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Esther Ramón

Esther Ramón: Hablar del yo retrocediendo al nosotros

NUEVA YORK: A la poeta Esther Ramón los Estados Unidos le huelen a una mezcla de pólvora y pastel de zanahoria. A aceite vegetal cocinado.

Esther vivió durante un año en Maine y dice que aquel viaje le cambió la vida. Ahora ha vuelto a dejar su Madrid por unos días para impregnarse de nuevo de ese tufillo norteamericano, tan orgánico y tan conflictivo. La excusa no era mala: se presentaba en la Universidad de Brown la antología Panic CurePoetry from Spain for the 21st Century. Un libro editado por el poeta Forrest Gander y del que Esther forma parte. «La traducción del título podría ser algo así como Curados de espanto», explica Esther. «Ha sido una alegría ser incluida, y en tan buena compañía».

Ni contigo ni sin ti tienen mis males remedio, dice una canción popular española. A ella se refiere precisamente Forrest Gander cuando explica el objetivo de su antología en la que, además de a Esther, ha incluido a Antonio Gamoneda, Olvido García Valdés, Miguel Casado, Marcos Canteli, Sandra Santana, Benito del Pliego, Julia Piera, Ana Gorría, Pilar Fraile Amador y J. M. Antolín. Diez poetas que, como él dice, le entusiasman, aunque sólo representen algunas de las diferentes formas de exploración que están caracterizando este momento de cambio en la literatura española. Los males han sido para Gander un rasgo característico de la identidad poética española a lo largo de la historia. «Uno puede curarse del espanto o curarse espantando», explica. «Los poetas de Panic Cure están abriendo itinerarios impredecibles dentro de la tradición poética española y, al mismo tiempo, enfrentándose a ella».

Afortunadamente, según relata Esther, no hubo males en la presentación de la antología en Brown: «Fue un encuentro maravilloso, los alumnos y profesores de Brown fueron muy receptivos. Con muchos de ellos se entablaron diálogos muy jugosos. Estuvimos Benito del Pliego, Pilar Fraile, Marcos Canteli y Daniel Aguirre Oteiza, el autor de la introducción. El artífice de todo, Forrest Gander, es un ser excepcional. En eso estamos todos de acuerdo».

Antes de regresar a Madrid, Esther ha hecho una parada en Nueva York, en la librería McNally Jackson, para leer algunos de sus poemas en compañía de la poeta argentina Lila Zemborain, con quien comparte su interés por las escrituras del yo y las formas de composición. Lila se queja de que hace demasiado sol como para que alguien quiera meterse en una librería a escuchar poesía. A pesar de eso, las sillas se llenan.

«Mi experiencia en Maine fue muy diferente a lo que está pasando hoy en Nueva York», dice Esther. «Viví un año allí con una beca de la Mellon Grant Foundation. Fue duro: 20 grados bajo cero, sin coche y en mayo todavía estaba nevando. Pero de alguna manera ese viaje cambió mi vida, me metió hacia adentro, me enfrentó con temas importantes que la actividad laboral y social en Madrid conseguía solapar. Más que conservarme en hielo, crecí». En esta lectura junto a Lila Zemborain, Esther lee algunos fragmentos de su poemario Reses —donde explora lo ancestral del sacrificio— y de Grisú —donde las palabras se van sumergiendo en la página, trabajando, como si penetraran en lo más profundo de una mina—. Así explica Esther su necesidad de hablar del yo desde una perspectiva animal, natural y arquetípica: «Supongo que lo hago para aterrizar o retroceder al nosotros. A eso que Jung nombraba como el inconsciente colectivo».

Esther habla de la poesía como una forma muy didáctica, pero también muy humilde. Quizá porque durante los últimos años ha trabajado como profesora de escritura creativa y sabe que para estimular la creación hay que ser, sobre todo, sencillo. «Los talleristas arriban a lo poético a través de su conexión y diálogo con otras artes: fotografía, pintura, escultura, cine, teatro, música… De una forma muy seria y muy lúdica, aprovechamos que el arte es una gran casa, con diferentes habitaciones. Basta con moverse un poco por el pasillo, y llamar con suavidad a la puerta», explica.

Su último taller se titula La flecha y lo blanco por un texto del poeta argentino Gianni Siccardi: «En él decía que —a diferencia de la prosa, que tiene una flecha y un blanco, y concentra todos sus esfuerzos en acertarle— la poesía consiste en tirar una flecha con el convencimiento de que allí donde cae está el blanco. Eso no significa que todo vale. Al contrario, hay que esforzarse doblemente en que sea un blanco verdadero». Debido a su enorme prudencia, no hay forma de sacarle a Esther algún chisme polémico sobre lo que puede llegar a ocurrir en un ambiente tan íntimo como sus talleres: «Aunque no exista en nuestro gremio un equivalente al juramento hipocrático, eso pertenece al secreto profesional».

Sí habla con más distensión de su nuevo poemario: Semilla«Es un proyecto compuesto por lo que llamo mentalmente “suites” de cinco poemas, introducidas por uno o dos versículos que nombran, de manera real o imaginaria, los materiales. Por ejemplo, la primera suite se basa en una instalación de Carlos Rodríguez-Méndez en Matadero Madrid, y comienza así: “Cinco toneladas de grano de maíz quemado y dieciséis gallinas de la raza Leghorn”. Cada una de ellas está basada en obras muy concretas de otros artistas, principalmente artistas plásticos, en torno a la semilla. Entre cada suite,  en cursivas, se va escribiendo “mi parte”. Me hago la ilusión de que de alguna forma es una obra colectiva, y por eso estoy disfrutando más que con otros libros. Escribir es un oficio solitario».

Para evitar quedar curados de espanto, le lanzamos, a modo de flechas poéticas, estas preguntas breves:Esther Ramón

¿Cómo se siente una española en Nueva York?: Estimulada.

¿A qué conceptos recurres de forma inevitable en tu escritura?: Creo que lo que más se repite es lo animal, lo individual y lo colectivo, lo singular y lo universal, lo humano y lo natural. No a través de conceptos sino de su concreción.

¿De qué te cuesta hablar en tus poemas?: De mí.

De ninguna forma puedes escribir si… Estoy viviendo intensamente.

¿Qué libros no has sido capaz de terminarte? Los malos.

¿A qué huele Madrid?: A espera, a bocadillo de calamares, a cerveza. Y en Lavapiés, a curry.

Lloras inevitablemente con… Les Luthiers. De risa.

¿Cuál es tu verso favorito?: Hay dos versos de René Char, que siempre vuelven: “¿Qué te hace sufrir? / Lo irreal intacto en lo real devastado”

¿Cuál es el peor verso que has leído? No sé si es el peor, pero es el que ahora me viene a la cabeza: «Y con un cachete en el culete, cuento siete».

Apagas la televisión si…  No veo televisión.

Serías capaz de cortarte un brazo con tal de que…  Me creciera uno idéntico, de inmediato, y yo pudiera asistir, sin dolor pero con todos mis sentidos, al milagro.

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