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Feminismo encabritado

Hay nerviosismo en algunos sectores del país, incertidumbre en otros, encabritamiento en los más y alarma en la mayoría, porque el inquilino de Palacio Nacional exhibe una insensibilidad, una incompetencia y un autismo político nunca vistos en la historia de México.

De los 40 mil homicidios dolosos que se han cometido en catorce meses de gobierno, casi tres mil corresponden a la cifra inédita de feminicidios, tipificados como delito contra la mujer en las reformas de 2012 al Código Penal Federal.

El feminismo, el derecho a la diferencia y a la no discriminación de homosexuales, la apuesta por un medio ambiente sostenible y la defensa de los derechos humanos de las víctimas, fueron banderas de cuando la izquierda era izquierda de veras, auténtica y consecuente, no ahora, cuando de lo que hablamos es de una izquierda fingida, hueca, farisaica y deslavada, que incurre en la contradicción de lucrar inmoralmente con el término mientras niega y pisotea, en los hechos, las banderas más rescatables de la verdadera tradición de izquierda en México.

Las mujeres, “la mejor parte de la humanidad”, decía Gandhi, tienen décadas soportando una suerte de confinamiento a la minusvalía cultural a que las conduce esa malformación de la masculinidad que es el machismo. También tienen una historia, de la que muchas veces son alma y motor, tolerando el que el lado masculino de las estructuras de poder les niegue el respeto a su dignidad y a “la mayoría de edad” a que tienen pleno derecho, desde que Elaine Pagels, en los sesenta, con el descubrimiento de los Evangelios Gnósticos, documentó la igualdad teológica del hombre y la mujer.

Sin embargo, pese a que puede haber quien crea -sin respaldo en evidencias- que la 4T encarna el mejor de los mundos posibles, malos tiempos son estos para quien haya tenido la osadía de nacer y de ser mujer bajo el cielo nublado de los tiempos que corren por el país.

A leguas se nota que el inquilino de Palacio, quien debe su encumbramiento al encono y la emocionalidad militante de las barricadas sociales, no sólo no tiene el mínimo respeto y empatía por sectores a los que también debe gobernar, sino que incluso parece destinarles -sin el tacto del buen gobernante- el más profundo de sus desprecios.

Hay psicopatologías de lo social que ameritan diagnósticos profundos y respuestas de Estado, como es la “normalización” de la violencia criminal y el que se haga del hampón y el delincuente -con la complicidad del poder público- figuras de culto social.

La descomposición que azota al país, no producida por el liberalismo histórico sino por los atamanes burocráticos de hoy, tiene entre sus principales víctimas a las mujeres y a los niños. Por ello, la burla y la insensibilidad presidencial ofenden, porque hay sangre de por medio.

La ONU estima que somos el país más peligroso de Latinoamérica para las mujeres, no sólo porque seis de cada diez mexicanas han sufrido algún tipo de violencia, sino, además, debido a que el nuestro es el octavo país con más feminicidios de Latinoamérica y el Caribe, pues nada más en 2018 se cometieron 898, lo que equivale a 1.4 por cada 100 mil habitantes, según el Observatorio de Igualdad de Género de América Latina y el Caribe.

Lo anterior explica la singular furia con que el tornado feminista marchó sobre la capital del país el pasado 29 de noviembre, lanzando proclamas que -desde el vínculo de la fraternidad del dolor y la sangre- lo hermanaron con otros movimientos semejantes extendidos de Estambul a Nueva York.

No obstante, 2019 fue más letal. De enero a septiembre del año pasado, según cifras del Secretariado Ejecutivo del Sistema Nacional de Seguridad Pública, fueron cometidos 2 mil 833 asesinatos de mujeres, de los cuales sólo 726 son investigados como feminicidios, es decir, apenas el 25.6 por ciento de los homicidios dolosos contra mujeres, de acuerdo con el Observatorio Nacional del Feminicidio.

Frente a estas realidades, que además tienden a agravarse, la actitud de un presidente de la República que elude o subestima los temas espinosos, que no respeta ni busca reparar el dolor de las víctimas, que remite el origen de los problemas a otros, que culpa al pasado por cualquier desajuste del presente y no sabe ni quiere hacerse cargo de su propia responsabilidad en la conducción del país, nos queda a deber.

Pisapapeles

La metáfora puede parecer excesiva, pero no lo es. La anima el deseo de laudar a nuestras féminas: No se puede comparar la gracia de ser mujer con la desgracia de ser hombre.

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