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Francisco Martínez Pocaterra

Entre sarcasmos y desplantes

Anne Applebaum nos dice en un artículo suyo, «Why the West’s Diplomacy With Russia Keeps Failing» («Por qué la diplomacia de Occidente con Rusia sigue fallando)» (The Atlantic), que el tono agresivo y los sarcasmos del jefe de la diplomacia rusa y del mismo Putin son comunes, y lo hacen para demostrar desdén hacia sus interlocutores, para hacer ver las negociaciones como procesos inútiles aun antes de comenzar y para sembrar miedo y apatía. Aunque su artículo versa sobre las razones del fracaso de los diplomáticos occidentales en el conflicto ruso-ucraniano, la autora afirma que a los nuevos regímenes autocráticos, sean rusos, chinos, venezolanos o iraníes, no les interesan los tratados y los documentos, y que solo respetan el poder. 

Mi interés no es la inminencia de una guerra que podría ser devastadora para Occidente, aun cuando, a mi juicio, Rusia no tendría posibilidades ciertas de ganarla. Me interesan las razones por las cuales creo que la guerra es inminente: el desinterés de Putin (en este caso) por los valores y principios que rigen el concierto internacional civilizado, y la opacidad de los líderes occidentales frente a personajes a los que no les importa mentir ni violar acuerdos, tal como lo hiciera Adolfo Hitler en la víspera de la Segunda Guerra Mundial. Los muy diligentes líderes y diplomáticos occidentales, como Josep Borrell o Emmanuel Macron, aún creen que viven en un mundo donde las reglas realmente cuentan, los protocolos diplomáticos son provechosos y el discurso político es valorado. Creen ellos, como actual ocurre en el caso ruso con Putin y Levrov, que hablan con personas que escuchan sus argumentos y que el debate les hará cambiar de parecer. 

Si bien Vlodímir Zalenski asegura que todo está bajo control e invita a no sembrar pánico, y a que, por los momentos, no ha estallado la guerra que podría iniciarse, según expertos, durante la celebración de los Juegos Olímpicos invernales, y que el verdadero trasfondo de este texto ciertamente es otro; el liderazgo opositor venezolano y sus asesores, como los líderes occidentales y sus diplomáticos respecto a la actual postura rusa, creen que, en efecto, la élite chavista-madurista escucha razones, y que sus esfuerzos rendirán frutos. Mientras la actitud de los grandes líderes de Occidente y de sus voceros en el concierto de las naciones parece ser inútil para evitar la invasión de Ucrania por tropas rusas, la de nuestros jefes políticos y sus asesores lo es para lograr los cambios trascendentes que demandan los venezolanos.

Creen pues, los ingenuos – o superficiales – analistas venezolanos, asesores de un liderazgo torpe, estancado en prácticas políticas deleznables, que la élite chavista-madurista entiende el lenguaje civilizado, cuando, como lo afirma Applebaum en su artículo, solo respetan el poder brutal de quien impone su criterio porque tiene cómo y con qué. A ellos, en Moscú tanto como en Caracas, poco les importa su reputación en el concierto mundial. Por ello, las negociaciones, sean las europeas para prevenir lo que parece inminente, la guerra entre Rusia y la OTAN, o las de los líderes opositores venezolanos con los jefes de la revolución bolivariana, están condenadas al fracaso. No hay entre los interlocutores un verdadero diálogo. Mientras unos defienden valores y principios, como Borrell o Liz Truss (ministra de asuntos exteriores británica) o Gerardo Blyde y el grupo negociador bajo los auspicios del Reino de Noruega en nuestro caso, Putin y Maduro, y sus respectivos conmilitones, defienden su poder y su dinero, y lo hacen sin miramientos, sin remilgos ni melindres. 

Es muy probable, aunque rezo a Dios por estar equivocado, que la guerra estalle en Ucrania (y Europa), y, del mismo modo, que Maduro sea efectivamente despojado del poder. Al menos en el corto plazo. La muy encomiable bonhomía de unos se enfrenta al pragmatismo perverso de personajes torvos, como lo son pues, Vladimir Putin y Nicolás Maduro. 

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