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Augusto Manzanal Ciancaglini

Europa hacia un futuro cada vez más libre e interconectado

Recién cumplidos 75 años de la invasión nazi de Polonia, que desencadenó la segunda guerra mundial, se confirman los nombres que gestionarán las instituciones europeas, y es simbólico, en cuanto a la cicatrización de aquellas heridas inolvidables, que el flamante presidente del consejo europeo sea el polaco Donald Tusk.

La crisis económica que comenzó a asolar Europa en 2008 se evidenció en el fuerte aumento del desempleo, especialmente en el mediterráneo, que paralizó de golpe a sociedades que venían en una marcha bastante vigorosa, lo cual ha traído aparejado una transformación en algunos mecanismos de las relaciones sociopolíticas.

Las políticas económicas tendientes a la austeridad provocaron un hartazgo de los clásicos partidos en algunos sectores sociales, principalmente entre los jóvenes, que comenzando en la plaza Sintagma de Atenas y pasando por los indignados españoles, reclamaron una renovación que no se hizo factible inmediatamente, lo que fue aprovechado por partidos de corte populista, que más allá de la determinada posición en el espectro político, convergen todos en la fobia al poder de la Europa supranacional. Movimientos de ultraderecha o cuasi fascistas crecieron exponencialmente entre ciudadanos menos cualificados. Al mismo tiempo, otra vía de escape ha sido la endogamia cultural regionalista que se refleja en el aumento del nacionalismo independentista, principalmente en Escocia y Cataluña.

En las recientes elecciones al parlamento europeo se han revelado constantes estas tendencias, pero los aspirantes a nazis de la Aurora Dorada griega no pudieron establecer vínculos reales con el ganador en Francia, el racista Frente Nacional de Marine Le Pen, ni con los euroescépticos del UKIP británico, más allá de las similitudes ideológicas.

La coalición Syriza, en Grecia, liderada por Alexis Tsipras de 39 años, ya con cierto recorrido comienza a aglutinar a la reciclada izquierda en su país y pudo encontrar un socio perfecto en Podemos, agrupación española liderada por Pablo Iglesias de 35 años, figura mediática que se desarrolló en el CEPS, fundación asesora del chavismo que recibió unos 3,7 millones de euros por parte de su casi único cliente, el gobierno venezolano.

Atravesando la fragmentada y confusa ultraderecha y la desarticulada izquierda “renovada” aparece el Movimiento 5 Estrellas del cómico Beppe Grillo, que como fuerza anti política y anti euro se estructuró mediante internet, posicionándose como la segunda fuerza política de Italia y que bascula entre el caos de las pretensiones hacia la democracia directa y el cada vez mayor personalismo del líder como medio de simplificación organizativa.

La respuesta de la centro izquierda a este reto parece moldearse a través de cierta imitación superficial en la aparición de algunos nuevos líderes jóvenes; Matteo Renzi, primer ministro de Italia, con 39 años o Pedro Sánchez de 42 años, flamante secretario general de los socialistas en España, vencedor de la recién inaugurada democracia interna.

Europa ya tocó fondo una vez y no puede olvidar, el mínimo brote del discurso radical tiene que reactivar nuevamente la política europea para que no se estanque en sus estructuras de partido anquilosadas, y comprenda que hace falta una mayor modernización general para impulsar las esperadas políticas de estímulo hacia la recuperación económica, todo dentro de sistemas de partidos cada vez más centrípetos en todos los niveles, la celeridad es imperiosa ante el todavía manejable desafío populista.

Los primeros pasos ya se han dado; unificación bancaria, una relativa mayor elección democrática de los cargos ejecutivos de la unión y en relación al funcionamiento cercano y equilibrado entre partidos, la gran coalición entre socialistas y demócratas cristianos en el actual gobierno de Alemania, es un buen presagio.

Esta crisis, este resurgir de la insatisfacción y su consiguiente extremismo emocional-ideológico pueden ser las situaciones que empujen a Europa hacia sí misma, en la aceleración del proceso integrador que fatigosamente comenzó hace 63 años.

La vieja Europa solo puede sobrevivir mirando hacia un futuro cada vez más libre e interconectado, pero sin intoxicarse por el idealismo, y como el esclavo que marchaba detrás de Julio César recordándole su humanidad, debe sonar incesante el oscuro recuerdo de la marcha aplanadora del totalitarismo.

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