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Adrian Ferrero

Escritores: entre la dignidad y la tacañería

Si un escritor en lo relativo al orden de lo real tanto como desde el universo de las representaciones sociales imaginarias no realiza un abordaje desde la teoría crítica con claros mensajes hacia la sociedad, a mi juicio no es un escritor completo. Se trata de una persona que se consagra a la poética (lo que es totalmente respetable), pero no dialoga con su tiempo histórico de modo responsable. El escritor tiene responsabilidades frente al semejante. Tiene obligaciones frente al semejante. No puede eludirlas. Menos aún infringirlas. Es una responsabilidad de naturaleza ética. En tanto que sujeto ético si no hace respetar la dignidad de sus semejantes permanece por fuera de la ética o, en verdad, hace permanecer por fuera de ella al resto, indiferente a su destino, dejando los libros a su suerte, lo que resulta peligroso.

Por otro lado, estamos ante  una figura que de modo narcisista consagra su vida a sí mismo (como quien dice, “a un sacerdocio egoísta”, a mirarse en su espejo de triunfos) o resulta ser una persona completamente desaprensiva que se desentiende de la dignidad del semejante. O bien que se vuelve cómplice de un sistema (como el capitalista o neocapitalista) cuyos poderes por donde se los mire hacen agua con respecto al semejante. Es por ello que, en cierto modo, eludir sus responsabilidades es sinónimo de dejar de ser escritor. Se pliega al estado de cosas vigente, aprueba implícitamente ese status quo y no piensa más que en “hacer carrera” o dedicarse a sí mismo, entrar en una maquinaria de un auspicioso futuro, evitar toda fricción o conflicto con el poder (y consigo mismo), lo que me resulta no solo espiritualmente pobre, sino espiritualmente tacaño y mezquino. También roza lo inmoral porque a esos deberes subyacen necesidades urgentes. Él tiene la facultad de distinguir, de discernir, de inteligir qué es lo legítimo y qué no lo es. Cómo neutralizar lo ilegítimo o procurar hacerlo mediante su palabra, poniéndolo en evidencia. Tiene una voz para hablar y escribir. En muchos casos tiene los espacios y los foros para publicar. Tiene el don de usarla y saber hacer de su escritura el instrumento que maneja del mejor modo posible porque para ello se ha entrenado, ha adquirido formación e información. Se ha ejercitado profesionalmente. Ha publicado libros que lo han sometido a duras pruebas merced a las cuales él ha realizado un aprendizaje indubitable. De modo que hay una gran diferencia entre el escritor que responde a una ética que valora la dignidad del semejante y quien está atento únicamente al hedonismo o a su exclusiva promoción laboral. Entre ese escritor ávido por colaborar con la sociedad de su tiempo histórico para que sea más justa, más equitativa, respetuosa de los derechos de los ciudadanos y en la cual haya menos marginalidad y éste otro, que solo piensa en concentrarse en escribir por fuera de toda otra inquietud que no sea la de su propio arte. Encerrado entre sus propios borradores pensando en la próxima novela que lanzará para así pasar a la celebridad cuando (así lo consideran en algunos casos patéticos) a la posteridad. La opción es clara. Si comparamos aquel que escribe preocupado porque sus semejantes alcancen la realización y la plenitud más absoluta, más completa, sin censuras hacia sus formas de expresión o de acción, ni persecuciones y este otro, que solo aspira a la coronación triunfal de premios, trofeos, ventas, becas y consagración, me parece que no hay demasiado que decidir acerca de con cuál de ambas tipologías de escritores (a grandes rasgos) me quedo. Por encima de todo ubico el sentido de la ética, la dignidad del semejante y la honestidad intelectual. 

Y si trabaja con sinceridad, si estudia con sinceridad, si se interna en territorios incómodos para el poder, pues tanto mejor. Su función social cumplirá un rol decisivo en el seno de ese universo de los significados sociales. El otro no puede adherir a cómo están funcionando ni el mundo ni el sistema por dentro del cual él mismo encuentra un cobijo a sus anchas. No es un escritor incómodo sino funcional al sistema. Es un escritor exitosamente asimilable a un público que lo seguirá porque será complaciente con él de quien aspirar el favor. Pronunciará las palabras que le provocan bienestar aunque no necesariamente coincidan con las cuestiones más preocupantes para resolver en una sociedad plagada de problemas de toda índole, desde sociales, culturales, ecológicos, relativos a la repartición de la riqueza, entre muchos otros. Buscará disponer de más lectores, motivo por el cual en lugar de pronunciar palabras perturbadoras escogerá las que endulcen los oídos.

Pero eso tiene un límite. Llega un punto, llega un día en que el escritor, si de veras de honesto, se pone frente a un espejo, se observa descarnadamente, se quita todos esos antifaces con que cubrió su rostro para que su poética ocupara un lugar fácil en la sociedad. Un escritor que no estaba dispuesto a entrar en colisión con la sociedad ni con los poderes. La suerte de los más desprotegidos o la de los más perjudicados por el sistema patriarcal lo tenía completamente sin cuidado. No solo no ha querido, no se ha atrevido a herir susceptibilidades porque se ha regido por la ley de la conveniencia, no la de la ética del semejante. No ha usado su voz para defender ni los DDHH, ni los derechos cívicos, no se ha involucrado con causas vinculadas al género, ni ha usado su palabra para pasar por encima de los corruptos y denunciarlos, no ha tomado partido frente a atentados que han tenido lugar en la sociedad, no se manifiesta demasiado inclinado a escarbar, en sus conferencias, en los grandes problemas y catástrofes políticas del pasado porque considera que no le competen. Él ha venido a este mundo a hacer arte. Ahora bien: ¿hacer arte, eximirse de la palabra no es sinónimo de tomar partido? ¿de hacerlo a pesar de todos los recursos que tiene y con los cuales podría informar a la sociedad de lo que ignora o bien refrescarle la memoria a las malas consciencias? Se ha vuelto funcional al sistema. Un sujeto grato, adulador del sistema. Es más: ratifica el sistema. Es colaborador del sistema. Motivo por el cual el sistema lo acepta con esa misma adulación. Le da una abierta bienvenida. Con esa misma admisión incondicional. Él no está dispuesto a declinar su popularidad arriesgándola hablando de todo aquello que podría poner en peligro su situación de satisfecho. Es un satisfecho. Por lo tanto es productor de satisfacción. Y se siente a sus anchas en su pellejo.  

En lugar de usar su voz y su escritura del mejor modo posible porque para ello se ha entrenado, se ha formado y se ha ejercitado profesionalmente en un arte que requiere de sabiduría, no solo de idoneidad instrumental sino también de contenidos que involucren variables sensibles a lo social, a saberes, a conocimientos, a una biblioteca, se ha alejado de esa función critica de naturaleza pública. No es una voz disonante. Es una voz consonante. Ha salido de puntillas de una habitación en la que había una discusión en la que se estaba polemizando. En la que él por temor a perder su lugar de favoritismo no ha aceptado participar aun sabiendo que su voz hubiera resultado fundamental.

Por encima de todo ubico el sentido de la ética, la dignidad del semejante y la honestidad intelectual. El escritor que incumple con los requisitos que he mencionado porque los ha eludido (por conveniencia, por comodidad, por temores, por autocensura, por desafortunada falta de la más elemental solidaridad) es un escritor a mi juicio que por más que esté consagrado, está derrotado. Ha perdido la batalla por un triunfo que nada tiene que ver con los grandes lauros a los que puede aspirar un escritor, sino más bien tiene que ver con su rol en el seno de una sociedad como integrante de esa comunidad. Él ha defraudado a sus semejantes, muy en particular a los de su país. De modo que no me merece respeto. Salvo el de ser trabajador y el de ser responsable, ser laborioso, pero para lo cual tendría también mis reparos. Porque podrían responder a la  mera ambición y el mero lustre social. De modo que laboriosidad, trabajo sostenido, una cierta ¿cómo quieren que la llamemos? ¿trayectoria? ¿qué clase de trayectoria agregaría yo? ¿la que es producto o consiste meramente en publicar muchos libros, muchas traducciones, en investigar para sus ensayos? ¿en corregir a consciencia pero sin el  menor sentido de pensar en quién socialmente va a beneficiar con su arte? Hay una capacidad que tiene cierta gente, de mantenerse al margen por fuera de toda conflictividad del orden de lo real, que me parece pavorosa. En verdad: es la incapacidad de pensar en el otro, en la otra. Y confunde la profesión de escritor con la de una mera carrera que se quiere triunfal con sus notas más definitivas. Él o ella son ambiciosos. Aspiran a llegar alto con sus libros y su poética. Ser estudiados en las Universidades. Ser invitados a recitales de poesía. Ser traducidos a otros idiomas. Como dije, ganar premios y becas. Llevar, en definitiva, una vida apacible. Sin sobresaltos. Circunstancia que, por otra parte, en Argentina no es sencilla. Son unos pocos los beneficiados con tal don o con tales ventajas.

Por otra parte, corresponde a un escritor que aspire a tener sentido de la ética y procure el progreso de la sociedad en la que vive, proponerse estar a la vanguardia del pensamiento crítico. Ello permite darle un definitivo sentido a su poética, en diálogo con la sociedad de su tiempo histórico, producto de un proyecto creador que confronte con el poder que aspira por lo general a inhibir, a prohibir y a censurar a los sujetos. No a dejarlos en libertad. Para lograr ese objetivo el escritor además de estar dotado de vocación deberá estar dotado de una mínima serie de herramientas sin las cuales jamás alcanzará ese objetivo que se ha propuesto. Su proyecto creador es crítico. No es de naturaleza pacífica en relación con el poder. Ese proceder significa buscar la excelencia en su oficio, de su arte, es cierto, entre otras cosas. Para ello acude a recursos que aprende en cierta bibliografía específica de autoridades de su disciplina o de su arte y a partir de ella produce conocimiento propio mediante operaciones complejas del pensamiento, por lo general, abstracto. Pero no solo ello. También procederá a realizar toda una serie de operaciones creativas que lo conducirán a la acción de la invención. Acudirá en ciertos casos a instituciones superiores en las que se formará graduándose y realizando estudios de posgrado (en muchos casos, en otros no, será un autodidacta, como tantos grandes escritores). El escritor es o convendría que fuera productor de teoría crítica. También acude a tales efectos a la experiencia empírica. Desenmascarar la ilegitimidad cuando se producen faltas hacia la dignidad del semejante y que afectan el desarrollo de su plenitud, de sus capacidades y de su realización personal me parece una obligación indoblegable.

Denunciar la injusticia o el atropello cuando afectan también al semejante es asimismo su obligación en lo relativo a su ética cívica. Debe ser un estudioso, un, esta vez, también laborioso, en un sentido muy distinto del primero, que lo era solamente en su propio beneficio. Debe ser un trabajador incansable, un investigador profundo, atento a estar actualizado con la última bibliografía pero también conocer los clásicos de su disciplina o de su arte. Buscar perfeccionarse en todo momento en lo relativo a su trabajo, publicar de modo incesante, prepararse, formarse, capacitarse. Seguir cursos con otros escritores que lo vuelven un autor más completo en su modo de trabajar un texto literario o ensayístico. Leer para escribir, sería una buena premisa para un escritor. Hacer progresos en su pensamiento potenciando su poética hasta que sea poderosa. No admitir la censura ni incurrir en la autocensura por temor al qué dirán ni a la eventual intervención de ciertos medios o instituciones. Tampoco de la sociedad, en primer lugar la que detenta la pacatería por excelencia. Pero también sus costumbres más conservadoras y menos progresistas. Permanecer incólume (porque tiene el respaldo que le da una vida consagrada al trabajo literario e intelectual, incluso a la vida académica a veces y en los mejores casos una trayectoria de muchísimos años de trabajo) frente a estas eventuales represalias. Ser en tal sentido valiente. A mi juicio por definición un escritor no puede ser jamás cobarde. Suele ser, si es un escritor de verdad, comprometido, por lo general con los más postergados y con las ideas más a la avanzada, lo que supone por lo general ser un ciudadano perturbador. Alguien a quien raramente se invita a reuniones oficiales precisamente porque combate la cultura oficial y se ubica en sus antípodas. Toma por asalto la cultura oficial deja a las claras su hipocresía y su complicidad con ese sistema tan perverso. 

Finalmente, debe asumir la responsabilidad que cierta sociedad que lo acompaña, lo apoya y adhiere a sus principios deposita en él. No defraudar esa confianza. Sabe que habrá costos (en ocasiones altos), pero en ello reside el riesgo de hacerse cargo de sus peligrosas palabras (esto es, de sus actos) que, él lo sabe, no serán bienvenidas por el estado de cosas vigente más retrógrado. Los grupos neoconservadores lo atacarán, procurarán neutralizarlo. Neutralizar su discurso. Boicotearlo. Dejarlo a solas. También en ello, alega él al decir lo que dice, al expresar lo que expresa, al enunciar lo que enuncia, al escribir lo que escribe, reside el ejercicio de la libertad de expresión, que es un derecho adquirido. Serán intervenciones de su parte que seguramente no lo harán popular en el seno de la sociedad o de su ciudad por parte de ciertos grupos o personas (él lo sabe). Y tiene la certeza, en cambio, más bien la certeza contundente, de que muchas otras personas en su ciudad, en su país y en el extranjero leerán con fervor y adhesión sus puntos de vista, aprobándolos y difundiéndolos, si así lo consideran pertinente, por todo el resto del mundo. A estas personas apuesta. A sus libros apuesta. A esos medios en los que publica apuesta. Apuesta, en dos palabras, al futuro. Apuesta a lo que considera sea la verdad en lo relativo a la dignidad del semejante. Apuesta a la bondad. Apuesta a la legitimidad y a la que considera ser la verdad no por un capricho sino porque ha reflexionado, ha estudiado, antes de escribir y publicar. En ocasiones ha hecho supervisar sus escritos por personas competentes en torno de temas que él ignoraba o en los cuales puede errar (él no es un persona infalible, como nadie) y sabe que son temas polémicos. Pero sí es una persona responsable, por lo tanto elige la acción y elige la intervención. Debe ser, por sobre todo, profesional y éticamente honesto.

Si un escritor, si un intelectual vive pronunciando palabras dulces, suelen suceder varias cosas. En primer lugar, las personas inteligentes, se empalagan con esos innecesarios deleites. En segundo lugar, ese autor se vuelve tan simpático al poder, que pasa a formar parte de un elenco estable de elegidos llamado cultura oficial, que goza de toda una serie de privilegios salvo de uno: el de la dignidad y el de ejercer la crítica al status quo, del sistema tal como funciona, que funciona mal para muchos, para la mayoría. Y muy bien para unos pocos. Finalmente, reniega de esa voz histórica que una consolidada tradición tuvo su hito principal en Émile Zola, quien tomó el toro por las astas. Y tomó la decisión de afrontar: no admitir ni lo ilegítimo ni lo injustificable.  

A partir de allí (o muchos antes incluso) quedaría inaugurada una tradición: la del intelectual y el escritor comprometido. Y cuando digo “escritor comprometido”, no me estoy refiriendo a una antigualla, a una politiquería, a una consigna o un slogan de comité. Sino a un gesto claro hacia el poder, que denota por parte del escritor la decisión de una intervención para modificar el orden de lo real, cuestionar la voz del dominador o de la autoridad arbitraria. Y decir su propia verdad que por cierto no necesariamente es la única ni es la mejor. Pero es la que evitará la voz unívoca de un poder que se ha arrogado la capacidad de hacer, decidir y decir todo aquello que considere a su juicio necesario, sin tener en cuenta de si beneficia a sus ciudadanos. Y de si tiene fundamento ético y legal. 

En estos términos definiría a las tipologías de cómo puedo apreciar a los escritores. Y también, a partir de este mismo escrito, podrán apreciar, si son lo suficientemente atentos a lo que acabo de decir, yo, como escritor, de qué lado de ambos grupos (o, peor aún, bandos), me ubico. Aquel que no es precisamente ni el más sencillo ni tampoco el más fácil, que requiere ser persistente, tenaz, afanoso. No transigir con los deleites con que aspira a conquistarnos el poder. Y a saber que uno va, definitivamente, a decir que no.

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