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Alex Lima
Alex Lima - ViceVersa Magazine

Fernando Arrabal, ruega por nosotros

Hace casi una década tuve el honor de acompañar a Fernando Arrabal (Melilla, 1932) de vuelta a Manhattan tras una de sus frecuentes charlas a los estudiantes de la Universidad de Saint John’s. Nos sentamos a tomar un café en el Starbucks de la 35 y la quinta mientras veíamos pasar vampiros, superhéroes y diablillas en plena tarde-noche de Halloween. En medio de ese espíritu carnavalesco el dramaturgo, ensayista y provocateur patafísico me empezó a contar anécdotas de su primera visita a Nueva York en el cincuenta y nueve. Gracias a una beca de la Ford Foundation, tuvo la oportunidad de convivir unos meses con Günter Grass, Italo Calvino, Robert Pinget, entre otras jóvenes promesas del pensamiento occidental. Mientras pasaba otro mozo disfrazado de M&M amarillo me relató su rutina parisina, sus partidas de ajedrez con Milan (Kundera) y sus largas conversaciones con el perro de Houellebecq. Sin preguntarle nada, él mismo sacó a colación aquel famoso episodio en el programa de Fernando Sánchez Dragó (rtve.es) a finales de los ochenta. Arrabal me explicó que todo se había tratado de una performance, de una puesta en escena para malmeter al “duende del desorden” en aquella solemne tertulia televisiva.

En su más reciente libro, Fernando Arrabal: Oráculo entre cielo y tierra (Escribana Books, 2019), Marie-Lise Gazarian se adentra en el entorno íntimo de este controvertido personaje para revelarnos otras facetas que han moldeado la figura del Arrabal de carne y hueso. La ausencia/presencia de su padre republicano, desaparecido durante los primeros años de la Guerra Civil Española, es una constante en su multifacética obra. Desafortunadamente, las figuras paternas que se han cruzado por su largo trayecto han sido típicamente arquetipos autoritarios, desde militares de bajo rango que lo encarcelaron por su activismo hasta dictadores que han intentado censurar su voz de protesta. La profesora Gazarian, cuya amistad con el autor abarca casi cuatro décadas, observa acertadamente que la obra de Arrabal “es un grito en contra de toda violación de libertad”. Es por eso quizás que su concepto agnóstico de dios dista de una concepción judeo-cristiana patriarcal y apuesta más por la esperanza de que exista “un Dios que sea una mujer”.

 

Fernando Arrabal

Arrabal no se considera un autor de vanguardias sino principalmente un artista medieval a quien le ha tocado coincidir con movimientos de avanzada como el grupo postista en España, los beatniks estadounidenses y el café surrealista de Paris del cual se distanció. Junto con el francés Topor y el chileno Jodorowsky conformaron el movimiento Panique que no es otra cosa que “el respeto irrespetuoso al dios Pan”, “el rechazo a la seriedad”, el evocar “la confusión al provocar alternativamente la risa o el pavor”. Es decir, el causar asombro de forma risiblemente aterradora, como el irrumpir en el maratón de Nueva York disfrazado de Don Quijote o photo-bombing como le llamaríamos ahora, el suplantar su rostro y el de sus amigos en parodias de La última cena o lo que ahora aceptamos como memes, o poner el nombre verdadero en los dorsales de cada actor en escena o lo que actualmente denominamos etiquetar o tagging. Este libro nos confirma que Arrabal es un genio incomprendido que se ha adelantado a su tiempo, una suerte de oráculo en estos tiempos repletos de conformismo y de frases hechas que pierden su sentido de tanto compartirlas en las redes sociales.

Una dicotomía recurrente en la producción arrabalesca es la tensión entre el orden y el caos. No obstante, todos sus artefactos toman forma a partir de un tenue patrón subyacente; recordemos que Arrabal se rige por las reglas de las matemáticas, la física, el ajedrez y la patafísica, disciplina que “se interesa en las excepciones” como el porqué Adán y Eva tienen ombligo en los cuadros de la Edad Media o qué sucedió antes del Big Bang. Arrabal aborda todos estos temas aparentemente triviales con una seriedad lúdica similar a la teoría de juegos, herramienta con la que los economistas elaboran modelos que pueden llegar a condicionar el engranaje de toda una sociedad. Gazarian, gran conocedora del proceso creativo del autor, concluye que el humor y la seriedad son dos fuerzas opuestas que forman parte indeleble de la personalidad misma de Arrabal y, por ende, de toda su obra.

Entre lo quijotesco y lo arrabalesco cumplí mi consigna de devolver a Manhattan al gran Arrabal aquella noche de Halloween, se quedó parado al pie de la acera como lo haría cualquier padre, acompañándome con la mirada hasta que doblé la esquina.

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