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Estoy harto de pedir favores…

¿Te puedes leer este email?… encontré una posibilidad de trabajo en… ¿Podrías revisarme el currículo un momentico? Tiene que ser solo de dos páginas y no sé cómo es que abrevian aquí… ¿Te parece que está bien este correo para solicitar una entrevista…? ¿Le puedes dar una leidita a la carta que escribí para solicitar…? Apareció una oportunidad, otra vez, esta vez sí, revísame el inglés, el italiano, el francés, el portugués… revísame incluso el mexicano, el chileno, argentino o ecuatoriano… ¿Por qué no llamas a fulano, que él habla bien inglés, para que le dé una chequeadita… él tiene años aquí…?… Leidita, cuando tengas un tiempito, una ojeadita, un favorcito… todo en diminutivos para que suene a menos, eso me lo haces en un momentico… Pero es que la última vez que le pedí, me dijo que no tenía tiempo, ya me da pena… pena son cuatro letras… y esto es mucho más que cuatro letras, es un artículo completo, un guión para una película, el proyecto de mi vida, mi camino al éxito, la obra, el proyecto, la sinopsis, la propuesta, la aplicación, no estoy seguro de si aquí se dice así, estos poemas de vida o muerte… ya yo sé cómo se dice y se explica el menú del restaurant donde trabajo de sol a sol, todos los días de la semana, pero tú sabes que con la poesía es otra cosa… por eso Uber es más práctico, aunque hay que joderse mucho para ganar no tanto, good morning, y es cansón pero buonasera, y aunque me pongas cara de que te crees más, au revoir, que la sigas pasando bomba, aquí se dice tranque no tranca, y arrecharse es otra cosa… Sintaxis de la lucha de los venezolanos y demás en el exterior, dotados de educación especializada, talento y ganas, que se enfrentan a la barrera de tener que ejercerse en un idioma que no conocen, en una cultura que se conjuga de otra forma.

En la gramática del emigrante, lo que sí es una constante a la que llegan por igual todos los que tratan de hacer lo que saben hacer en otro idioma, es que “estoy harto de pedir favores”. Es una frase que repiten muchos, con más desaliento que resentimiento y que muestra el enternecedor cansancio de los que, sin embargo, no claudican.

Hay que decir que, entre algunas nacionalidades, eso de la ayuda a los coterráneos se asume mejor que en otras y que, en el caso de los venezolanos, que es la emigración que mejor conozco, no es muy lucida que digamos. Y el orgullo, que también hace de las suyas, y “estoy harto de pedir favores”, entierra talento, ganas, fortalezas en la impotencia de no saber qué pasó ni qué hacer con lo que sabías hacer, si hasta que no lo sepas decir, es como si no supieras, más aun, como si no existieras ni merecieras.

La otra cara de la historia es la del que sí sabe hablar bien francés, italiano o inglés, que tampoco es garantía de nada y anda en su lucha por su parte, y no siempre está en la posibilidad y disposición de corregir lo que escriben los coterráneos y tampoco es fácil decir que no, así que mejor ni respondo la llamada, no vayan a decir que soy mala gente. Porque de verdad no es mala gente, pero sálvese quien pueda.

Y así se han ido acumulando los muchos y cada día más que llegan al “estoy harto de pedir favores”, pero que no por eso dejan de insistir, de esforzarse, de tratar de ser lo mejor de lo que son, con una dignidad restablecida luego de la dificultad, que los hace mejores personas. Y eso es lo que me parece remarcable: la sospecha de que los golpes de la diáspora nos están haciendo mejores personas, aunque sea cada uno por su lado.

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