Muchos de los miles que emigran a Estados Unidos -y tantos más que sueñan con hacerlo-, apenas tienen la idea básica del costo que eso implica. Inspirados en películas y comedias de TV, y en historias reales de éxito y realización, creen ya tener claro el panorama.
Siendo uno de los países más abiertos a la inmigración y que además traduce su burocracia a varios idiomas para facilitar la vida de quienes no hablan inglés, el camino está abonado.
Lo que pocos ven o escuchan por anticipado son los tras bastidores o las costuras de la ropa: costosa educación universitaria –garantía de deudas impagables por años-, la salud como el negocio más rentable; y la obsesión por los seguros y las demandas, que van de la mano del miedo a lo imprevisto y muchas veces el abuso por pura codicia.
Lo anterior se resume en que esta sociedad se mueve en función del dinero, el crédito y las deudas. Como dijo un personaje de Brad Pitt en una de sus películas, “Estados Unidos no es un país, es una corporación”.
Curioso que siendo una nación militarmente tan poderosa y con la agencia espacial más avanzada del mundo, tenga inmensos desequilibrios sociales, y no logre garantizar dos derechos básicos como Canadá y Europa: salud y educación.
A eso hay que sumarle al menos dos nuevos elementos de subdesarrollo: la corrupción innegable que se ha destapado en los últimos años –de Rudolf Guiliani a Harvey Wenstein– y que, irónicamente, es la razón por la que muchos emigran desde sus maltrechas naciones; y el extremismo político, con Republicanos y Demócratas incapaces de convivir.
Al contrario, están marcando territorios, como los perros con la vejiga llena. En diciembre, por ejemplo, el comentarista Tucker Carlson culpó a los inmigrantes de la suciedad en las calles del Bronx, y lo definió como “uno de los últimos distritos menos estadounidenses en el país”. Mientras, varios senadores conservadores estatales de Nueva York anunciaron que se retirarían en 2020 porque ante la avalancha liberal “no tienen voz. No pueden ser escuchados. Es una pena vergonzosa”, dijo el veterano congresista Al D’Amato.
¿Y no se supone que este país es descentralizado, diverso y federal? Vaya ironía en la tierra de la Democracia “modelo”, donde además el que saca más votos no siempre gana…
¿Está funcionando el sueño americano o se ha tomado una buena siesta él mismo? Habría que preguntarles a los puertorriqueños en su isla o allí mismo en El Bronx. ¿Europa occidental ofrece mejores opciones para la inmigración? Tendrían que hablar los árabes o africanos en París, Madrid o Berlín. ¿Y qué queda para los venezolanos, en ruta de ser apátridas y convertirse en el mayor grupo de refugiados en el mundo actual?
Comienza una nueva década, ya está más que claro que no hay país perfecto ni “mejor”, que todo es relativo y nada es general ni eterno. Los voraces incendios en Australia y el Papa manoteando a una mujer frente a las cámaras parecen señales apocalípticas. Quizás ahora sea más útil planificar siestas a corto plazo que largos sueños.