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Juan Pablo Gomez

Facebook no vuelve loco a nadie (o el estallido social inminente, siempre inminente)

No salir en televisión es un signo de elegancia

Umberto Eco

Lo que hace es visibilizar locuras que antes se disimulaban mejor en el trato directo. Como todo lo que se masifica en este mundo, Facebook, la red social abanderada, es tan útil como perturbadora, tan ventajosa como desquiciante. Todo depende de quién haga uso de ella, con qué fin y qué estado de ánimo tenga. Recuerdo muchas veces, a finales de los años noventa y principios de los dos mil, escuchar quejas incesantes acerca de las faltas ortográficas que cometían muchas personas mientras escribían mensajes SMS. Parecía como si, de repente, la mayoría de las personas se hubiesen embrutecido. Muchos creían que era culpa de la tecnología, que esos mensajitos estaban pervirtiendo el lenguaje escrito. En realidad, esas personas habían escrito así siempre, lo que pasa es que no lo sabíamos. Esa red tecnológica visibilizó esas carencias y, curiosamente, hizo que muchos trataran de mejorar su ortografía por pudor, para no causar mala impresión en determinadas circunstancias.

Con el uso masivo de internet se pronosticaba el fin de la era del papel. Se pensó que todo se enviaría digitalmente a través de la red. Ocurrió lo contrario: ahora se imprime más porque se obtiene más información directa de la web y a un click de convertirla en papel. Luego se pronosticó el fin de la era del libro como objeto físico. Y de la misma forma que muchos habían pronosticado el fin de la radio cuando apareció la televisión, pues se pensó que un libro sería un hermoso objeto arcaico que usaban nuestros ancestros. Como era de esperarse, los libros no sólo han sobrevivido, sino que en muchos casos son objetos más anhelados que antes. Conviven gratamente con la tecnología y, nadie puede negarlo, se asimila más y mejor un texto cuando se tiene en físico. Un profesor corrige mejor un trabajo escrito en papel que por versión digital. La pantalla sigue siendo un artefacto extraño, diabólico y alienante que nos hechiza y es útil, pero no termina de lograr la sustitución sensorial de lo que percibimos como objeto real en el mundo. El placer no viene dado sólo por la vista, sino por la noción de que lo que tenemos delante verdaderamente existe y puede palparse.

Las redes sociales han creado una falsa sensación de que la gente puede expresarse más, comunicarse mejor y compartir “vivencias”. Pero la verdad es que las redes sociales alimentan la soledad. Y no se trata de la soledad gustosa, bien llevada, necesaria de nuestra condición humana; sino la soledad sentida como carga dolorosa. Cuando alguien hace uso desmedido de Facebook (o cualquier red parecida) y cree que es necesario pronunciarse acerca de absolutamente todo lo que pasa o cree que pasa en el planeta, lo que hace es mostrar su inconformidad y su mal llevar el peso de la soledad. Al menos, parece evidente que pueda ser así en muchos casos. Facebook es tan variopinto como el mundo, por eso trata de ser sustituto o sucedáneo del mundo. Y he allí su trampa, que es una cascada demencial de opiniones que se creen libres. Facebook es la metáfora moderna del aleph y, por eso mismo, una visión clara de la pesadilla ilusoria en la que se puede convertir un mundo que juega mucho a espectro infernal.

Ahora resulta que Facebook parece que tiene línea editorial. Que censura determinadas noticias que ideológicamente simpatizan con eso que se llama el “conservadurismo”. Sospecha y acertarás. Facebook tiene intereses, genera dividendos astronómicos, maneja una inconmensurable capacidad para generar influencia y por eso, según delatan unos exempleados, ha decido dar el paso hacia la constitución de su línea editorial. Todo ello me lleva a pensar que el mundo funciona cada día más igual que siempre. Que la tecnología sólo sirve para saturarnos de más información y de hipertrofiarnos nuestra capacidad de asimilación. El fin del poder siempre será la alienación y el poder se ejerce de distintas formas posibles. Se trata, como siempre, de anular el pensamiento.

Siempre leo en Facebook que el estallido social en Venezuela es inminente. Sin duda, la crisis está arrasando al país en pleno y es perfectamente probable. Las dimensiones del caos están envileciendo masivamente a los venezolanos y eso no tendría vuelta atrás. Pero al mismo tiempo pienso en los mecanismos de control actual que ejerce el poder en Venezuela. Pienso en el papel que ha jugado la televisión los últimos 40 o 50 años. Pienso en todos los cómplices y en todas las comparsas del desaguisado. Pienso en gente de izquierda y gente de derecha. Pienso en gente liberal y gente conservadora. Pienso en católicos, evangélicos y babalaos. Pienso en la estructuración masiva del estado mafioso. Pienso en la corrupción extendida por todos los tentáculos sociales posibles hasta llegar al funcionario más modesto. Pienso en la mañana convulsa del 27 de febrero de 1989, en la que unos liceístas de Guarenas, se negaron a pagar el aumento del pasaje estudiantil y empezaron a quemar cauchos, mientras confrontaban a varios choferes de carritos por puesto. Radio Caracas Televisión transmitió en vivo y directo esas protestas. A los 20 minutos, el país estaba en llamas. Lo que aconteció el 28 fue una postal apocalíptica que se solventó con la más visible de las violaciones masivas de derechos humanos que haya visto el país, por televisión, en vivo y directo. Imagino qué pasaría hoy si Venevisión en horario estelar transmitiera los saqueos y las protestas que tienen meses aconteciendo en el país. Ni Facebook, ni Twitter, ni la prensa digital tienen el poder del que gozaron las grandes televisoras en los años 80 en Venezuela. Todo lo que está ocurriendo tiene muchísimos responsables y es tan complejo que encuentra miles de aristas. Tal vez la arista más oscura y cruel de todas, sea el papel de los medios de comunicación los últimos 40 o 50 años. Mientras tanto, Facebook sirve de catarsis, más bien patética y lastimera, a la vez que Zuckerberg trata de ver cómo hace para que Trump no siga aumentando sus posibilidades.

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