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Estados Unidos, Cuba y América Latina

Esperado y sorprendente. Un oximorón que desata polémicas y expectativas. Las diplomacias de Cuba y de Estados Unidos, con la complicidad del Vaticano que ha interpretado el papel de mediador, venían trabajando sobre el tema entre bastidores desde hace muchos meses. Se sabía pero pocos lo creían posible. Y quienes habían percibido e interpretado las señales que venían de la vecina isla y de los pasillos de la Casa Blanca estaban a la espera de una decisión final conscientes de la delicadeza del tema. El presidente Barack Obama y su igual, Raúl Castro, dieron un primer paso para derribar el último muro y comenzar a escribir una nueva página de historia en esta parte del océano.

No sorprende la reacción a la decisión de avanzar hacia la reanudación de las relaciones diplomáticas, anunciadas contemporáneamente por los dos presidentes. La satisfacción, en la isla caribeña, por un acuerdo que reaviva las esperanzas, coincide con la euforia de parte creciente del exilio cubano, el más progresista, y contrasta con el rechazo  de quienes, anclados a viejos conceptos, condenan ‘a priori’ cualquier acuerdo con el gobierno de La Habana.

Obama, en los últimos dos años de su mandato que tradicionalmente para los presidentes representa el camino lento hacia el olvido mientras los mass-media dirigen su mirada hacia los futuros inquilinos de la Casa Blanca, ha lanzado el desafío a los republicanos, quienes dominan el Congreso. En fin, su intención no es pasar a la historia tan sólo como el primer presidente afro-americano. Quiere ser recordado como el presidente que ha sido capaz de dar un ‘golpe de timón’ y poner la proa del barco hacia nuevos rumbos en aguas turbulentas; como el jefe de Estado que no ha tenido miedo de enfrentar el desafío que sus predecesores prefirieron evitar. 

La realidad es evidente. Y el presidente Obama, y gran parte del exilio cubano, ha entendido sus señales. Decimos, 50 años de embargo, lejos de debilitar el poder de los hermanos Castro, lo ha fortalecido. Además, en un mundo globalizado son las ideas las que cambian el rumbo de los países. Estas deben poder circular libremente, para abrir brechas y derribar muros. Ha pasado en la Unión Soviética. ¿Por qué no en Cuba?

Se ha abierto la puerta. Mas, queda un largo camino por recorrer. No le faltan razones al gobierno de La Habana. Reanudar las relaciones diplomáticas no cambia la realidad del embargo. Es justo reconocer que Raúl Castro, aun cuando obligado por las circunstancias, ha llevado a cabo su ‘perestroika’. En fin, ha puesto en marcha reformas inéditas hasta hace pocos años inimaginables. Decimos, un sector privado más dinámico en el ámbito del transporte, facilidades mayores para viajar al exterior, desregulación en la venta de los inmuebles y de los automóviles y reforma progresiva en el ámbito cambiario. Esta apertura, lenta y tímida, representa un éxito personal de Raúl Castro. Consciente de que su tiempo se está acabando pareciera querer preparar el camino hacia la transición. A saber, hacia un régimen de libertades que el hermano no supo, no quiso o no pudo llevar a cabo. 

El embargo norteamericano a la isla no es el único aspecto que hay que tomar en cuenta. La apertura de los Estados Unidos tiene su precio. Y, para el gobierno de La Habana, se traduce en libertad para la disidencia, en reformas democráticas, en respeto de los Derechos Humanos y en la libre circulación de las ideas. ‘Dulcis in fundo’, en el acceso libre a internet, sin censuras ni trabas.

Las consecuencias de la decisión de la Casa Blanca y de La Habana trasciende las fronteras de Estados Unidos y de Cuba. Abre un escenario nuevo en nuestro hemisferio. De hecho, el establecimiento de relaciones diplomáticas deja a Venezuela como el único paladín del antiimperialismo. Paladín disminuido por la crisis económica. Sus flechas han sido despuntadas por la caída abrupta de los precios del petróleo. Recientemente también el Presidente Morales ha dado pasos para un nuevo acercamiento a Estados Unidos. 

La noticia del comienzo de una nueva primavera entre Estados Unidos y Cuba y el tímido alejamiento de aliados históricos como Morales, representan un balde de agua fría para el gobierno del presidente Maduro, quien hace algunos días comenzara su cruzada contra el Congreso norteamericano que propuso sanciones contra altos funcionarios del gobierno venezolano, acusados de violación de los Derechos Humanos. Una cruzada que ha recibido el respaldo tímido de sus aliados más cercanos. Solidaridad de circunstancia de quienes, desde hace meses, buscan tomar distancia del gobierno de Caracas.

La decisión de Cuba de dar pasos definitivos hacia un regreso progresivo a las libertades democráticas deja abierta la interrogante venezolana. Para el país suramericano se abre un año nuevo difícil, esta vez sin el apoyo paternal de La Habana. 

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