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gabriel rodriguez

Fantasear – Por una poética de lo inusual

El silencio blanco es alterado por el milagro de la palabra que cae en el lago de la memoria y produce una reacción en cadena; una onda creativa que se expande hacia nuevos mundos, abriendo universos inusitados, misteriosos y borrosos, apenas reconocibles pero llenos de significación. Tal es la poética de la fantasía, la magia de las palabras. Fantasear, entonces, es buscar el territorio ciego, profundo y virgen donde habitan las ideas, las imágenes.

Entre palabras desconocidas vive lo fantástico: los objetos se relacionan de forma inusual e incómoda; la luz se filtra por la claraboya de un techo humilde y cansado por el peso de los días y un mundo nuevo nace. El mundo lento y silencioso de los objetos. La música de las esferas domésticas, el universo blanco de las paredes de cal, el insondable océano de la moqueta, la llanura irrespirable y cegadora del patio interior. Y el futuro de un mundo sin ruido, sin ecos, sin risas ni llantos. Un mundo fértil para la imaginación.

¿Cómo sería la vida de los colores, de las notas musicales, de las formas geométricas? De la ropa, de la vajilla. Hay muchos universos: mundos que pintan otros mundos como la piel elocuente del «hombre ilustrado» de Bradbury. Sólo es cuestión de encontrar la puerta. Sólo es cuestión de frotar las palabras mágicas. Así, para comprender nuestro presente, imaginamos un futuro lejano. Para conocernos nos desdibujamos o nos duplicamos como en la fábula de Saramago.

Y la poesía (esa grieta, ese resquicio) despeja el humo cotidiano y surge la revelación: nuestra concepción del mundo asoma detrás de cada frase, de cada juego de palabras, de cada asociación. Es el faro que marca la ruta a seguir. Las lecturas y la emoción son el alimento de aquellos mundos. La visión de otros mundos, pues, nace de manera reflexiva e introspectiva: es el lienzo en blanco que sugirió Balzac en «La obra de arte desconocida».

Es preciso vislumbrar la verdad que flota en la superficie de nuestra cotidianidad. La palabra anodina, desnuda y humilde como un vaso de agua, se presenta. Como escritores debemos apostar por beberla, degustarla, ser uno con ella y buscar asociaciones. De esta forma entenderemos, como en Narnia, que un armario puede ser un detonante creativo igual que la puerta, que la caja, que la noche. La susceptibilidad de ser abiertas y ofrecer algo, de ser madres repentinas de un extraño suceso, de una ironía, de una paradoja.

El objetivo: enfrentar la escritura como un estado de lucidez, una manera de ver el mundo, una lente que distorsiona para clarificar. Lo onírico, así, toma forma y abandona la íntima oscuridad y nos despierta, nos configura. El absurdo y lo maravilloso otorgan un brillo inesperado a nuestra prosa, ofreciendo un fresco sobre la condición humana renovado.

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