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Alejandro Varderi

Especulación y vivienda en España (II)

La ruina de muchos pequeños ahorristas durante la crisis económica de 2008, como consecuencia de la especulación financiera, y el rescate que el Gobierno hizo de las empresas, estrechó todavía más los vínculos entre el Estado y las empresas y bancos, en detrimento del ciudadano común. “La agenda de un expresidente de Gobierno, de un exministro, es muy valiosa para un banco porque te da contactos, te permite hacer dinero en trabajo de lobby”, apunta en el documental de Borja Casal Martí Mis ahorros, su botín (2012), un periodista especializado en el tema económico. Se sintetiza así la simbiosis de los grupos de poder, que al unísono estampan la bota contra el pueblo, aplastando sus esperanzas por obtener un mejor nivel de vida mientras ellos siguen enriqueciéndose.

En un sistema como el español donde la economía está centralizada, el libre mercado deja de funcionar y son las intervenciones gubernamentales lo que motoriza a las empresas, garantizándoles un margen de beneficios sostenido en las épocas de bonanza y manteniéndolas a flote durante los períodos de recesión. Y si como en el caso de la inmobiliaria del film, ciertos funcionarios estatales avalan sus manejos con la connivencia de algunos magistrados judiciales, entonces pocas posibilidades tendrá la gente para conservar lo que tanto esfuerzo le ha costado obtener. De hecho Álex, en la película Cinco metros cuadrados, acabará perdiendo el trabajo, la novia y la casa, quedando como tantos a merced de la depresión y la desesperación.

“Cuando estábamos empezando, allá por 2007-8, aún no había estallado la crisis del ladrillo y, simplemente, empezamos a leer en la prensa sobre algunos casos de afectados que se estaban dando. Entonces nos pareció que podíamos contar algo actual que no se estaba mostrando en el cine”, explica el director, quien comenzó a planear el film tras leer la noticia de un hombre viviendo dentro de un garaje al haber perdido el domicilio que iba con su puesto de estacionamiento.

Una muestra entonces de las dificultades por las cuales atravesaron los españoles entonces, y pese al descalabro producido por la crisis, entre 2015 y 2019 se volvieron a disparar los precios de la vivienda, como consecuencia de la agresiva acción de inversores nacionales e internacionales buscando obtener un alto rendimiento a capitales muchas veces obtenidos fraudulentamente. Ello, sin embargo, no fue tomado en cuenta por los bancos, instituciones de crédito y empresas inmobiliarias, que vieron en esta inyección de dinero líquido una excelente oportunidad para enriquecerse nuevamente, inflando el mercado y endeudando todavía más a la gente.

“Pásate mañana por el banco a ver si te podemos sacar un seguro dental”, le sugiere a Álex un amigo cuando le pide un crédito, a fin de aprovechar la situación para venderle un producto, agobiándolo con una obligación más en un momento cuando seguía pagando la cuota inicial y las mensualidades de una casa que nunca se iba a terminar de construir, en un mercado donde muchas viviendas no tenían comprador, y estaban precisamente en manos de los bancos e instituciones financieras gubernamentales culpables de la recesión.

“Estoy hecha una puta mierda porque no tengo marido ni casa ni nada… para eso estoy yo trabajando diez horas al día”, se lamenta Virginia, en el cuarto del hotel donde se ha mudado con Álex, tras pasar un mes viviendo con los padres, y del cual saldrá finalmente para volver a ellos, al abandonar los planes de boda y dejar a Álex solo ante la desesperanzada situación, donde ambos acabarán perdiendo pues destruirá sus planes de futuro. “Tengo cuarenta y tres años. A mí me han jodido la vida”, reconoce otro de los afectados por la estafa, haciéndose eco de una realidad que aúna por igual a grupos de edades y orígenes diversos, poniéndoles ante el dilema de seguir adelante pero sin saber muy bien hacia dónde

La incertidumbre ante el mañana como constante de esta contemporaneidad se ha agudizado, dada la profunda desigualdad social que las estructuras políticas y financieras han provocado en el nuevo milenio, trayendo más violencia, pobreza e intolerancia. El terrorismo, las limpiezas étnicas, el fanatismo religioso, la destrucción del ecosistema, los nuevos virus, la reaparición de enfermedades que parecían haberse erradicado, se aúnan a la falta de perspectivas. Esto produce el estancamiento de la sociedad, y consecuentemente influye en el aumento del descontento ante el modo como los grupos de poder han manejado sus intereses, llevando a la desobediencia civil como un acto político contra los políticos mismos, cuyas actuaciones han traído consigo el rechazo de la gente, polarizándola todavía más y enfrentándola ideológicamente en una encrucijada de gran ansiedad cultural.

Cinco metros cuadrados aborda estos asuntos desde la actuación en solitario de Álex, quien llevado por la frustración y la rabia secuestra al mafioso empresario culpable de sus desgracias, y lo ata dejándolo contra una de las columnas de la estructura donde había depositado su ilusión por construir un futuro en pareja. Esta tragicómica vuelta de tuerca, en que la víctima toma el lugar del victimario, de cierto modo constituye un acto de justicia poética, al menos por el tiempo que dure la quimera, desagraviando al integrante de la mayoría desatendida y agraviando a quien pertenece a la minoría en control. Algo que la realidad pocas veces permite, pues la bota del gigante de siete leguas de José Martí es hoy un conglomerado internacional de capitales, con un poder superior al de los países donde tiene sus sedes, y pisa sin contemplaciones los destinos de la gran mayoría, negada sin embargo a seguir en silencio.

“Si miro hacia atrás he intentado que los míos tuvieran las cosas básicas, ningún lujo (…) Lo que le quiero decir, Adolfo, es que soy un hombre, que no soy un animal (…). ¿Por qué no tengo mi casa?”, le espeta Alejandro al especulador mientras lo ata, condensando el sentir de los colectivos, en pie de guerra contra el enriquecimiento astronómico de unos pocos a costa del sacrificio de muchos, y contra las políticas del Estado y la corrupción de algunos de sus representantes.

La última escena, con Alejandro en una patrulla solidariamente acompañado por Virginia, sobre una panorámica del esqueleto de “Señorío del Mar” a punto de caer bajo la piqueta de los obreros, abarca en un solo plano-secuencia el conjunto de angustias y paradojas del nuevo milenio; pues si por un lado el sistema judicial y gubernamental sancionan al pequeño infractor, por el otro protegen al gran estafador aunque la prueba de su pillaje esté a la vista de todos, encendiendo los instintos bélicos de quienes no tienen perspectivas de futuro. Algo que en España ha tenido ramificaciones violentas, especialmente en Cataluña y el País Vasco donde la guerrilla urbana ha desestabilizado la vida nacional, y ha enfrentado a la población dentro y fuera de las fronteras regionales.

Encontrar una fórmula para la convivencia de las autonomías dentro del Estado español, y generar políticas cónsonas con una democracia participativa e inclusiva será fundamental para que el país no se fracture y pueda superar los obstáculos, que las intolerancias globales siguen poniéndoles a las naciones soberanas. Esto, a fin de seguir avanzando en sus sombrías maquinaciones, tal cual lo ha demostrado la vergonzosa invasión rusa de Ucrania: un país luchando por mantener una libertad que ni el Imperio de los Zares, ni la Unión Soviética, ni la Rusia de Putin han conocido nunca.

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