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Francisco Martínez Pocaterra

Entre gallos y medianoche, como siempre

En este país, no se es de este aquel partido, solo se es mercachifle de la política.

Perdí la cuenta de las veces que, entre pitos y gritos, inmersos en el bullicio, la muchedumbre coreara que este gobierno iba a caer. La anhelada caída todavía no ocurre. Y aun después de la muerte de Chávez en 2013, la élite que ascendió al poder en febrero de 1999 sigue mandando. 

Los llamados de la oposición a colmar las calles son desoídos y cada vez menos personas acuden a las protestas. Cansados, decepcionados, resienten el despilfarro de una fuerza ciclópea. Sin saber qué hacer, despachaban a la colosal multitud para sus casas. Tal vez porque lo único que conocen son las romerías y los mítines, los carnavales electorales de cuando aún éramos una democracia. Ignoran – u obvian – que las condiciones no están para verbenas ni arengas electorales. Quizá esperaban bondad del escorpión o que ese gentío en las calles iba a amedrentarlos. 

Maduro ya lleva ocho años en el poder y, por lo visto, no hay atisbos de cambios. Apoyado por Rusia y China, con la colaboración de asesores cubanos, permanece en Miraflores. Al menos, por ahora. 

La mesita de diálogo – esa en la que participa Claudio Fermín con otros fantoches de la política nacional – es una farsa. El diálogo auspiciado por el Reino de Noruega se mantiene estancado, sin que la élite dé señas de unas genuinas negociaciones. Las elecciones, una tras otra han sido tómbolas, en las que el gobierno, como Jalisco, si pierde, arrebata. No hablemos de las trágicas valentonadas de Oscar Pérez (masacrado cuando ya estaba derrotado), o lo que haya pasado el 30 de abril de 2019 o el 11 de abril de 2002. Hasta ahora todo ha sido inútil. 

A juicio de quien escribe, si no se altera el status quo, la transición es solo una quimera. La élite no tiene por qué negociar, salvo que a escondidas estén pactando la renuncia de Maduro, con un exilio dorado para el mandamás, con miras a una eventual victoria del Psuv a la vuelta de unos años. No lo creo, aunque es posible. Tras bastidores, hay una apuesta demasiado gorda sobre la mesa para dejar la mano. 

Mientras, la desdicha y el desamparo crecen como la maleza en un terreno inculto. Mientras, el ciudadano se desespera. Y resulta obvio decirlo, pero peligrosa es una ciudadanía desesperada y desesperanzada. Sobre todo, cuando, desde siempre, los chacales han asechado, y no nos engañemos, aún lo hacen. 

No obstante la aparente robustez de Maduro, ignoran tirios y troyanos la historia de estas tierras. Como tantas otras veces, puede surgir una bota que venga a poner «mano dura». Puede que desde las filas descontentas del chavismo broten alzados y rebeldes, hombres a caballo, y, al igual que en otras ocasiones, no sean los extraños sino los propios socios quienes se envalentonen y se cojan el coroto. 

No dudo que, de ocurrir, serán llevados en hombros hasta la esquina de Bolero, a la vieja casona de misia Jacinta Crespo, porque, ya lo dije, la desesperanza es peligrosa. No dudo del júbilo y el vitoreo de las masas en las calles. Pero, tampoco ignoro cómo son esas aventuras: celebraciones de pocos días y luego, duelos y llantos prolongados. 

Quizá aún haya tiempo para prevenir la desgracia. A juicio de quien escribe, deben imponerse los sensatos, y con esto refiero a quienes no se refugien terca y soberbiamente en sus posturas, sino esos hombres y mujeres abiertos a diversas rutas, a la pluralidad de ideas y estrategias. Refiero a esos líderes que asumen como primera y principal labor, la alteración del statu quo, para que la negociación sea atractiva a la élite, porque bien se sabe, por ahora no tiene por qué pactar con nadie… y no lo harán a menos que se vean constreñidos a ello. Si no, el porvenir promete tinieblas, sea que continúe la élite al mando del país, sea que los chacales asalten entre gallos y medianoche.

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