6000 AC, en tiempos de los Sumerios, las mujeres gozaban de total igualdad con los hombres en religión, leyes, negocios, matrimonio y educación. Tal vez inclusive se podría decir que gozaban de ciertos privilegios, al rendírseles homenaje por el poder creativo-mágico-especial que representaban y por su conexión con los secretos místicos/sagrados de la naturaleza.
Todo cambió con la invasión por parte de Mesopotamia, entiéndase, con la imposición del poder militar que debe entenderse como la necesidad masculina de poseer o de propiedad.
Desde entonces, el ejercicio del poder por parte de las mujeres pasa a ser, en el mejor de los casos, silencioso y escondido detrás de una figura masculina, usando alguna escalera de los patriarcas como la religión, matrimonio, clase o ley, utilizando convencionalismos en su favor para abrirse espacio hacia el poder y la influencia subrepticios.
Hay excepciones. Quizás una veintena de mujeres que lograron ejercer poder directo y liberado. Solo una veintena a través de toda la historia, que han demostrado que mientras los hombres necesitan poseer, las mujeres necesitan pasar a la historia, y esto se refleja en las diferencias entre el ejercicio del poder masculino y el ejercicio del poder femenino.
Se puede juzgar a una sociedad por la educación que reciben sus mujeres, así como la identidad de una nación se define por el rol que tienen las mujeres en la sociedad. Gracias al acceso a la educación, las mujeres han ido recuperando muy poco a poco su autonomía, capacidad de construir su propia vida y su capacidad de influencia. Las mujeres han recuperado autonomía, en consecuencia, autoridad.
En este momento de nuestra historia hay más mujeres ejerciendo poder que en ninguna otra época. Considerando que el matriarcado es estructura social originaria de los humanos, ese ejercicio del poder por parte de las mujeres debería de ser una opción natural. Sin embargo, la “feminidad” continua siendo estereotipada: la prostituta, la virgen, la santa, la predadora…
Se espera de las mujeres que ejercen poder, que sean maquiavélicas, más feroces que el más feroz General; sin embargo, seguimos aspirando a la fantasía de pureza de la Virgen. La gran Elisabeth I, decide no casarse para mantener viva esa fantasía en sus súbditos como otra estratagema que la ayude a mantenerse en el poder. Eso, no ha cambiado.
Por una parte está Hillary Clinton, de carrera política, acostumbrada al ejercicio de ese tipo de poder. Para algunos esto representa experiencia; para otros, como el ejercicio del poder desgasta, es una larga lista de desencantos. Frontal, la mujer trabajadora. Trasnochada ejecutiva. Astuta, con demostrada habilidad para sortear situaciones. Levanta la voz. Gesticula. Se defiende sola. Ella es el centro del poder. Ejerce influencia directa.
Mientras que Donald Trump en la Convención Nacional Republicana introduce a su conyugue, vestida de blanco puro, cual novia de América, (¿Evita?) como: “Una buena madre, una buena esposa, una buena mujer…”, introduciéndonos al estereotipo femenino que aparentemente es el apropiado para los votantes que lo apoyan, es obvio que el poder femenino detrás de ese candidato es Ivanka, la hija, la de hablar comedido, la Santa, la Madonna, la que se abre camino bajo la sombra de algún paraguas masculino acorde a la tradición cortesana. La ambiciosa, la que está acostumbrada a ejercer poder económico y social, mas no poder político.
La historia es particularmente dura en la forma de juzgar a las mujeres de poder, a pesar de que sus gestiones han sido revolucionarias e innovadoras. El “backlash” masculino, en algunos casos, hasta logró borrarlas de la historia. Precisamente porque las revoluciones producen la muerte de prejuicios y el simple hecho de que una mujer ejerza el poder directamente, sigue rodeado de prejuicios.
El voto basado en posiciones políticas está definido. Ese siempre está. Las campañas electorales están diseñadas, como cualquier proceso de marketing, en convencer a aquellos que no tienen una posición definida de que un producto lo hará más feliz que otro, generalmente basado en que ese producto se relaciona directamente a las necesidades y costumbres del consumidor. Por eso, el estereotipo femenino preferido por el consumidor es importante y más aún cuando un candidato es mujer.
No solo se definirá la posición de la población con respecto a la venta de armas, los impuestos, la energía, política exterior… Se definirá también la nación por el rol que la sociedad aspira que asuman sus mujeres.