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Adrian Ferrero

Escribir desde América Latina: superar los determinismos

Me preguntaba acerca de qué significados encierra (o abre) el hecho de escribir desde América Latina. En primer lugar, naturalmente, lo que resulta perceptible desde su misma formulación, hacerlo desde una perspectiva continental. Ello supone, entre otras cosas, compartir una Historia material, una Historia cultural, un universo semiótico (una lengua, con sus variables dialectales e inflexiones locales, si bien existen matices) y también una relación evidente con los países desarrollados y el así llamado Primer Mundo. Es por ello que a los nuestros se los denomina países “en proceso de desarrollo” (en un movimiento esperanzado que nos promete un Edén hasta el momento incumplido). Hay enormes deudas externas impagas que resulta un imposible semántico siquiera sospechar y un imposible financiero saldar, con el que las que estos países especulan.

Ahora bien: el subdesarrollo no es solo patrimonio de América Latina. No es necesario sino echar una mirada al África o a ciertos países de Asia para comprender que se trata de un fenómeno mundial según el cual la capacidad de producción cultural en ciertas regiones, países o comunidades se ha acentuado en tanto en otros ha quedado paralizada o bien en retracción. Por otro lado, esos mismos países desarrollados, en una política carnívora, realizan un drenaje perpetuo de recursos naturales de cuya riqueza gozan como único patrimonio los subdesarrollados para despojarlos de lo único que pueden ostentar como un bien económico a explotable. Son, en cambio, explotados, también en lo referente a mano de obra y en lo referente a recursos a su inteligencia. Estrategias geopolíticas digitadas por esos mismos países desarrollados generan guerras o coaliciones entre naciones para exterminar o neutralizar a otras. Hay alineamientos a fines estratégicos interesados en distintos fines, por lo general productivos o económicos.

Estos factores afectan a la cultura en un sentido amplio, a su universo significante. Tienen repercusiones en los procesos de vincularnos los unos con los otros, generan toda una serie de fenómenos que van desde la desnutrición infantil hasta el aumento de la inseguridad, desde Estados débiles con esas injerencia en la calidad de vida hasta el analfabetismo, desde la generalización de enfermedades hasta la superpoblación por falta de control de la natalidad. No digamos, por lo tanto, a la promoción de la creación artísticas y la salvaguarda de sus patrimonios, como bibliotecas o archivos. La falta de acceso a bienes simbólicos y, como definición general, diría que América Latina se caracteriza por la carencia y la falta, si bien notables fuerzas productivas se han desarrollado y se siguen desarrollando, entre otros ámbitos, en el territorio de la cultura que por lo general nace de iniciativas populares pese a esos factores de vacío o falta.

Cruentas dictaduras han arrasado la experiencia social, ensañándose especialmente con el mundo de los artistas y los escritores (si bien no exclusivamente), asestando otra clase de golpes: contra los ciudadanos y la libertad de expresión, instalando la censura como práctica habitual. Circunstancia fuertemente limitante para la producción literaria y que deja heridas de toda índole en todo el sistema de producción, de edición, de circulación como de consumo en el mercado del libro. Desde la desaparición de artistas hasta exiliados que en muchos casos ya no regresan.

Me referiré al campo de la producción literaria, que es el que conozco y, en particular, desde cómo se percibe desde Argentina, mi país, este marco contextual. En primer lugar hablamos desde una lengua heredada que nos fue impuesta mediante la fuerza y la dominación en un territorio habitado por otras culturas con otras (y no menores) singularidades. Los aborígenes que vivían (y aún lo hacen, en minorías y territorios acotados, muchos les fueron expropiados). Esas poblaciones fueron exterminadas y una violencia simbólica y material diezmó su capacidad de habla, de expresión y su sustrato cultural. De modo que comenzamos por escribir en una lengua que no es autóctona. Que no nació ni es el resultado de procesos locales sino forma parte del capítulo de las lenguas romances derivadas del latín, como sabemos, filológicamente gestado en Europa. Hablamos a partir de una cultura que no es la originaria de nuestro territorio. Arrastramos una carga cultural extranjera pese a que nos resistamos a asumirla o procuremos neutralizarla desde la disidencia.

Otro capítulo del exterminio de los pueblos originarios ha sido en Argentina la conquista del desierto por las milicias oficiales. Por otra parte, somos hijos de otros fenómenos, como la inmigración de varias naciones, cuando el país abrió sus puertas para recibir a pueblos por lo general desesperados porque en sus patrias morían de hambre y desamparo. De modo que esa cultura aborigen desplazada y despedazada, esa cultura española dominante y colonial sumaron a su caudal otra vertiente de manifestaciones culturales y lingüísticas de mezcla propias de ciertas clases sociales en particular que arribaron a nuestros puertos esperanzados por lograr una riqueza (la que ya había sido saqueada por los españoles) pero pensando que podrían adquirir una nuevas condiciones de trabajo. Que podrían ser mano de obra de una producción. Los exponentes de esas culturas que llegaron lo hicieron trayendo consigo un bagaje cultural que vino a mezclarse de modo heterogéneo con el resultado de los citados procesos de aniquilamiento y destrucción que acabo de mencionar. De modo que la lengua en la que escribimos es un producto de una serie de operaciones agresivas o bien de mestizaje cultural, dando por resultado un producto sociolingüísticamente complejo, violento, agresivo tanto física como semióticamente.

Una lengua nacional se fue normalizando hasta lograr una cierta estabilidad que aun así siguió manteniendo comunidades y pueblos con sus costumbres y sus propios dialectos. Por otra parte, como acabo de citar, no se trataba de cualquier clase de lengua, sino de la perteneciente por lo general a la de las clases populares. Hay aquí entonces lectos de grupo o sociolectos pertenecientes a distintas culturas y no otras. Las distintas zonas de Argentina, por otra parte, con una producción centralizada, manifestaban peculiaridades lingüísticas singulares que eran propias de cada provincia o zona del país.

Compartimos con España una lengua oficial que nos fue impuesta pero que tampoco es la misma porque responde, ahora más que nunca, a procesos sociales y demográficos completamente distintos en un caso y en otro. Y, como afirma la crítica literaria Josefina Ludmer, hay un interés durante los tiempos contemporáneos de la Real Academia Española por colonizar al resto de las academias de la lengua hispanoamericanas homogeneizando y hegemonizando el bien de mayor valor que es la lengua en este caso. Eso, unido al poder del flujo financiero que se articula en torno de la producción y consumo por parte de grandes grupos editoriales da por resultado un panorama desolador además de dominador. Las Reales Academias de América Latina, sometidas, están supeditadas a la de la metrópoli, que es la que define los usos de autoridad. En segundo lugar, mediante dispositivos que van desde un diccionario oficial, glosarios, manuales, gramáticas, esa hegemonía se instala como procedimientos de consulta pero también como forma de ingreso a América Latina de una variedad lingüística que no le son propias y vienen a borrar las autóctonas, interrumpiendo un devenir que violenta el dinamismo sociolingüístico que le es inherente. Ello naturalmente tiene repercusiones en la producción literaria de una nación. Es la herramienta productiva de un país que, mediante la educación o la lectura instalan debates, conforman pautas sociolectales, agrupan los estudios literarios, su abordaje y la organización del sistema literario.

Esto como punto de partida en relación al uso propio del uso del lengua y los procesos sociales con los que se pone en vinculación, tanto en su dimensión filológica ( dejo por fuera infinidad de otras repercusiones por circunstancias de espacio).

Diría que escribir desde América Latina es hacerlo desde un peculiar de enunciación. No necesariamente escasamente potente. Lo sabemos porque grandes escritores argentinos y de América Latina han sido consagrados en el resto del mundo de modo particularmente poderoso. También académicos, investigadores o estudiosos. Pero sí, un escritor argentino o latinoamericano lo hace desde una tradición literaria relativamente acotada y breve, en relación con la de Europa, y carece del prestigio universal que no le confiere su lengua, cosa que sí ocurre con las naciones centrales.

Ahora bien: ¿debemos por eso acobardarnos, supeditar nuestra producción solamente a temas locales, no introducirnos el universo literario del mundo, evitar temas universales, devenir escritores escolares que no aspiren a una producción de excelencia, de jerarquía literaria? Considero que no. Yo mismo he escrito en mis poemas o artículos sobre autores de Irlanda, sobre Italia, sobre escritores extranjeros que por supuesto siento afines por su disidencia respecto de las culturas dominantes pero pertenecen a esas mismas naciones prepotentes. Desde los países desarrollados y mediante una cultura de masas o virtual se nos induce a pensar que formamos parte de comunidades imaginarias (en términos de Benedict Anderson) de las cuales en verdad estamos excluidos. Pero a las que sí estamos invitados a pertenecer bajo la consigna de no ser perturbadores respecto del estado de cosas vigente.

También sucede que leo por lo general libros producidos desde España, traducidos en un español castizo que no es el de mi país, motivo por el cual también las ideas de esos escritores disidentes que me interesan se ven fuertemente contaminadas de sociolectos que las “domestican” en definitiva, desde en su dimensión más salvaje en función de ese español ibérico.

Capítulo aparte merecen la dimensión material de las circunstancias en las que ejercemos nuestro oficio. Muchos de nosotros debemos tener otros trabajos además de escribir, no tenemos el tiempo suficiente ni las energías para estudiar todo lo que quisiéramos ni para comprar todos los libros de los que aspiramos a disponer. Porque además de que el precio de los libros importados se ha ido a las nubes e incluso los nacionales. Las propias bibliotecas de América Latina están desactualizadas pese a los enormes esfuerzos de sus directivos por mantenerlas al día. Y si bien la Internet viene a salvarnos de una serie de limitaciones, convengamos que se trata de un recurso de segunda mano que también supone la hegemonía en muchos casos de un español que no es el nuestro. En muchos casos se trata de lo que se ha dado en llamar “ediciones pirata” que difunden libros en malas traducciones sin autorización de los editores. En otros casos no es así y uno puede ingresar en bibliotecas internacionales o bien en cinematecas para ver films u obras de teatro filmadas o acaso ver videos de conferencias de escritores. Este acceso a bienes culturales, en especial en la época de pandemia, se enfatizó. No obstante, para encontrar esas producciones culturales hay que disponer de formación e información para decodificarlas. A veces conocer otros idiomas. Y también de disponer de la tecnología que en Argentina no está disponible para toda la población rural o de las provincias más desfavorecidas.

Trabajamos con vocación pero nuestros libros no están bien remunerados o acaso jamás lo están. Otros deben pagar para editar porque los oligopolios de editoriales se han ocupado de realizar tal carnicería con las editoriales independientes que si bien algunas sobreviven lo hacen con enormes esfuerzos, enormes carencias y a costa de sacrificios.

En tren de comprar libros los consumidores se remiten a los grandes nombres del mercado, que es el que digita con su marketing sobre qué se lee y qué no se leerá jamás, postergando una producción valiosa a nivel nacional que queda confinada a zonas de invisibilidad o marginalidad. Muchos autores permanecen toda su vida inéditos. Y otros lo son solo parcialmente, quedando por fuera de la mirada pública obras magistrales.

También Argentina y buena parte de América Latina tienen una producción literaria altamente centralizada. Fenómeno según el cual la literatura que se lee, se convoca para ser publicada, se publicita por los medios y por lo general alcanza el mayor grado de consagración (y reconocimiento) es la que está en contacto con el extranjero o bien la que reside en las grandes urbes. Y aun así, la que suele ser bendecida por las plumas papales.

Asimismo, me atrevería a decir que esencialmente hay dos clases de escritores, dentro de los cuales puede que existan algunos matices, lo que en su medianía no hacen sino confirmar su obsecuencia. O bien uno se define por cuestionar el sistema (motivo por el cual el sistema lo margina) o bien un escritor se vuelve exitoso porque acepta las condiciones que ese sistema le propone y hasta le exige. Ese productor cultural se ajusta a la perfección a un modelo arquetípico dentro del margen de expectativas. Que dicte conferencias en ciertos espacios, que dé reuniones o giras de prensa, que haga entrevistas con ciertos medios (y no con otros), que se convierta, en definitiva, en el resultado de un determinado mandato. Ese mandato supone neutralización de su capacidad crítica o de decisión. En ocasiones de su creatividad más radical. Y si mantiene su capacidad crítica se lo vende como una figura alternativa al sistema que se compra y se vende también como otra clase de producto o bien de mercado: su propia caricatura. No se trata de una insurgencia genuina sino otro resultado del mercado. Un estereotipo trivial.

Las Universidades consagran a ciertos escritores que oficializan en sus planes de estudio, sus clases, sus congresos y coloquios, dejando por fuera una producción valiosa que por desconocimiento, snobismo o por pregnancia de las extranjera no consideran merecedora de su atención crítica.

¿Puede triunfar un proyecto alternativo? Pienso que sí. Pienso que un escritor o escritora puede, mediante un enorme esfuerzo y seguramente desde un margen que no es el de la centralidad de los escritores que se mueven sin colisiones con el campo del poder, producir obras críticas. Incluso proyectos creadores que lo sean desde una producción sostenida inclusiva en el marco del sistema literario.

Naturalmente el talento define muchas cosas. La formación otra. Si se trata de escritores que tienen formación académica no es lo mismo que si se dedican al periodismo cultural. Si se trata de escritores que se encuentran por fuera del sistema productivo y sin la menor asistencia en la difusión de su trabajo, las desventajas serán notables. Si trabajan exclusivamente en el campo de la literatura seguramente serán más beneficiarios de ventajas que otros que trabajan, por ejemplo, en espacios burocráticos.

Hay por otro lado voces influyentes en el territorio de los medios y de la crítica literaria que consagran, omiten o combaten a ciertos escritores o escritoras. Ello no es un dato menor. Un escritor que es apartado del sistema de circulación de los medios o bien del ámbito académico se encontrará en una situación completamente desventajosa respecto de otros bendecidos por la academia. Entre esa bendición y esa indiferencia o excomunión, se juega el futuro de muchos proyectos creadores que bien podrían, si son de calidad, progresar notablemente en su inserción y ser leídos con interés por un público también instruido, no solo aficionado.

Los escritores de América Latina, salvo excepciones de premios consagratorios o los que son objeto de devoción cultural por parte de instituciones que se ocupan de ellos por considerarlos valiosos, se encuentran en un estado de completa orfandad. El oficio de escritor y el trabajo intelectual no están reconocidos como capital social. La reputación de un escritor o escritora se mide, penosamente, por sus ventas o bien por las editoriales en las que publique, por la difusión que le ofrezcan los medios de comunicación. ¿Qué puede esperarse entonces de un sistema literario y de un contexto sociopolítico como este? Antes que nada el lugar del escritor o escritora como figuras en ocasiones incluso amenazantes para el sistema, motivo por el cual el sistema reacciona expulsándolos o neutralizándolo como figuras irritantes para el orden social.

Y la literatura de verdad, en tanto que discurso que tiende a subvertir códigos sociales y lingüísticos, a romper con el uso instrumental de la lengua, a hacer circular mensajes connotativos en lugar de denotativos, a construir realidades alternativas de orden imaginario bajo la formación de representaciones sociales que configuren matrices combativas contra el estado de cosas vigentes, queda desplazada. Esto es, poner nerviosa a la gente no es negocio. Poner nervioso al sistema es síntoma de un futuro de exclusión. Poner nerviosos a ciertos críticos que esperan de ella un ideal de estética que no ofrezca resistencias constituye la garantía de configurarse en identidades temidas o bien repudiadas.

Hay modas. Hay productores culturales que se imponen mediáticamente gracias, nuevamente, a figuras con predicamento debido a la voz de unos pocos periodistas culturales que son influyentes. En ocasiones competentes, en otros que no lo son.

De modo que se impone como una literatura hegemónica una literatura sometida a un mercado que es el de los países desarrollados y por lo general una literatura escrita en un español standard. Un tipo de literatura que no ofrezca una complejidad excesiva para que los consumidores precisamente no dejen de serlo. Si es que llega a las editorial esa de la capital del país y es aceptada por ella. Porque precisamente por no ser de la capital corre con la desventaja de ser considerada marginal, que no admite atención editorial.

Escribir desde países centrales supone en la mayoría de los casos tener acceso a un mayor capital simbólico porque los escritores están considerados más respetuosamente (lo he podido comprobar). Son escritores que suelen disponer de acceso a prensa profusa que también puede y hasta en muchos casos busca ser cuestionadora del sistema y anda tras escritores y escritoras de esa índole. Se multiplican los premios de jugosas cifras. Hay buena cantidad de becas u organizaciones culturales que los apoyan. Las editoriales pagan por un trabajo honestamente realizado y seriamente hecho.

Diría que existen dentro de los escritores y escritoras ciertos escalafones que también tienen que ver con los así llamados géneros literarios que cultivan. “La narración gana la partida”, como tituló el crítico Noé Jitrik argentino a uno de los tomos de su Historia crítica de la literatura argentina que dirigió. Los poetas, los dramaturgos, los autores de literatura infantil y los guionistas de cine y TV se cuentan entre las manifestaciones literarias más degradadas y por fuera del sistema productivo. Hay naturalmente casos exitosos. Pero se trata de excepciones. En términos generales lo cierto es que la literatura se maneja en términos de ghettos dentro de los cuales también existen rivalidades en ocasiones encarnizadas de grupos o privadas.

Está el factor político, porque los escritores en la medida en que (si son honestos) definen sus puntos de vista que no necesariamente están en sintonía con el campo del poder. Y ello los vuelve en ocasiones poco simpáticos a las instituciones, no solo gubernamentales, o a las que digitan el citado poder. Ese poder que corona o expulsa.

No estoy planteando un determinismo. Ser escritor en América Latina no es sinónimo de un destino de fracaso. Es sinónimo, eso sí, de provenir de un pasado herido. Que requiere esfuerzos titánicos para las condiciones de producción, de inserción, de inclusión, de circulación y consumo. Lo que puede bien superarse.

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