡Fuera de ahí! –les acució.

—¿Qué quiere de nosotros? ¡Déjenos en paz! –se defendía Mayka sin quitar el candado, echado el pestillo por dentro.

—¡Iros de aquí, mala gente!

—¡Señora, por favor! ¿Qué le hemos hecho?

—¡Iros de aquí, desgraciados!

—¡No hacemos mal a nadie! –intentando avenirse. 

La Señora, demente, aporreaba la puerta, forzando la manilla, atacada, lanzada, furibunda, infeliz. 

—¡Iros de aquí os digo, largaos!

—¡Pero ¿por qué?!

Kevin se echó a llorar sobre la manta de mares pacíficos, un grumete de aire con chupete. 

En ese momento, Mayka estaba sola en la casa; su marido trabajaba en la obra, en negro. El otro pequeño, Gustavo, estaba en la escuela. 

––¡Por favor se lo pido, está asustando a mi hijo!

Finalmente, La Señora se cansó, puede que aquejada de los huesos, con el sarro de la mala leche hinchándole los pulmones de pólvora, descompuesta y agorera.

 

Photo by: Marc Javierre-Kohan
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Mayka sabía que volvería. 

Se pasó la mano por la frente para secarse el sudor. Y se metió adentro con su chiquitín, para tranquilizarle con arrullos: «Este niño lindo / se quiere dormir / y el pícaro sueño / no quiere venir».

Mayka consiguió que Kevin, su vida, cogiera el sueño. 

Entonces volvió a la puerta y puso unas tablas para atrancarla mejor. 

Y volvió al comedor y se sentó en el sofá de las basuras para pensar. El sofá de los chinches.

El ruido de las horas le llegaba al oído. Nada tenía sentido.

¿Por qué la querían echar de allí?

¿Adónde podría ir?

¿Qué daño podía hacerle ella a nadie?

¿Por qué esa mujer malvada les detestaba tanto?

Días después, escuchó de alguien la existencia de un partido nuevo, un viejo partido nuevo, los rottweiler de camisas pardas: vox. 

Los fachas que odian al extranjero.

Los fachas.

Execrables. 

Vomitivos.

Psicóticos.

También son chinches los fachas.

También las ratas son chinches. 

 

Photo by: Marc Javierre-Kohan
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Las ratas

Las ratas comunes se enamoraron de los archivos, en el subsuelo del banco de Mayka, junto a los baños para caballeros (sombrero) y damas (faldita). Al fondo, en el sótano, una amplia estancia humedecida por las corrientes subterráneas y los efluvios del Hades. 

En la esquina, Santiago se apañó una cortinita de ducha, junto a una rejilla de sumidero.

En el sótano, en medio de la caverna helada y oscura, la tapa de hierro por la que se accede a las alcantarillas. Cuando llegaron, la tapa no estaba fijada. 

Por aquí, por esta abertura que da al río de mierda de la gran Barcelona, salió una rata. 

La rata subió.

Trepó la rata. 

La rata ascendió.

La rata rateó.

La rata enseñó los dientecitos, colmillos de bronce con los que roer los cables, las luces y los niños. 

La rata husmeó por el sótano, gorda y meliflua. Chillando, emitiendo sonidos que se distinguían claramente de los sonidos de la noche. Astuta como una comadreja, proporcionada como las elegías de Motherwell a la República Española, atlética como Asafa Powell. Olfateó el rastro, conquistó terreno a medida que se acercaba a las escaleras, rascaba los pantalones tirados y rasgaba el collar de manguera enrollable para hacer la toma de agua. 

La rata adivinó el bidón azul en el que se recogía el agua que burlaba el contador, y por eso la rata siguió un recorrido establecido por su raza. 

 

Photo by: Marc Javierre-Kohan
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Celó. 

Reculó.

Se detuvo. 

De repente, se detuvo.

Mayka había bajado al sótano para no se sabe qué. 

Encendió la bombilla de trémula luz, una lucecita que no alumbraba, tosía. 

Y allí la vio, quietecita, basta, de castaño pelaje, grande como el torico de la fuente en la ciudad de Teruel. 

De pronto, la puñetera rata echó a correr con la salida de Usain Bolt, porque reventaba los cronómetros. 

Sintió el peligro y en un pispás ya había alcanzado la tapa de la alcantarilla y se había escurrido por el agujero, hacia las cloacas, hacia el submundo, el bajo vientre, el Estigia de compresas, diarreas y mascarillas.

Mayka ahogó un grito.

Dio un respingo.

Sintió un profundo asco.

Se quedó con los ojos pegados al suelo, medio abiertos. 

Alelada.

Veloz, subió al piso de arriba, a su casita de banco. Puso unas tablas de las basuras en el último escalón. 

Aguardó a que llegara su pareja, Santiago. 

 

Photo by: Marc Javierre-Kohan
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Cuando este supo lo ocurrido, bajó con una herramienta y taponó bien el hueco, colocó la tapa en su sitio, le echó una especie de masilla para que quedara bien sujeta, se puso de pie encima comprobando que con el peso se sellaran las juntas, igual que en la cámara funeraria kv-62 del Antiguo Egipto.

Santiago besó a Mayka, que había enmudecido y había renunciado a su innata fortaleza. 

Mayka se dejó acariciar el cabello.

Algo así le dijo ella a su amor, con el reconcome: «No quiero más ratas».

Ella le abrazó con fuerza: «Prométemelo».

Sonaba a súplica. 

Desarmado, Santiago se enterneció, disgustado por la pobreza: «Te lo prometo». 

Por eso, las ratas y los chinches la turban. 

Las ratas comunes que recorren la red de alcantarillado pudieran proceder de la antigua fábrica en ruinas La Bòbila, en los aledaños de Can Clos (ver el artículo «La ciutat de les rates», en la revista local La Marina). 

Las ratas procrean en La Bòbila y se multiplican a un ritmo vertiginoso: en el año que dura su corta vida, habrán dado a luz muchas vidas, hasta cincuenta crías, ratitas ciegas con dientes como segures.

En Historia natural, del romano Plinio el Viejo: «De una rata cuentan que nacieron 120 y que, entre los persas, se encontraron algunas ya preñadas en el vientre de su madre. Se cree también que quedan preñadas por chupar sal». 

 

Photo by: Marc Javierre-Kohan
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Cada vez que Mayka baja al sótano, le da un repelús. 

Su pequeñita despensa la guarda junto a la entrada de la precaria vivienda, quizá el lugar más fresco de la casa que antes fue oficina bancaria. 

Allí esconde el aceite, la harina, el arroz, los zumos y las legumbres. 

Los productos se los ofrece el banco de alimentos del Grup Solidari Mare de Déu de Port, en la parroquia de Port, en la calle Sant Eloi, 7. 

Según los informes, el Grup Solidari es una «organización asociada de distribución [de comida]». Entre otras cosas, «se compromete a desarrollar las medidas de acompañamiento aplicadas por el Ministerio de Derechos Sociales y Agenda 2030», ministerio del que era titular el líder de la formación morada Unidas Podemos, Pablo Iglesias.  

Allí enviaron a Mayka después de pasar por Càritas y los servicios sociales municipales. Unos y otros la atendieron y la redireccionaron, como si ella fuese un cochecito teledirigido o el dial o el bedel. 

Un jueves por mes, Mayka quita los trastos y los enseres que almacena en el carrito de Mercadona («Supermercats de confiança»), junto a una mountain bike. 

El carrito de Mercadona se lo llevó porque no le da para comprarse uno de esos carritos Rolser modelo Tweed: «¡Bienvenido al futuro! El carro más avanzado del mercado. Carro de aluminio plegable de dos ruedas. Bolsa de gran capacidad, bolsillo trasero y doble bolsillo interior. ¿Te imaginas sintiendo el futuro en la palma de tu mano?».

Se pone cuatro trapos.

Se pone guapa.

Se acicala.

Viste a su hijo Gustavo con la ropa que bajan los vecinos. 

 

Photo by: Marc Javierre-Kohan
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Un jueves por mes, entre las diez y las doce de la mañana, Mayka coge a su niño y el carro y salen del banco, y cierra la puerta con el candado de los bazares chinos; se asegura de que la puerta quede bien encajada. 

Echan a andar y pasan por delante de panaderías y churrerías y bares de mala muerte. 

Pasan por la plaza Marina. Cruzan la calle Alts Forns y los Jardins de Cal Sèbio. 

Cruzan la calle Foc, con el tráfico denso de botafumeiros. 

Pasan por delante del estanco de Port, el comercio más antiguo de los barrios de La

Marina-Zona Franca. 

Y llegan a las puertas del Grup Solidari Mare de Déu de Port, en el lateral de la iglesia. 

Les atiende la voluntaria Itziar Valle, que comprueba los vales en concepto de «prestació d’aliments». 

L’Institut Municipal de Serveis Socials arregló los papeles: «Es demana ajuda alimentària per a les persones que es troben en situació de vulnerabilitat i disposen d’expedient en aquest departament de Serveis Socials». 

Itziar carga en el carrito de Mercadona de Mayka los siguientes alimentos: arroz de la marca Oriente, sardinas en aceite Isabel y leche entera Primor. 

En todos los envases pone esto: «Distribución gratuita, prohibida su venta».

El arroz, las sardinas y la leche representan las riquezas del siglo xxi: no son riquezas ni los mantos recamados ni los herretes ni los tapices ni las telas de lino cándido ni las túnicas ni las copas maravillosas ni el oro ni la plata ni las amatistas de los labios, ofrendas que Homero canta en hexámetros troyanos. 

 

Photo by: Marc Javierre-Kohan
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Ya lo dijo Yanis Varoufakis, quien fuera ministro de Finanzas griego y azote de los hombres de negro de la Troika: «[la crisis del 2008 es] la madre de todas las crisis» (And the weak suffer what they must? Europe, austerity and the threat to global stability). 

Se podría afirmar que los chinches también son hombres de negro. 

Chinches negros.

Mayka arrulla al bebé: «La vaca Lola tiene cabeza y tiene cola». 

Su dulce voz bien maquillada competiría con la de los cantantes Maluma (Papi Juancho), Carlos Vives (Cumbiana) y el gran J Balvin (Ginza). 

La voz de Mayka se desplaza por los derroteros de la sucursal 0636 de Caixa Catalunya, en la calle Mare de Déu de Port, 415, de la que solo quedan los malos recuerdos, las cajas fuertes y el vinilo con el logotipo de la entidad, escombro de la distópica ambientación del filme Guerra Mundial Z. 

Y de la que solo quedan los chinches. 

Y las chinches.

La quieren echar, a ella, a su marido, Santiago, y a sus hijos, Gustavo y Kevin, que nació en este establo de la posverdad. 

El Banco Bilbao Vizcaya Argentaria (bbva, «Hazte cliente al instante con un selfie») compró Catalunya Caixa o Caixa Catalunya. 

El bbva envió a la familia de Mayka uno de sus numerosos lacayos: «Tienen que irse en el plazo establecido al efecto».

Tal el ciego Pew en La isla del tesoro, el lacayo entregó a May-ka la temida Mancha Negra: su particular orden de desalojo, la instancia por la cual le metió el miedo en el cuerpo, la conminación, la ejecución. Y el lacayo le dio la espalda con un taconazo años treinta: «Adiós, muy buenos días». 

 

 

Que se tienen que ir. 

Que cojan sus cosas y se busquen la vida. 

Que a otra parte con viento fresco.

Los chinches, esos bichejos asquerosos, están conchabados con los gestores de carteras, con los manipuladores de saldos, anticipos y contratas. 

Los chinches de los muebles de las basuras actúan de noche. 

Los gestores de carteras actúan de día. 

Los dos persiguen a las mismas familias.

Mayka está dando voces, por si alguien oye su reclamo y la puede ayudar.

Le han aconsejado que pregunte en el Bloc La Bordeta, en la calle Hostafrancs de Sió, 3, a cargo de la Plataforma d’Afectats per la Hipoteca y en el que cuelga la siguiente pancarta: «¡Sois auténticas ratas especuladoras bancarias!». 

Que no le mienten las ratas a Mayka, todavía con la impresión de haberlas visto en el sótano: los bigotitos tiesos, la colita estirada, olfato de cazadora. Ratas tan inmundas como Demogorgon, de Stranger Things. 

 

Photo by: Marc Javierre-Kohan
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Las ratas y los chinches. 

También le han aconsejado a Mayka que pregunte por un alquiler social en el Ajuntament de Barcelona y en la Generalitat de Catalunya. Las dos instituciones administran el llamado Consorci de l’Habitatge de Barcelona. Mayka se apunta las sugerencias. 

Se apunta que ha de comprar una bomba insecticida Zum («Desinfectador total»), aerosol que elimina chinches y pulgas.

Los chinches pican en los brazos, las piernas y el oxígeno. Los chinches depredan. Los chinches destroyers. Los chinches venenosos. Los chinches malsanos. Los chinches roñosos. Los chinches radiactivos.  Los chinches mutantes. Los chinches terroristas. Los chinches odiosos. Los chinches capitalistas. Los chinches negros. Los chinches Von Doom. Notificaciones chinches. Calamidades. Abotargados chinches. Reyes de los dominios espinales.

Atávicos y mordaces. 

Brutales. 

 

Photo by: Marc Javierre-Kohan
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LOS CHINCHES DE HACE CIEN AÑOS…

Del capítulo «En la habitación: en la cama», en el libro reportaje Elogiemos ahora a hombres famosos, de James Agee, sobre las casuchas de las familias de algodoneros del sur de Estados Unidos

Empecé a sentir agudas picaduras y hormigueos por toda la superficie del cuerpo. No me sorprendió; había oído decir que el pino está cuajado de ellas. Entonces, durante un rato, pensé que podía tratarse de las puntas de mis propios nervios; siento picores muy a menudo: pero no, eran chinches. Sentí pequeñas hinchazones y las rasqué, y se convirtieron en inconfundibles picaduras de chinche. Permanecí un rato dando vueltas y poniéndome rígido ante cada nuevo punto de irritación, divertido y curioso al ver cómo había cambiado respecto a las chinches. En Francia solía despertarme y examinar una nueva cosecha todas las mañanas sin ninguna repugnancia: ahora era escrupuloso a pesar de mí mismo. Yacer allí desnudo sintiéndome manipular por regimientos enteros de bichos, sabiendo que no debían de pasar de uno o dos, era más desagradable de lo que podía soportar. Encendí una cerilla, y media docena salieron a la almohada: atrapé dos, los maté y olí su extraño olor a rancio. Estaban llenos de mi sangre. Encendí otra cerilla y sacudí la colcha; cayeron a docenas. Bajé de la cama, encendí la lámpara y me rasqué todo el cuerpo con las palmas de las manos, y entonces me dediqué a la cama. Debí de matar una docena en total; no pude encontrar el resto; pero encontré pulgas y, en las costuras de la almohada y el colchón, pequeños insectos grises, quebradizos y traslúcidos que supongo que serían piojos. (Hice todo esto con mucho cuidado, por supuesto, muy consciente de que podía despertar a los del dormitorio contiguo.) Este examen de la cama fue solo una cuestión de principio: sabía de antemano que no podría vencerlos. Habría sido preferible no hacerlo, porque así no habría descubierto los piojos. La idea de su presencia me preocupaba mucho más que las chinches. […] Me puse la chaqueta, me abroché los pantalones por encima de ella, me puse los calcetines y me metí en la cama.

 

Photo by: Marc Javierre-Kohan
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LA LISTA DE LOS 10 MÁS POBRES DE BARCELONA

1. Mayka Restrepo

…que ha vivido más de un año en una antigua oficina de Caixa Catalunya. Su hijo Kevin podría ser El Mesías del siglo xxi. Si Jesús de Natzaret nació en un establo, Kevin ha nacido en una sucursal de banco. Actualmente, la familia de Mayka paga por una habitación en un pisito en Les Corts

2. El desahuciado que se llama C.

…el único que ha dormido en el brazo de un sofá, en los años de plomo de la crisis del Big Crap: «[el resto del sofá] ya estaba ocupado por otros que dormían sentados» 

3. El rapero Eduardo Xl Soro

…que no duerme en un sofá, sino que vive en el mismo sofá, alquilado, y donde recibe correspondencia y estudia y se organiza

4. El homeless Eduardo Saus

…que se quedó en la calle y le robaron el llavero, regalo de su padre, la única propiedad valiosa que le quedaba

5. El parado Francisco Romero

…que vive en un edificio con aluminosis, en el Besòs, donde las vigas se retuercen y crujen y rechinan en las vigilias como fantasmas que arrastren las cadenas

6. La inmigrante Ndrin Lea

…que recoge comida en un banco de alimentos de Ciutat Meridiana, el barrio con más desahucios de España: Villa Desahucio

7. El preso número 861, Miguel Aguilar

…del Centro de Internamiento de Extranjeros de Zona Franca, que acabó entre rejas por una falta administrativa: por no tener papeles 

8. El «mohicano» Shiplu Ahmed

…el bangladesí que se enfrenta a los fondos buitre, protagonista del libro Lancaster, 13, y otras historias de miedo en la Barcelona zombi, de Reportero Jesús

9. El hambriento José Luis Castro

…que pide en Las Ramblas (ver Los ñus. La crónica africana de un safari en la Rambla de Barcelona, de Reportero Jesús)

10. El africano Katim

…chatarrero en Bagdad, 112 (calle Badajoz, 112), en el Distrito de Sant Martí, donde malvive en una nave industrial desvencijada

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