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Entre ovejas

Una vez más, me remito a Goya por su vigencia política ineludible. En especial, a las estampas que realizó para la primera edición de los Desastres de la Guerra en defensa del liberalismo y contrario al absolutismo de Fernando VII y los privilegios de la nobleza y el clero. «La verdad ha muerto», así tituló su grabado, que muestra a una joven que yace en el suelo y que representa la caída de la Constitución, mientras la justicia amordazada y mediatizada se tapa la cara.

Pues no diré que nos encontramos en un momento similar, pero sí que lo usaré de forma metafórica para describir la realidad en esta crisis que están provocando este virus indomable por el momento (a pesar de la espléndida comunidad científica mundial que alberga este planeta) y que se ceba de forma selectiva con la vida mayormente de los vulnerables ancianos.

La crisis del coronavirus ha dado razón a la sinrazón y «lo nuevo» parece viejo. Un hartazgo de desinformación malintencionado y de intoxicación informativa corren por las venas de las redes sociales que hacen que la mentira haya desfallecido. La muerte de la verdad es tan verídica como el ejército de «facts checkers» que escudriñan las redes para apartar el grano de la paja, y denunciar las noticias falsas, aunque muchos también le otorgan a este batallón de comprobación una función censuradora.

No ayudan demasiado a discernir la verdad de estas crisis las informaciones oficiales, con datos, más datos y todavía más datos, difíciles de procesar en nuestro cerebro todavía humano. Esta taxonomía cuantitativa de la crisis no nos permite encontrar respuesta a un aluvión de preguntas, que no tienen que ver con números, sino con hechos, hechos reales, y que, junto con las muertes, provocan sufrimiento y ansiedad a mucha parte de la población.

Mucho se ha hablado en esta crisis de aprovechar las circunstancias para remodelar el mundo capitalista, que hace tiempo que ya da síntomas de abatimiento y que según dicen está en estado terminal. Los expertos en ingeniera social hablan de construir algo «nuevo». De reordenar lo desordenado, y a partir de ahora, en toda argumentación futura se utiliza el término «nuevo»: el «nuevo» hombre, la «nueva» realidad, la «nueva» economía», la «nueva» etapa de desconfinamiento, la «nueva» normalidad, el «nuevo» liberalismo, el «nuevo» mundo…. Nos conformaríamos en volver al antes de la crisis, pero ya nos han avisado que no va a suceder.

Este «nuevo» virus supuestamente nos han devuelto a nuestro «estado natural», al de animales vertebrados que forman parte de un rebaño o manada. El hombre tiene que aprender a integrarse en la naturaleza, mientras la ciencia y la tecnología recuperan su protagonismo. La ciencia trabaja a contrarreloj para encontrar una vacuna y el mundo virtual se ha convertido en una necesidad básica en estos días y ha conferido al hombre carácter «universal» , pese a no poder moverse de casa.

Con el confinamiento, ha vuelto Hegel a nuestras mentes con su mundo objetivo del mundo enajenado, mientras el humanismo científico y la divulgación de la ciencia como vehículo para la educación está tomando forma en los currículos educativos todavía en estado embrionario. ¿Los estudiantes del mañana serán clasificados por sus inteligencias, comportamientos y aficiones o por su capacidad para obtener, computar y digerir conocimientos? No se habla mucho de educación en estos días en los cuales los profesores hablan telemáticamente con sus alumnos.

Lo «nuevo» se está convirtiendo en una incógnita: ¿Por qué la ciencia no se dedica a mejorar «lo humano» del ser humano y no hacerlo más «inhumano»? Los temas éticos sobre la biotecnología, la nanotecnología, pasando por el transhumanismo centrarán los debates del futuro. Está claro que nadie se opone a los nuevos avances tecnológicos que salvan vidas o mejoran su calidad, pero el traspase de las fronteras de lo humano tampoco es sugerente.

Esperemos que lo «nuevo» no nos lleve a una vigilancia totalitaria y a un control riguroso de la población y que en pro de la salud, se nos arrebaten las libertades y derechos. Los medios de comunicación, especialmente las redes, ya han hecho su labor evocando y banalizando el fascismo, el nazismo y el populismo

Por de pronto, ha renacido la idea del «contrato social» de Rousseau adaptado a nuestros tiempos, que siempre ha sido considerado como la base de lo que sería una democracia autoritaria. Está claro que, ante el desprestigio reciente de los gobiernos y los políticos, se pretende recuperar el papel del Estado como garante principal de los derechos básicos: el «bien común» impuesto desde arriba por los tecnócratas. Delimitar su poder y ámbito de actuación sería primordial en este escenario para evitar los peligros de un exceso de intervencionismo estatal.

En el plano económico, se empezó a hablar de un Plan Marshall de recuperación económica, que se ha diluido con el tiempo, con la política de rescates multimillonarios, subvención empresarial a empleados y la imposición de la renta mínima a los que no lleguen a fin de mes. Lo «nuevo» no parece tan nuevo.

Del mismo modo, adquiere peso la toma de decisiones autárquicas como la regeneración del tejido industrial (reindustrialización), centralización de centros de producción (autosuficiencia) y una menor interdependencia con el exterior (relocalizar). Según algunos expertos, el experimento del «mundo pequeño», compuesto por nodos de poder interconectados podría aportar la solución.

La economía de la producción y del consumo sería menos relevante en esta «nueva» realidad, pero viendo el auge de las plataformas de tv digitales, los cursos online, las compras por Internet en estos días, tampoco podría no asegurarse. En mente, debería estar la consecución de un modelo de sostenibilidad económica y social.

Esperemos que cuando reanudemos la vida con total normalidad, superadas todas las fases impuestas, no seamos pasto de las llamas de la psicología y psiquiatría medicalizada por experimentar el «síndrome de la cabaña». Esperemos que no estemos lo suficientemente abstraídos para no participar como ciudadanos en la creación de este «nuevo» mundo, tan faltado de liderazgo, un liderazgo democrático, que no han sabido ejercer las organizaciones internacionales, escudadas en el papel de los Estados, ni los países más fuertes, que experimentan una retracción geopolítica.

En esta complejidad inédita, difícil de explicar, todo apunta a que lo que nos conviene es buscar un pastor para este rebaño de ovejas.

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