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Estados Unidos: ¡ciudadanos, estamos en guerra!

Resuenan las bolsas en los supermercados, los tractores rechinan en el sur de los Estados Unidos, los electrodomésticos tiemblan en los anaqueles, los altoparlantes acallarán sus voces en nuestros hogares, las fotos de los seres amados se harán más raras al igual que lo es el amor en tiempos de guerra.

Toda guerra tiene su precio, pero recuérdenlo, vamos a la reconquista de los 370 billones de dólares, monto del déficit de nuestra balanza comercial con China en el 2017, clama el comandante en jefe, comenzamos con aranceles a productos por un valor de 130,000 millones, pero podemos, puedo aumentarlos y alcanzar los 400,000 millones. Y en un ebrio discurso bélico añadir, mejor aún llegar a los 500,000 millones y con esta lección hacer temblar al mundo.

Restableceremos la primacía de los Estados Unidos, lanzamos el primer ataque al despejarse el humo de los fuegos artificiales, el corazón aún henchido de patriotismo aceptaremos que nuestras carteras sufran las consecuencias de esta guerra. 

No es la primera batalla, como toda guerra comenzó con escaramuzas, ponemos en jaque nuestros tratados comerciales con México y Canadá, nuestras relaciones comerciales con la Unión Europea. Es la guerra total, el cataclismo mundial que sueña el comandante en jefe, ese cataclismo del cual saldremos vencedores, promete.

¿Vencedores? 

En una guerra de este tipo no hay vencedores, somos todos perdedores y la reconstrucción la pagaremos nosotros, seremos los veteranos de una guerra sin sentido, derrotados una vez más, abandonados de la fortuna mientras vemos un reordenamiento global que avanza y del cual los condenados de la tierra quedaremos fuera. 

China, en un movimiento que tenemos que saludar, nos derrotó antes de lanzar el primer y certero disparo, recurrió a la Organización Mundial del Comercio clamando, no somos nosotros a quienes se apunta, somos todos, todos sufriremos, la agresión es mundial, el mundo debe responder al agresor. Los tambores de guerra hacen temblar de Taiwán a Chile, una era de bonanza se viene al suelo, allá, fuera de nuestras fronteras, acá, en todos los sectores, en todos los estados, en todos los bolsillos.

En una guerra global que se sabe perdida, y que solamente una mente enferma de deseo de poder y de dominar al mundo e imponer sus ideas puede comenzar (baste recordar la segunda guerra mundial), se elucubra sobre las respuestas del enemigo: China va a responder atacando los estados agrícolas que dieron mayoría al actual presidente. A mi entender, esa es una visión cortoplacista y miope. El presidente puede subsidiar dichos estados pensando en las próximas elecciones e impedir que la realidad inmediata acalle el triunfalismo de su discurso belicista e imperialista.

No, esa posible respuesta de China, son escaramuzas; no son algunos estados, no son algunos productos, bienes o servicios los amenazados, no es el deseo de debilitar al comandante en jefe y su deseo de ser reelecto, es la posición de los Estados Unidos en un mundo cambiante lo que está en juego, es aumentar el aislacionismo en que estamos, es convertirnos en una nota errática en el concierto mundial, es acentuar la pobre imagen que damos en las fronteras –fronteras de lo humano y lo salvaje–, en la destrucción del planeta, entre el poder levantar la cabeza y poder decir: estamos por la paz mundial, por el progreso de la humanidad, por el respeto de los otros para poder exigir el respeto a nosotros, el poder proclamar: se acabaron los tiempos de la agresión, de las guerras sin sentido.

Pero hoy nos despiertan los clarines llamando a una nueva guerra, comercial la llaman, una nueva guerra en la que reclamo mi derecho a ser desertor, en ésta, su guerra, señor presidente.

Y a ustedes, amables lectores, los invito a desertar y a sumarse a otras trincheras en la lucha diaria contra los hacedores de guerras para devolverle el corazón y la cordura a los Estados Unidos y abrir nuestras mentes y fronteras al mundo.

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