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Adriana Cabrera

Europa

Todavía era nuevo ese sentimiento de ver las caras por un instante, a veces accidentalmente bajo las máscaras.

Todavía sorprendía esa idea de desencanto cuando por fin se conocía el rostro, que se imaginaba diferente bajo ese papel azul sanitario de esos seres que se habían frecuentado por más de un año de clases y que no se sabía en realidad quienes eran.

Esas sensaciones aún eran frescas cuando desde el otro continente sonaban picantes clarines de guerra.

Aquí nadie creía, ellos ya sabían por ende todo lo malo que esa situación aportaba a una sociedad; el sufrimiento, la frustración, el dolor, el hambre, el frío, el desarraigo, la injusticia, la muerte, la destrucción.

Aquí solo mencionaban el humanismo, la unión, la solidaridad, montones de palabras positivas en un intento por remontar el entusiasmo a una sociedad que había caído en la morosidad temprana de la razón y luego de una pandemia.

La economía volvía a moverse, el desempleo estaba en lo más bajo, había anuncios en todas partes de empleos listos para ocupar. Hasta se habían comenzado a organizar las próximas vacaciones de verano con destinaciones lejanas y los chicos habían comenzado a soñar desde ahora que por unas cortas semanas estarían fuera de esta rutina capitalista monótona, de este crecimiento feroz del liberalismo comercial que avanzaba a pasos de gigante después de una aparente recesión.

Pero esas luces de optimismo sin saberlo fueron para unos pocos.

Primero porque la recesión se hizo gigante para los menos afortunados, porque si algo se supo de esta pandemia fue que las grandes fortunas se habían multiplicado hasta el infinito y que ellas ya planeaban viajar e instalarse en Marte.

Las diferencias se hacían abismales.

En medio de tanto movimiento se oían desde lejos las provocaciones, como ladridos entre perros que solo pretenden hacer ruido.

Después de la divulgada “apertura” del “cuarto portal” que llegó con la luna del 22 de febrero, dos días después, el presidente de Rusia decidió que ya, que era hora de ir a invadir ese territorio de desobedientes. Seguramente no fue así de simple el motivo, las verdades que son muchas, y que desconocemos, no aparecen así de simples.

Lo que si apareció a partir del 24 de febrero fueron los tanques, las fuerzas rusas y ucranianas, las barreras y las trincheras, los metales y las llamaradas sobrevolando los cielos al este, los bombardeos, el pueblo de Ucrania huyendo y el pueblo de Rusia sufriendo sanciones. Una nueva crisis que se abre al final de otra que aún no ha terminado y en medio de elecciones de uno al otro del Atlántico.

Todo esto pone en espera muchas esperanzas y deseos por que la situación mejore para tantos y no empeore para otros como ahora parece ser.

Hoy y desde esos finales de febrero, Europa existe. Los veintisiete países hacen unidad para tratar de hablar al unísono, sin que otras voces impertinentes ellas, insolentes y ávidas de poder y de lucro, aunque entrometidas prevalezcan.

En esa cresta estamos, implorando porque nuestra Europa, ahora existente en la mente de los europeos, no desaparezca.

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