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Ezeiza

El nombre oficial del aeropuerto internacional de Buenos Aires es Ministro Pistarini, pero todo el mundo lo conoce como Aeropuerto de Ezeiza, nombre de la localidad donde está situado, a unos 40 km de la ciudad. Y está ligado a uno de los momentos más terribles de la historia contemporánea argentina.

Como conté en una nota anterior, nos habíamos tomado con Ada un año sabático, paseando por Europa. Debo explicar que habíamos regresado de Cuba, donde yo había viajado en 1963 por invitación de Alfredo Guevara, presidente del Icaic, Instituto Cubano del Arte e Industria Cinematográficos. Dicha invitación, que incluyó a varios cineastas latinoamericanos radicados en Europa, se produjo en ocasión de uno de los festivales de cine latinoamericano que el Columbianum de Génova organizaba en Santa Margherita y Sestri Levante, dos localidades de la Riviera Ligure, y que dirigía Gianni Amico, luego importante director de cine y televisión. La intención de Guevara era sumergirnos por una temporada en la joven revolución de la isla. Mi inmersión se prolongó más de lo imaginado. Realicé nueve documentales y un medio metraje de ficción.

Llegamos a Argentina a comienzos de 1972, cuando el régimen militar instaurado por el golpe de 1966 y presidido por el general Lanusse había comenzado el período de transición hacia el retorno de la legalidad. Saulo Benavente, el más importante de los escenógrafos de cine y teatro de esos años, dirigía la Escuela de Cine de la Universidad de La Plata, y me contrató para reemplazar al profesor de Realización IV – el máximo nivel de una carrera de 4 años – que había viajado al exterior.

La ciudad de La Plata es la capital de la provincia de Buenos Aires. Dos veces por semana yo debía viajar a dar clase, en la línea de autobuses que hacía ese trayecto. Y por lo general, viajábamos juntos Nemesio Juárez, también cineasta y titular de la cátedra de Realización III, y yo. Y nos hicimos amigos.

A mí me costaba entender la realidad política argentina. Todos mis amigos de la época previa a mi viaje, que podríamos caracterizar como “de izquierda”, se habían vuelto peronistas. Y cuando yo expresaba mis dudas trataban de convencerme de que peronismo y socialismo era la misma cosa, que no me dejara confundir por una simple denominación. De hecho, la consigna de la época de un sector del peronismo era “Perón, Evita, la patria socialista”.

Corría el año 1973, se acercaba la fecha de las tan postergadas elecciones generales, y Nemesio me invitó a integrar un equipo de filmación que se dedicaría a registrar los hechos del proceso que se avecinaba. Acepté, para colaborar y para seguir tratando de entender. Hubo situaciones delicadas, seguía rigiendo la dictadura militar, y más de una vez tuvimos que cruzar a campo traviesa y esquivando los puestos militares, en pos de filmar algún acontecimiento. Se realizaron la elecciones y triunfó holgadamente la fórmula peronista encabezada por Héctor Cámpora, que había sido el delegado de Perón en la Argentina. La asunción de mando iba a tener lugar el 25 de mayo, aniversario de la revolución de 1810, en el Salón Dorado de la Casa de Gobierno, y me tocó manejar una cámara, la consabida Bolex H16.

Durante el día yo había estado recorriendo la ciudad, y en determinado momento vi que por la Avenida Corrientes venía subiendo desde el Bajo una nutrida columna de gente, encabezada por Osvaldo Dorticós, el presidente de Cuba, visión totalmente inimaginable para la época. Y esta visión se vió redoblada más tarde, durante la ceremonia de asunción, cuando el flamante presidente apareció escoltado por Dorticós y por Allende, el presidente de Chile.

Yo estaba ubicado con mi cámara en la última grada de la tarima dispuesta al final del salón. De pronto, una voz estentórea que venía desde abajo llamó mi atención. ¡¿Saderman, qué tu haces ahí?! Era Santiago Álvarez, el mítico documentalista cubano, que había venido a cubrir la visita de Dorticós.

Y llegó al poco tiempo la noticia del inminente regreso de Perón. La consigna del momento era “Cámpora al gobierno, Perón al poder”. El demorado regreso iba a producirse el 20 de junio, en el aeropuerto de Ezeiza. Apenas amaneciendo, nos reunimos los que integrábamos el equipo de filmación, creo que eran una cinco cámaras, y nos dirigimos a Ezeiza, donde se había levantado un enorme escenario en una zona descampada a poca distancia del aeropuerto. Al llegar, nos encontramos con una situación inesperada. La zona que rodeaba el escenario estaba custodiada por una cadena de hombres de aspecto poco amigable, los hombros cubiertos con ponchos que ocultaban armas largas. Era apenas un indicio que lo que iría a pasar más tarde.

En la distribución de las cámaras en el terreno me tocó una ubicación privilegiada: en el extremo de la terraza, con vista al lugar preciso donde iba a aterrizar el avión que traía a Perón. Mi misión era registrar la aparición del general y su descenso a tierra argentina. No sabíamos a qué hora se iba a producir el aterrizaje y pasaban los minutos y las horas. Para combatir la inacción, de vez en cuando filmaba el movimiento de personas en la pista. Recuerdo que un importante dirigente que había sufrido un accidente se desplazaba en silla de ruedas. Un par de veces bajé de mi puesto y me acerqué al escenario. En unas gradas instaladas al pie se encontraban los músicos de la sinfónica, entre los cuales tenía algunos amigos. Y desde el escenario, Leonardo Favio animaba a la concurrencia, que inundaba las zonas adyacentes. Eran cientos de miles, y las columnas seguían llegando.

Dado que no se sabía a qué hora se produciría el arribo, se me ocurrió acercarme al militar que comandaba un helicóptero que sobrevolaba la zona y que acababa de tomar tierra, para pedirle que en la próxima vuelta me dejara subir con la cámara y hacer algunas tomas aéreas que seguramente serían espectaculares. Su respuesta fue tajante: “El avión no va a aterrizar en Ezeiza, estoy saliendo para el aeropuerto militar de Morón”. Debo haber sido de los primeros en enterarme de la noticia, que de inmediato comuniqué a mis compañeros de equipo. Y se desencadenó el pandemonium. Comenzaron los disparos, entre los ocupantes del palco y los integrantes de algunas de las columnas que habían llegado a recibir a Perón. Simplificando, era el enfrentamiento sangriento entre la izquierda y la derecha peronistas.

Desmonté mi cámara, entregué el trípode, y volví a acercarme al escenario. Los músicos estaban todos cuerpo a tierra sobre las gradas, tratando de guarecerse de los disparos. Favio hacía lo posible por calmar los ánimos, infructuosamente. Hice algunas tomas de lo que veía. Me acerqué luego a un pequeño edificio que resultó ser una escuela, convertida en puesto de primeros auxilios. Llegaban montones de heridos, algunos en automóviles y otros cargados a pulso por sus compañeros. En situaciones como éstas, resulta difícil reconstruir los hechos con precisión. Creo recordar que de alguna manera logré regresar a Buenos Aires, a la oficina que nos había servido de base, y entregué la cámara y los rollos filmados. De vez en cuando, al ver en televisión algún documental sobre “la masacre de Ezeiza”, que así terminó llamándose el episodio, creo reconocer algunas de las tomas que realicé.

Hay varios libros dedicados al tema, escritos por periodistas e historiadores, entre ellos los de Miguel Bonasso y Horacio Verbitsky. En uno de ellos se me menciona, y se afirma que fui enviado al aeropuerto de Morón. No sé de dónde surge el dato, pero es totalmente falso. En el equipo de filmación no había nadie que diera órdenes, y tampoco me hubiera sido posible trasladarme.

Este episodio que me tocó vivir y registrar fue una bisagra en la historia del país, y de alguna manera fue el preámbulo de lo que apenas tres años más tarde sería el comienzo de la dictadura más sangrienta de la Argentina, cuyas consecuencias todavía estamos pagando.

 

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