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Febrero 2017 ¿Estados Unidos cambió, o perdió su rumbo? 

En 1919 John Reed publicó Diez días que estremecieron al mundo, crónica que describía el triunfo y los primeros pasos de la Revolución de octubre en Rusia.

En el 2017, en sus primeros días, la administración Trump remeció a los Estados Unidos y al mundo.

En Rusia la Revolución de octubre cambió las bases de la sociedad y durante casi un siglo construyó un nuevo modelo, aquella sociedad sin clases, aquella en que el bienestar colectivo primaba sobre el bienestar del individuo, aquella que prometía un hombre nuevo para una nueva sociedad, aquella que fue un faro de esperanza para los oprimidos del mundo.

Pasó, es cierto, por la creación de campos de concentración, por la reclusión de los disidentes en hospitales psiquiátricos, por la eliminación progresiva y sistemática de los oponentes, por la persecución del culto religioso.

Pasó por el fin de las libertades individuales, por el control del Estado sobre la justicia, sobre la prensa, sobre el libre movimiento de las personas, sobre la industria, sobre la educación.

Diez días estremecieron al mundo, y lo que pasó después, usted lo sabe, todo cambio requiere sacrificios y alcanzar la justicia requiere de la injusticia. Para alcanzar el paraíso se debe pasar por el infierno.

En el 2017, en los Estados Unidos Trump remeció al país y en una época de globalización remeció al mundo entero, su mundo y nuestro mundo.

¿Ello quiere decir que Estados Unidos cambió, o perdió su rumbo?

Bonito título, suena tan bonito como aquel slogan de ¡Make America Great Again!, y sin embargo al igual que el slogan oculta lo fundamental, ¿de que América o de cuál rumbo estamos hablando?

 

Ganadores y perdedores

Veamos quién ganó y quién perdió en el comienzo de una nueva-vieja Era y veamos si existe un antes de Trump y si existirá un después de Trump.

 

Los indocumentados,

millones de seres viviendo, amando, procreando en las sombras, pero trabajando a la luz del día, construyendo un país a la luz del día; los indocumentados, aquellos seres humanos a quienes se les hace sentir infrahumanos cuando a un parlamentario o a un candidato a un puesto de gobierno se le acusa de, ¡oh terrible crimen!, de haber empleado a un indocumentado, horrible mancha por la que pide excusas sin que nadie se detenga a pensar en el ser humano que con su presencia ensucia, en sus hijos, que siguiendo la misma lógica, ensucian las escuelas, en las empleadas que al limpiar las casas ensucian.

¿Cambio de rumbo? En el pasado creyeron, creyeron y algo ganaron, la posibilidad de estudiar sin temer ser expulsados, sin embargo, en ese mismo pasado deportaron millones, y el bálsamo para unos no puede ocultar la afrenta y la herida de tantos.

Hoy, esperan sin siquiera tener esperanza, hasta ese derecho está en peligro, el derecho de soñar.  ¿Cambio de rumbo?

 

El reinado del dinero,

en el pasado no había banco tan grande como para no caer, y por ello, el país entero, es decir sus impuestos y los míos tenían que salvarlos de la bancarrota puesto que ello salvaría la economía (y los millonarios bonos de los banqueros), y ellos estaban felices. ¡Cómo no estarlo cuando en un extraordinario gesto democrático la masa salva a la elite! Conmueve al punto de arrancar una lágrima por el ojo izquierdo.

Hoy, sin intermediarios, los dueños del capital se pasean por la Casa Blanca, sonríen, se felicitan, lo felicitan, se abrazan, y en el festín del rey Midas levantan el cáliz de oro y brindan. Nunca antes y en tan poco tiempo habían ganado tanto, nunca antes pudieron hacerlo sin decoro alguno.

En este mes de febrero que estremeció al mundo veamos por un segundo quién alcanzó la felicidad, dónde y quién sonríe, ¿en las fábricas o en los salones de la Casa Blanca o de los bancos?, ¿o es lo mismo? ¿Los magnates o los obreros? Pero cierto es, no hay de qué preocuparse, hoy como ayer los ricos generan trabajo, gracias a Dios que existen los ricos.

 

La justicia,

un sistema que necesita ser remecido, en el pasado dio paso a la injusticia, el número de latinos, y sobre todo de afroamericanos en las cárceles es abrumadoramente superior al de los blancos, el número de esa misma población, sobre todo afroamericana muerta en manos de la policía al ser detenida para un control es abrumadoramente superior al de los blancos. Las condenas al ladrón de poca monta son infinitamente superiores a las condenas al banquero o CEO ladrón, si es que hay condena y no aplausos.

Cierto, el sistema judicial debe ser reformado, por favor entiéndase, reformado no controlado, doblegado, puesto al servicio de un gobernante. El sistema judicial debe ser autónomo y confiable. Todos, desde aquellos diez días que estremecieron al mundo, hasta un Chávez en Venezuela, o dictadores como Franco, Hitler, Pinochet, o aspirantes a dictador como Ortega en Nicaragua, han puesto el aparato judicial a su servicio, es decir al servicio de mis designios, de Yo, el gobernante, de Yo, la encarnación pueblo, de Yo, el Supremo, aquel que vela por nuestra seguridad y la del reino.

 

La batalla de las batallas,

la política como espectáculo o una tristeza que divierte para ocultar sus fines y confundir al pensamiento. Desde hace 18 meses que un discurso aparentemente incoherente, que salta de un tema a otro sin detenerse nos envuelve en la trama mortal de una telenovela de la cual uno no puede perderse un episodio, qué va a pasar ahora, cómo va a responder, corramos a leer el twitter para ver qué piensa y saberlo antes que nadie.

Y todos, desde el gobernante extranjero hasta el gerente de una multinacional con el alma en un hilo siguen el quehacer político de la Primera Potencia.

Y logra su objetivo, se comenta la superficie: insultó a los jueces al decir que tienen menos capacidad de comprensión que un estudiante de escuela secundaria, y nos olvidamos de lo primordial, el intento de controlar el sistema judicial para llegar al poder absoluto.

Y sin embargo el nuevo gobernante nos anunció desde los inicios cuál es su designio, y si comenzó prohibiendo el ingreso a algunos cientos de miles de musulmanes, la meta son todos, y si logra que por la seguridad del país le dejen hacer lo que le dé su real gana le daremos un poder sin límites, y el blanco, recuerde, no son los de afuera, somos todos.

La oposición, me refiero al partido tradicional en un bipartidismo, en una batalla frontal se opone a los designios del nuevo gobernante, y sin embargo, tras los encendidos discursos aparece otra batalla, la de quién dirigirá la toma del poder.

Aparecen los líderes del ala liberal en todo su esplendor, aquel al que ayer cuando era candidato le negaron el pan y el agua, hoy lo pasean por el país para que canalice el descontento, que recupere la confianza, no en un programa, no en él, en su partido. Lo utilizan, y político zorro, Bernie los utiliza a su vez para hacer avanzar las ideas y un programa de cambio. Elizabeth eleva su voz y se posiciona como alternativa, e imagino que más de uno estudia el momento para saltar a la palestra como Yo, la encarnación del cambio.

La batalla es frontal, los perdedores se oponen, pero a su vez no quieren aparecer como obstruccionistas, a la masa no le gustan los obstruccionistas. Por el otro lado, los ganadores, gritan ¡obstrucción, nos están haciendo lo mismo que nosotros les hicimos!

Parte de la batalla en los demócratas es hacer que los jóvenes que pueblan las calles con sus protestas continúen activos, que esa hermosa llama no se extinga, pero que al final entren al redil, que acepten: no hay otra elección, o ellos o nosotros. 

¿No la hay?

Al final de la era de Trump me pregunto quién gobernará. Cuál será la propuesta y cuán específico y detallado el programa de gobierno propuesto, si se cumplirán las promesas o serán palabras lanzadas al viento.

Hoy, en medio de la tormenta me pregunto, ¿Estados Unidos cambió, o perdió su rumbo?

¿No será que necesitamos otro rumbo, una nueva vía y nuevos dirigentes, aquellos en quienes realmente confiemos, más allá de las promesas?

¿Es posible?

Y ahora los dejo, tengo que ir a leer el último Twitter.

Gustavo Gac-Artigas. Escritor chileno-americano, miembro colaborador de la Academia Norteamericana de la Lengua Española (ANLE)

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