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Felipe Delmont

Felipe Delmont: vivir en la Ciudad de los Caminos Cortos

NUEVA YORK: Felipe Delmont habla, cuenta. Sus palabras salen a borbotones, construyen imágenes, despiertan emociones. Arquitecto y urbanista tiene una visión muy particular de nuestras sociedades en relación con el entorno en el que se desarrollan. Su pasión es arrolladora, sus certezas inquebrantables. A medida que nos relata historias, experiencias y teorías, su ser cambia. A veces toma la delantera el joven rebelde quien ocupaba escuelas en Francia en el mayo del ’68, otras asoma el niño que se pasea por una fábrica abandonada de cocos en el medio de una hacienda venezolana, en algunos momentos vemos al soñador quien imagina la historia de un príncipe Khmer, un millón de elefantes y una sombrilla blanca en la ciudad laosiana de Luang Prabang y en otros descubrimos al profesional quien defiende sus ideas y las lleva adelante sin nunca dejar la capacidad de escuchar y las armas de la diplomacia.

Experto de la Unesco en lo que concierne la defensa de las ciudades declaradas Patrimonio de la Humanidad, Felipe ha transcurrido su vida entre Venezuela, Francia, Canadá, Laos y Estados Unidos.

Era adolescente en París cuando explotaron las manifestaciones del mayo francés y aún hoy lleva dentro de sí la marca de esa experiencia. “Dicen que los movimientos del ’68 fueron inútiles porque no cambiaron las sociedades así como hubiéramos querido pero yo no estoy de acuerdo. Creo que esas luchas nos cambiaron dentro, nos mostraron otros caminos de desarrollo personal. Entre las varias cosas que aprendí en esos momentos creo que lo más valioso ha sido haber entendido la importancia del trabajo en equipo realizado de manera horizontal, desarrollando varias cosas en paralelo. Asumir que no lo controlas todo te permite abrir caminos inesperados y encontrar soluciones reales. También entendí que lo importante era buscar las oportunidades y focalizarse en ellas”.

Si en ese entonces Felipe Delmont se rebelaba contra la severidad formal de una sociedad en la cual no había espacio para la diversidad, hoy su lucha tiene por objetivo la creación de entornos urbanos en los cuales  nuestras sociedades puedan desarrollarse en armonía con la naturaleza, sin perder la dimensión humana y el goce del vivir.

Su teoría que reasume bajo el título “La Ciudad de los Caminos Cortos”, se refiere a una ciudad compacta, diversa, una ciudad en la cual las personas puedan moverse a pie o en bicicleta, devolviéndole al automóvil su vocación original de vehículo privilegiado para el paseo, y si es decapotable mejor. Una ciudad donde el “otro” no es un desconocido sino un vecino con nombre y apellido y en la cual los problemas se resuelven de manera comunitaria según intereses comunes. Una ciudad, que es ciudad en todas sus partes, donde gracias al apaciguamiento de los flujos motorizados es posible hacerlo todo a corta distancia, entre todos, en todas partes y todo el tiempo.

Esta teoría ha ido germinando y se ha ido consolidando en Delmont a través de los años, absorbiendo enseñanzas de cada experiencia.

Era un joven arquitecto, especializado en prefabricados, cuando le tocó asumir la responsabilidad de elaborar y construir un proyecto de desarrollo urbano de vivienda social en el Zulia, estado de Venezuela, financiado en parte por la cooperación francesa.

El gobierno de entonces nos asignó 300 hectáreas al sur de la ciudad. En menos de 6 meses habíamos completado las obras de urbanismo, las calles, los servicios. Eran los años 78-79, Venezuela se acercaba a las elecciones y el gobierno invirtió mucho dinero para que todo marchara rápidamente. La planta de prefabricados, montada en el propio sitio para la producción de los edificios según mis planos, llegó a tener 600 obreros y maquinaria técnicamente muy avanzada. Armábamos un edificio de 16 apartamentos en dos días. En menos de 6 meses se crearon 1.500 apartamentos de los 20.000 previstos en San Felipe, la nueva urbanización. De repente una noche, estando yo en Caracas, centenares de personas la invadieron. Cuando llegué, unas 2000 casitas de cartón, tablas y láminas ocupaban las parcelas previstas para nuestros edificios. Protegidos por la Guardia Nacional entramos a negociar con los invasores. Fue una experiencia muy importante porque pude ver cómo esas personas se habían organizado y habían invadido los espacios habitables respetando las calles, estacionamientos etc. En ese momento entendí que el planteamiento en el cual habíamos estado trabajando nosotros estaba muy lejos de satisfacer las necesidades de las personas, que las casas que nosotros les proponíamos eran unos bloques rígidos imposibles de intervenir. No se podía agregar un cuarto, casi ni se podía poner un clavo. Eran dormitorios, pequeñas cárceles y, peor aún, iban a ser distribuídos de manera aleatoria, sin respetar grupos familiares, amistades, intereses comunes. La gente que iba a habitarlos, no se conocía, cada uno venía de diferentes lugares y situaciones. La gente de la invasión era otra cosa, esas personas que se habían organizado sí se conocían. Entre ellos fueron creando acuerdos dictados por los intereses comunes y desde el principio fue surgiendo una economía de base. Por ejemplo, había el que se procuraba las láminas para las viviendas y las vendía, el que se ocupaba de los niños, el que reparaba motos y el que abría una pequeña bodega. Al mismo tiempo se iban organizando para protegerse de los sujetos más peligrosos, en fin se iba constituyendo una sociedad con un sentido del compartir que es lo que se ha ido perdiendo en los centros urbanos”.

Felipe Delmont, haciendo tesoro de lo vivido en el Zulia, decidió abandonar la construcción de viviendas prefabricadas y se asoció con otro arquitecto, urbanista muy conocido: Elías Benatar. Se dedicaron al desarrollo de planes de regulación urbana en Venezuela, según el nuevo urbanismo francés. Pero también esa experiencia lo ayudó a entender las deficiencias del urbanismo oficial y a dirigirse hacia los horizontes de la Ciudad de los Caminos Cortos.

“Elías y yo, contratados por el ministerio de Obras Públicas, luego de Desarrollo Urbano, nos dedicamos, a desarrollar los planos locales de casi todas las ciudades del país, incorporando al equipo, profesionales de diversos campos, algo inédito en Venezuela. Lo dividimos en dos partes. Caracas era la línea de división: yo me ocupaba del oriente y Benatar del occidente.

Diez años trabajé dirigiendo planes Rectores y Locales de Desarrollo, desde Puerto La Cruz a Barcelona, Cumaná, Santo Tomé, Lecherías, Anaco, El Tigre. Y finalmente entendí que esos planes que partían de una constatación de la realidad existente, -una zona donde había comercios la declarábamos exclusivamente comercial, otra con industrias, industrial, etc, congelaban la ciudad en una realidad pasajera, segregando o prohibiendo actividades y usos, vives aquí pero trabajas allá, y te entretienes en otro lugar. En realidad el nuevo “ordenamiento” terminó por ahogar la ciudad porque la ciudad es algo orgánico, y mutante que no se puede detener.

Al querer estructurarla, la esterilizamos y asfixiamos, sin entender que por definición la ciudad es coincidencia y congestionamiento. El secreto para que no se atrofiara era mantener el poder de cada una de sus partes, sus barrios, y con ello la vida urbana que no es otra cosa que compartir una economía propia, en un territorio dado. Las ciudades imperiales, la de los aztecas, de los egipcios, de los Khmers, nunca merecieron el nombre de ciudades justamente porque nunca fueron sino meros campos de concentración, a manos de un poder autocrático empeñado en conquistar y devorar territorios que le eran ajenos ”.

La primera oportunidad de poner en práctica lo que había ido aprendiendo en el campo, se le presentó a Felipe Delmont cuando supo que la empresa de petróleos de Venezuela que operaba en Puerto La Cruz, estaba decidida a mover la refinería debido a las presiones de los que temían posibles desastres ocasionados por eventuales explosiones y también a los que pensaban que la refinería era muy contaminante.

“Hice un estudio muy profundo junto con mi hermano, quien es matemático, analizando los reales riesgos de la refinería. Luego convencí a los dirigentes de Meneven demostrándoles que podían reducir drásticamente la contaminación modernizando las instalaciones de la refinería y hecho esto la única población que corría un riesgo por estar demasiado cerca de los grandes esferas o tanques de gas licuado, era la que vivía en una urbanización de unas 300 casitas, pegadas a la refinería. Les propuse reubicar a esas familias en una zona alejada del perímetro peligroso”.

El proyecto de Felipe Delmont despertó el interés de los dirigentes de Meneven ya que representaba un fuerte ahorro para la empresa. También estuvieron de acuerdo el alcalde y los concejales quienes sabían que la economía de la zona se movía alrededor de la refinería.

La gran dificultad era convencer a esas 300 familias a dejar sus hogares. “Estaba consciente de lo difícil que iba a ser explicar a esas personas que tenían que mudarse aunque, para evitar que el impacto fuera demasiado fuerte, busqué un terreno cercano en el cual iban a ser recolocados, construyendo con su participación, un barrio mas urbano y equipado . Dediqué mucho tiempo a explicarles los beneficios del cambio para que, en vez de resistirse, contribuyeran a realizarlo de la mejor manera posible”.

Tras muchas tratativas la mayoría de esas personas se mudó al otro terreno y sólo una parte recibió una indemnización y se fue.

En Puerto La Cruz, Delmont construyó, como arquitecto y promotor, cuatro grandes conjuntos residenciales de vivienda, desarrollados como cooperativas para los empleados de la industria petrolera,,que terminaron reimpulsando el desarrollo del complejo turístico el Morro, entonces prácticamente en estado de abandono, transformándolo así en una de las urbanizaciones más hermosas de la ciudad.

Trabajando desde abajo, escuchando sugerencias e ideas y atesorando lo que iba aprendiendo con cada proyecto, se iba consolidando en su interior una visión de la vivienda como un espacio dentro de una comunidad, un proyecto a través del cual evitar el aislamiento y la indiferencia que caracterizan a las grandes ciudades.

Sus teorías se van abriendo camino y la Unesco lo escoge para ayudar a los habitantes de la ciudad de Luang Prabang, en Laos, tras haberla declarado Patrimonio de la Humanidad.

Allí, en esa ciudad que había quedado casi inalterada en el tiempo, en una zona que reúne a poblaciones distintas, con idiomas diversos que se pierden entre las arrugas de un terreno en el cual queda atrapado el río Mekong casi en la totalidad de su recorrido, Felipe transcurre unos años de gran satisfacción profesional.

Nos habla de Luang Prabang con la ternura y la pasión de un enamorado, brotan los recuerdos y fluyen ante nosotros como imágenes de película.

“Cuando llegué entendí que esa ciudad, tan mágica, donde la vida transcurría de la misma manera desde hace 600 años, iba a recibir un impacto violento a causa del enorme cauce de turistas que iba a llegarle y del inevitable desarrollo económico. Los dirigentes ya habían tomado ciertas decisiones como la construcción de un puente sobre el Mekong cuya vía de acceso atravesaría la ciudad. Tuve que invertir mucho tiempo, energía y una buena dosis de diplomacia para lograr que aceptaran desviar el puente y la carretera que empalmaba con él. De esa manera pudimos preservar la ciudad desviando su nuevo desarrollo aguas arriba junto al puente. Al mismo tiempo estudiamos una manera de reorientar el aeropuerto para evitar que los aviones que serían muchos mas, sobrevolaran la ciudad. Ambas obras iban a significar una gran afluencia de obreros reclutados en la región, y para evitar que sobrepoblaran la ciudad propuse la construcción de una urbanización cerca de los nuevos puente y aeropuerto, potenciando el surgimiento de un nuevo centro urbano que absorbiera el impacto inevitable de lo que yo llamo la Ciudad de los Flujos en contraposición a la de los Caminos Cortos. Lamentablemente no eran soluciones óptimas pero sin duda pertinentes para evitar el inevitable desarrollo que impulsaría no sólo la afluencia de turistas luego de la designación de la ciudad como patrimonio mundial sino el de la apertura económica del país a la economía global, siguiendo los pasos del gran hermano chino. Era lo mejor que se podía hacer para evitar la destrucción del alma de Luang Prabang, de su cultura y su belleza. Las artes marciales enseñan que hay que aprender a desviar los golpes cuando vienen y lo único que podíamos hacer en Luang Prabang era tratar de evitar que el golpe del inevitable desarrollo fuera destructivo.

Buscando alternativas viables para la realización de esas obras, Felipe Delmont recorrió todo el territorio que rodea Luang Prabang. “Lo que me llamó mucho la atención fue constatar que en esa geografía rugosa lo que constituye a cada pueblo es la manera en que viven y se dividen el territorio según la diversidad de sus recursos. No es un problema de superficies ni fronteras sino de modos de vida, saberes, de suerte que cada pueblo come y reza distinto, habla su lengua, etc.

Me convencí que allí se refugiaron las personas que no habían querido sucumbir al mandato de las potentes dinastías chinas, siamesas o birmanas y que Luang Prabang fue el lugar desde donde se estableció el reinado del Millón de Elefantes y la Sombrilla Blanca de un príncipe Khmer, quien al llegar entendió que la única manera de gobernar una realidad tan heterogénea, era a través de una diplomática coordinación. Allí vemos la fuerza de una ciudad cuyo poder surge de abajo, una ciudad que se gobierna sola o a través de acuerdos”.

Felipe hace un paralelismo entre ese poder y el que, en nuestros días, desarrollan las redes virtuales. “Estamos asistiendo al fenómeno de grandes concentraciones, movilizaciones de masa que no responden a un poder específico sino al llamado de la red. Las redes se caracterizan por estar elaboradas con nudos iguales, el poder y la fuerza deriva del conjunto de todos ellos.

A raíz del exitoso trabajo que realizó en Luang Prabang la Unesco lo considera uno de los expertos más capaces para resolver situaciones críticas en las ciudades que son clasificadas como Patrimonio de la Humanidad.

Y esa misma experiencia lo llevará a la Trienal de Milán, a la cual fue invitado como urbanista.

Felipe Delmont está tan convencido de la necesidad de devolver a las ciudades un rostro humano, que ofrece cursos y seminarios sobre el tema en otros países, recientemente fue invitado en México, y pronto publicará un libro que titulará La Ciudad de los Caminos Cortos. Es la ciudad en la que ambiciona vivir él mismo y para hacerlo, ha llevado adelante varias iniciativas vueltas a transformar el entorno de los barrios en los cuales está residenciado en Caracas y en París.

Tanto en un lugar como en el otro ha logrado transformarse en un motor que ha permitido a las personas relacionarse y luchar por sus intereses comunes.

Logró algo que, en estos tiempos de aislamiento y carreras contra el tiempo, parecía un imposible. “Yo no creo en la solidaridad sino en el interés común – nos dice – y es a partir de ese interés común que se pueden lograr cambios importantes dentro del entorno en el cual vivimos”.

¿Y en Nueva York?

Nueva York es una ciudad que me fascina. Al comienzo, en la época en la cual fue realmente el centro del mundo, Nueva York tenía la forma de una espina de pescado con más de 260 muelles alrededor de los cuales se desarrollaba la vida de comunidades distintas: irlandeses, italianos, chinos, norteamericanos de otros estados, conectados por esos muelles con el mundo entero. Luego decidieron cambiar esa estructura, mudar los muelles a un puerto mas al sur y “ordenar y sanear” la ciudad a punta de autopistas y de parques pero, como dijo y escribió Jane Jacobs, una mujer fantástica que sin ser urbanista escribió un libro que marcó un hito en el urbanismo mundial de los años 60-70: esta nueva ciudad, más luminosa y con espacios verdes, ahora separada de su razón de ser, el puerto, su economía que era lo que unía a sus habitantes, ahora desconectados unos de otros, queda sumida en la inseguridad. Desde entonces la ciudad de Nueva York ha venido perdiendo su lugar en el mundo.

El concepto de la ciudad de los caminos cortos, una ciudad en la cual las personas se conozcan y la vida camine a un ritmo menos caótico parece tan hermoso cuanto imposible. 

No lo considero imposible. Creo que es la ciudad adonde nos tenemos que dirigir forzosamente porque estamos viviendo tiempos difíciles. El recalentamiento global es gravísimo y ya no hay científico que no lo ponga en relación con nuestra forma de vida urbana. . El desempleo crece a la par del progreso tecnológico en la gran economía de escala. La riqueza se concentra en unos pocos. La economía tiene que volver a escala humana, en el camino corto de la vecindad. No hay otras opciones. Es un cambio que será determinado por una necesidad de supervivencia.

Nuestra conversación se ha desarrollado en un parque de Manhattan y tras las palabras de Felipe nos descubrimos mirando el entorno con mayor atención. Caemos en cuenta de que casi todas las personas que están en el parque descansando, jugando, comiendo, son de origen asiático. Y también que la mayoría de ellos se conoce, se saluda, se detiene a hablar.

Es el barrio chino, sitio donde viven y trabajan en estrecha relación unos con otros.

Entendemos en ese momento que la ciudad de los caminos cortos lejos de ser un sueño es una realidad que se va forjando de a poco, casi en silencio. Responde a la necesidad del ser humano de recuperar un espacio en el cual sentirse parte de una comunidad. Y posiblemente en ciudades aparentemente tan caóticas como Nueva York esos fenómenos sean mucho más comunes de lo que se puede imaginar.

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Maria Isabel Peña
Maria Isabel Peña
8 years ago

La hermos a manera como está redactado el artículo, nos lleva de la mano en los caminos recorridos por un curioso infatigable llamado Felipe Delmont, que no deja de sorprendernos con sus hallazgo y teorías . Estaremos atentos a sus nuevos descubrimientos y aplaudimos el reconocimiento, que otros no dejan pasar desapercibidos. Es un «profeta en otras tierras» y esperemos que en las nuestras, vuelque los caminos cortos y nos acerque a ciudades más humanas. Felicitaciones por el merecido reconocimiento de Milán!!

Maria Sol Roncajolo
Maria Sol Roncajolo
8 years ago

Excelente artículo, muy bien escrito con ideas claras, mucho éxito para el Arq. Felipe Delmont

Elvis Sanfuentes Alvarez
Elvis Sanfuentes Alvarez
8 years ago

Los caminos cortos y la total diversidad… Un honor y un placer haber participado del taller para la Planificación y Gestión del Paisaje Urbano en el Centro Histórico de la Ciudad de Puebla. Un abrazo grande Felipe Delmont

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