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esteban ierardo

Erasmo de Rotterdam, y más allá del partidismo

La bella Rotterdam sufrió un terrible bombardeo durante la ocupación nazi, en 1940. Pero mucho antes, alguien de una inteligencia e ingenio singulares nació entre sus calles, en 1466. Erasmo de Rotterdam. Como todos, su destino fue modelado por su tiempo. La época del Renacimiento y la Reforma protestante. Erasmo se caracterizó por el libre pensamiento. Ya desatado el conflicto entre católicos y protestantes, rechazó el tomar partido por una u otra facción. Eludió el partidismo, y aceptó el costo: vivir entre fuego cruzado.

Pero su no tomar partido no fue por ninguna debilidad. Por el contrario, defendió su independencia intelectual, y su deseo de no avivar la división.

La actitud erasmista solo es entendible en su propia latitud histórica, aunque puede proyectarse a diversas épocas, en las que cambian los actores, pero se reproduce el proceso de las polarizaciones y la no conciliación. Erasmo recuerda a quienes no ceden a presiones para asimilarse a uno u otro bando.

El pensador de Rotterdam fue teólogo, sacerdote cristiano, filólogo. Unos retratos de Holbein el joven lo muestran en un momento de escritura, o con sus manos posadas sobre un libro. Pero, ante todo, Erasmo, motivo de una famosa biografía de Stefan Zweig (1), fue un humanista del Renacimiento nórdico. Lo renacentista, entre el siglo XV y XVl, quebró la concepción medieval del humano pecador, solo orientado a la salvación y la gracia. Lentamente, emergía un nuevo modelo antropológico. El humano brillaba por sus propias facultades naturales, como la razón, y por su dignidad innata, la matriz del llamado humanismo, en cuyas filas se enroló Erasmo.

En su faceta religiosa, redactó nuevas versiones latinas y griegas del Nuevo Testamento. No cuestionó la autoridad del Papa. Pero insistió en una reforma moral de la Iglesia, y alentó una religiosidad interior.  Su influencia se hará sentir en casi toda Europa y, en particular, en España, en las universidades de Alcalá y Salamanca. En muchos espíritus inquietos caló su propuesta de eludir dogmas, formalismos y excesos de especulación, para retornar a un cristianismo evangélico, rebosante de una real interioridad espiritual. 

Entre sus obras se distinguen: el Manual del caballero cristiano (Enchiridion Militis Christiani, 1526), en el que propone rechazar las formas externas del culto, y privilegiar el propio juicio antes que el de la mayoría, lo que refleja su propio pensamiento.

La Educación del príncipe cristiano, dedicado al príncipe Carlos que será el emperador Carlos V, cuando este tenía todavía 16 años. Dentro del género Espejo de príncipes, su intento de formación moral de los príncipes será barrido por el realismo de El príncipe de Maquiavelo, publicado, luego, en 1532. Durante toda su vida, Erasmo escribió Adagios, una antología que, en su versión final, tendrá más de cuatro mil citas griegas y latinas. El Ciceroniano, o del mejor estilo de oratoria, un diálogo en el que Erasmo cuestiona la imitación estricta de Cicerón, al tiempo que ofrece un espectro más amplio de autores clásicos, e incluso de contemporáneos, para formar el estilo. Con esta propuesta no estuvo muy de acuerdo el ciceroniano Etienne Dolet, quien terminó sus días quemado con sus libros (2).

Y la obra más influyente de Erasmo, hasta la fecha, es, sin dudas, Elogio de la locura (1511), escrita en la casa en Inglaterra de su amigo, el otro humanista Tomás Moro, de desgraciado final. Esta obra atizará la Reforma protestante. La locura sirve como crítica satírica de las supersticiones, las prácticas corruptas de la Iglesia católica, y la loca pretensión de saber de los pedantes (3).

Siendo muy joven, Erasmo fue influenciado por la devotio moderna, un movimiento espiritual en el último periodo medieval, que surgió en Renania y los Países Bajos. La devotio rechazaba el formalismo religioso, la obsesión litúrgica, el verbalismo escolástico. Esto último remitía a la escolástica, la segunda fase del pensamiento teológico de la edad media, luego de la Patrística. Bajo el liderazgo de Santo Tomás, la escolástica apeló a la filosofía grecolatina, en particular a Aristóteles, en su comprensión de la tradición cristiana. Pensó la relación entre razón y fe, siempre resuelta en el principio Philosophia ancilla theologiae, “la filosofía es sierva de la teología”. Su gran sutileza de conceptos talló un exceso de abstracción, una teología sobredimensionada que se ponía en lugar de la vida religiosa basada en el sentimiento.

Para la devotio moderna lo escolástico era lo antiguo, puro ropaje verbal, frente a la religiosidad de la devoción, la piedad, el sentimiento. La devotio fue continuación de los Hermanos de la Vida Común, seguidores de la pobreza, la sencillez, el desprecio por el lujo. La devoción moderna fue cristocéntrica. La humanidad de Cristo era modelo de una vida espiritual fundada en la emoción religiosa y un moralismo antiespeculativo (4).

El interés por la elevación espiritual y la pasión por Cristo. Humanismo cristiano de la interioridad, opuesto a las apariencias exteriores. El contacto íntimo con Dios antes que lo exterior del culto y los votos monásticos. La lectura de la Biblia, su mejor difusión por la imprenta, fortaleció el movimiento, en especial en las ciudades holandesas.

La influencia temprana que Erasmo recibió de la devotio moderna continuó cuando a los 18 años ingresó en el monasterio de los Canónigos Regulares de San Agustín, que adhería a esta forma de espiritualidad. Cuatro años después fue ordenado sacerdote. Luego, se le permitió estudiar teología en la Universidad de París. Allí conoció el humanismo renacentista. Desde entonces, congenió con esta tendencia filosófica. Se trasformó en libre pensador, defensor de ideas exentas de dogmatismos.

Nunca regresaría ya a la vida monástica. En Inglaterra, en 1500, entró en diálogo con John Colet, humanista y decano de la catedral de San Pablo, en Londres. Colet lo influyó en una lectura humanista de la Biblia. Bajo el gobierno de Enrique VIII, fue docente en la Universidad de Cambridge. Se le ofreció un puesto vitalicio en el Queen’s College. No aceptó. Quería viajar y conocer, no atarse a una institución.

Viajó entonces a Italia. Vivió allí tres años, entre 1506 y 1509. En ese periodo, trabajó en una imprenta, con un modesto salario, suficiente para su manutención. Rechazó cargos profesorales y ascensos eclesiásticos, como su nombramiento como cardenal. Reincidió en sus críticas a la corrupción de los clérigos y su falta de formación, y a la petulancia de los teólogos. Contra estos últimos, en el Elogio de la Locura manifiesta:

“Debería evitar a los teólogos, que forman una casta orgullosa y susceptible. Tratarán de aplastarme debajo de seiscientos dogmas; me llamarán hereje y sacarán de los arsenales los rayos que guardan para sus peores enemigos. Sin embargo, son siervos de la Locura aunque renieguen de ella…”

En su versión comentada de los Evangelios en latín, repara en la Epístola a Timoteo que advierte sobre los vanos conflictos sobre las palabras (Timoteo 2:14: “Esto aconseja, protestando delante del Señor: No tengas contienda en palabras, que para nada aprovecha, antes trastorna a los oyentes”). Esto le dio pie para punzar nuevamente a los teólogos:

 “No se cansan de disputar acerca de las clases de pecado, como si no fuera mejor detestar los pecados. Disputan de si la gracia que nos hace amar a Dios es la misma con la que Dios nos ama. Disputan acerca de la naturaleza del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo; disputan acerca del fuego que tiene que abrasar una sustancia que no es material. Vidas enteras se consumen en estas vanas especulaciones: se pelean y vienen a las manos por cuestiones de bautismo, penitencia, etc. Lo mismo que sobre el poder de Dios y el poder del Papa…”

Y en otro comentario, para socavar la hipocresía clerical, agrega:

“Como en tiempo de San Pablo había pocos sacerdotes, el apóstol no prohibió que se casaran ni obispos ni clérigos ni diáconos. Pero ahora se prohíbe el casamiento de los ordenados y se les permite homicidios, parricidios, incestos, piraterías y sacrilegios. En los innumerables rebaños de clérigos, pocos son castos…”

Los clérigos quisieron que la curia romana los liberase del humanista de Rotterdam. Se prohibió la lectura de sus obras en las universidades; muchos obispos dispusieron lo mismo en sus diócesis. Pero el Santo Oficio no actúo, a diferencia de lo ocurrido en España, donde la Inquisición persiguió a algunos erasmistas que, a veces, eran alumbrados, místicos partidarios del recogimiento espiritual, vistos como heréticos. Una persecución que se aceleró cuando la Reforma empezó a propagarse con paso brioso en los países europeos.

La condición de Erasmo como erudito y helenista hacía que la Iglesia lo viera con condescendencia. Pero sus mordaces comentarios, ya durante su vida, ayudaron a la formación de una conciencia reformista que, luego, partirá en pedazos a la Iglesia.

La versión erasmista del Nuevo Testamento en su traducción en griego avivó los estudios bíblicos. Lutero declaró que fue una de sus fuentes principales en su actitud de protesta ante Roma. Esto colocó a Erasmo en una posición incómoda. La Iglesia le reclamó haber sido el “huevo” de la sedición. Erasmo, aclaró, bregaba por la reforma moral del clero, no por la ruptura de la Iglesia.

Pero Lutero fue mucho más allá… En 1517, encendió los fuegos de la Reforma protestante. Su intención inicial no era quebrar la iglesia ni fundar un nuevo movimiento; solo protestar ante la mercantilización de lo espiritual por la venta del perdón o las indulgencias por los emisarios del papa León X. Clavó entonces en las puertas de la iglesia del palacio de Wittenberg sus famosas 95 tesis, documento en el que se concentraba en la compra de las indulgencias como forma distorsiva del perdón.

A consecuencia de esto, Lutero fue excomulgado. Con un salvoconducto, compareció en la Dieta de Worms, la asamblea de príncipes del Sacro Imperio, precedida por el recientemente nombrado emperador Carlos V. El encuentro se celebró en Worms, Alemania, en 1521. Allí se lo conminó a abjurar de sus tesis. Lejos de eso, Lutero defendió su postura. Alegó que no negaría su propia conciencia. Esto dio lugar al Edicto de Worms. Se declaró al reformador prófugo y hereje. Se prohibió la posesión de sus escritos. Esta reacción no conciliadora preocupó a Erasmo.

Empezó la Reforma protestante como proceso de división de la Iglesia. Lutero se acogió entonces a la protección de Federico III, príncipe elector de Sajonia. Este, también conocido como Federico el sabio, simuló su secuestro y lo ocultó en el castillo de Wartburg. Allí el reformador inició la traducción de la Biblia al alemán, con la colaboración de Felipe Melanchthon (5).

Así fue como la protesta inicial de Lutero viró hacia la negación de la autoridad universal del papado, y también del purgatorio, del culto de los santos, la oración de María y la veneración de las imágenes. En la doctrina protestante, la Iglesia no es superior al poder civil, y el sacerdocio es despojado de su jerarquía. El sacerdocio es de todos. La Iglesia no debe ser gobernada por un orden jerárquico encabezado por la soberbia papal. El Papa, más que una fuerza espiritual, es un poder de este mundo, como lo demostró en la edad media, o cuando fue árbitro entre las ambiciones territoriales de España y Portugal en el Tratado de Tordesillas, en 1494.

Y Lutero entendió que leer e interpretar las Escrituras no es privativo de los sacerdotes. El derecho a la libre interpretación de la Biblia es inherente a cada cristiano. Esta es la ponderación protestante de la subjetividad como centro de una hermenéutica de la palabra de Dios. La comunicación de cada hombre con Dios es directa, personal, sin la mediación de la Iglesia, de los sacerdotes, de los sacramentos. Tesitura abrazada ya por los valdenses, los lolardos, los husitas, los movimientos medievales precursores de la Reforma, Este lugar de la subjetividad, Habermas lo entenderá como uno de los antecedentes de la individualidad en la modernidad.

La creencia central de la causa luterana es el valor divino de las Escrituras, y la “justificación de la fe”; es decir la fe, y no las obras, como camino de salvación.   

Aunque insistía en no cuestionar la Iglesia como institución, Erasmo no podía negar algunas coincidencias con la actitud protestante, la religiosidad interior, la crítica a los malos obispos y frailes que vendían el paraíso, o la venta de los propios cargos eclesiásticos, conocida como simonía.

Por ejemplo: en 1500, Alejandro VI, el papa Borgia, nombró doce cardenales que pagaron 120.000 ducados por sus capelos. Luego, al necesitar más recursos para la guerra en Romaña, vendió otros nueve cargos de cardenal por 130.000 ducados. Estas distorsiones, y todas las manifestaciones de la corrupción romana, fueron apreciadas tanto por Erasmo como por Lutero, cuando ambos visitaron la Ciudad Eterna.

La Iglesia exigió a Erasmo que formulase por escrito una refutación del protestantismo; y Lutero, y Ulrich von Hutten, uno de los más grandes difusores de la Reforma en el Sacro Imperio, le exigieron sumarse, sin dudas, a la tempestad desatada contra Roma.

Erasmo rechazó ambas exigencias.   

Y sostuvo también con Lutero una discusión sobre la libertad. Como pensador cristiano, Erasmo partió de la naturaleza humana herida por el pecado original. Pero como humanista, destacó el resto de bondad y libertad que aleja al hombre de su degradación, y lo hace florecer en su devenir hacia la salvación. Para Erasmo, el humano es libre. Pero para Lutero, el pecado original ha corrompido tanto la naturaleza humana, es tanta su miseria y maldad, que su posibilidad de salvación no depende de su libertad. El reformador negó el libre arbitrio, se acercó a un determinismo que Calvino explicitará después. Por las obras, por la acción, el humano no se salva, solo lo hace por la fe en la gracia divina, “ergo sola gratia iustificat”. 

Erasmo escribió De libero arbitrio (1524), y Lutero le respondió en De servo arbitro (1525) donde defiende la «esclavitud de la voluntad», «el libre albedrio es nada», todo se resuelve en la primacía de la fe. En esta discusión, en su sentido teologal profundo, se debatía una cuestión esencial: ¿eran las obras, derivadas de la libertad humana, o la gracia, procedente de la omnipotencia divina, lo que salva al hombre? En su defensa del libre arbitrio, Erasmo no cedió: “Si el hombre no es libre, ¿qué significan las voces mandamiento, acción, recompensa?”.

Erasmo buscó una conciliación entre la libertad y la intervención divina, sin anular de la ecuación la libre determinación. Por eso, no hubo perspectiva de síntesis integradora con la posición luterana, aunque el ideal erasmista era preservar la unidad cristiana, impedir su cisma, propiciar una reconciliación, sin vencedores ni vencidos, en la construcción de un cristianismo mejorado.

Pero esto no fue comprendido por la intelectualidad católica ni en el tiempo de Erasmo, ni en el siglo XX. Como ejemplo, Joseph Lortz, historiador de la Iglesia católica, en su Historia de la Reforma, en 1962, afirma:

“En lo que pudiéramos llamar con seriedad reconstrucción católica, Erasmo no tiene lugar alguno. Hemos reconocido sus esfuerzos por profundizar la piedad cristiana y purificar la administración eclesiástica de ciertos abusos. Pero hemos visto también que estos esfuerzos están de tal modo unidos a posturas adogmáticas y relativistas que no se puede hablar en él propiamente de una reforma católica. Estas actitudes fundamentales envenenan especialmente todo lo que Erasmo hizo por el pacífico arreglo de la polémica reformista. Su celo por la paz y la tranquilidad no es católico, ni siquiera propiamente religioso, sino relativista”.

Erasmo acusado de “relativista” por su no apego a las exigencias dogmáticas. Lo que contribuye a entender que nunca claudicó en favor de un catolicismo acrítico. Por esto, luego de su muerte, la Iglesia católica se “vengó” del humanista de Rotterdam durante el Concilio de Trento (1545 a 1563), el órgano de la Contrarreforma católica, cuando todas sus obras fueron incluidas en el Índice de Obras Prohibidas. Su pensamiento, finalmente, ultrajado por la censura.

Seguramente, Erasmo sintió la presión católica, pero esto no debilitó su certeza de que las instituciones, los colegios, universidades, o la Iglesia, eran obstáculos para el pensamiento libre, y que negaban, así, la educación como medio de la duda y la crítica.

Erasmo, primero, debe ser comprendido dentro de su tiempo. Indudablemente fue católico, pero de una forma cuestionadora, incómoda, riesgosa, “relativista”. Si Erasmo se hubiera asimilado a un catolicismo dogmático sin más, no hubiera sido Erasmo. Y no hubiera tenido inconvenientes en pertenecer a la curia y sus privilegios, y mirar para otro lado ante la corrupción estructural del clero. Aun en contra de su voluntad, su actitud crítica es una de las fuentes innegables de la Reforma que sumió al cristianismo en un nuevo cisma en los comienzos de la modernidad. Una marea incontenible luego de la prédica de Lutero en Alemania, Calvino en Suiza, John Knox en Escocia, el anglicanismo de Enrique VIII, en Inglaterra, y los hugonotes en Francia.

La adhesión a posiciones que demandan obediencia es contraria al intelectual que se auto comprende como libre pensador, no sirviente de ninguna fuerza autoritaria. Muchos intelectuales libres siempre reciben presiones para encajar y ser orgánicos a un bando determinado. Hannah Arendt, los filósofos frakfurtianos neomarxistas críticos, los fabianos precursores de los socialdemócratas, fueron llamados, en su momento, a asimilarse a una ortodoxia militante de una verdad “final”, y enemiga de toda negociación o autocuestionamiento.

Y en Basilea, en 1536, terminaron para Erasmo los fuegos cruzados.

Su larga errancia por Londres, Lovaina, París, culminó en la ciudad suiza. Al final, fue querido más por los protestantes que por los católicos. Ya convaleciente, quizá deseó repetir su vida de lecturas, investigaciones, descubrimientos. Acaso recordó su desprecio por los curas corruptos que, como su jefe, el Papa, usan lo divino para sus propios intereses; habrá lamentado quizá la rigidez final de Lutero; habrá deseado haber contribuido más a la conciliación, aunque ésta fuera imposible.

En sus últimas horas, tal vez vio las estrellas y la luna de una noche de verano. Quizá, como esas luces, se sintió muy lejos de todos los partidismos incapaces de convivir con la autocrítica y el cambio.


Citas:  

(1) Stefan Zweig escribió Erasmo de Rotterdam: Triunfo y tragedia de un humanista (Triumph und Tragik des Erasmus von Rotterdam, 1934), biografía que recrea su neutralidad conflictiva en la confrontación Reforma-Contrarreforma.

(2) Étienne Dolet (15091546), traductor, humanista francés, imprentero, gran admirador de Cicerón, acusado de ateísmo a pesar del carácter religioso de muchos de sus escritos. Su condena quizá provino de alguna simpatía por Lutero. Luego de ser torturado fue ahorcado y quemado con sus libros, en la plaza Maubert en París. Allí se levantó un importante monumento de bronce en su memoria, en 1889; en 1944, fue destruido por las fuerzas alemanas invasoras. El monumento nunca fue repuesto, quizá por el desinterés u olvido del aberrante final de Dolet.

(3) El Elogio de la locura, a la que quizá le dediquemos un análisis en particular en el futuro. La obra cosechó un inesperado éxito popular, y fue traducida al francés, el alemán y el inglés antes de la muerte de Erasmo. Una edición ilustrada, de 1511, con grabados de Hans Holbein es la más conocida de la obra. Al papa León X le divirtió, no entendió la gravedad de su trasfondo. Foucault le dedicó su atención en su Historia de la locura.

(4) Tomas de Kempis, Hermano de la Vida Común, fue arquetipo de esta corriente a través de La imitación de Cristo, de 1425, obra que se le atribuye al menos parcialmente. Aquí, la ética se trenza con un deseo de imitación de modelos espirituales edificantes, desentendida de las misiones apostólicas de la Iglesia. Su moral era individual.

(5) Es interesante que Melanchthon creó la palabra psicología, a partir de psykhé “alma” “soplo de vida”, “aliento”, más el sufijo logia «ciencia”, “disciplina”, “tratado”. Para Melanchthon esto era «el estudio del alma». Pero lo más importante para subrayar en relación a la temática de este artículo es que Melanchthon participaba también del humanismo y fue combatido por los luteranos más ortodoxos e intransigentes. Su carácter moderado se expresó en las Confesiones​ de Augsburgo, en 1530 y siempre mantuvo su postura conciliadora y favorable a una aproximación de católicos y protestantes.

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