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Entre amigos

En estas elecciones mexicanas se puede perder cualquier cosa: la paciencia, la tolerancia, la vergüenza, la objetividad, el honor, la cordura, pero lo que no se debe permitir es perder a los amig@s. Esta frase se ha repetido muchas veces, pero me temo que en el fragor de las discusiones y los malos entendidos no se cumple. A mí me ha sucedido, con familiares y amigos, al grado de colgarles el teléfono por criticar duramente a mi candidato. «¿Qué te pasa? Lo que dices son puros rumores y chismes mal intencionados. Hay que informarse. En cambio tu querido candidato tiene mucha cola que le pisen. Te recomiendo que leas el artículo del Financial Times», decimos con la voz entrecortada antes de apagar abruptamente el celular. «Me pasé toda la tarde revisando el caso de Napoleón Gómez Urrutia y llegué a la conclusión de que lo acusaron por motivos políticos. Es inocente. Lo que pasa es que nadie investiga…», afirman los morenistas con tal convicción que hasta se sofocan. «El mejor es Anaya. Es inteligente, joven, habla idiomas, toca la guitarra y él sí que tiene valores», me dijo hace poco una amiga que odiaba al PAN y no hace mucho adoraba a AMLO. A ella sí le colgué a pesar de que somos amigas de tiempo atrás. «Nunca en mi vida me he atrevido a votar por el PRI, el causante de todos nuestros males. Pero esta vez, el candidato que más me gusta es Meade, porque…», no terminaba mi frase, cuando de pronto caí en cuenta que hablaba sola. Esa tarde terminé mi relación de varias décadas con mi prima hermana, con la única que me llevaba. Y hace unos días, con mi nueva vecina, lamentablemente, las cosas escalaron a un enfrentamiento casi violento: «Lástima que pienses de ese modo, yo tenía otro concepto de ti. Espero que cambies de parecer, porque el partido de tu candidato puede acabar con el país», me dijo antes de cerrarme el elevador en las narices. Desde entonces ya no nos saludamos.

Que yo recuerde en ninguna otra elección se había dado tal polarización. Se diría que los mexicanos queremos pelear. Estamos divididos entre la ira y el miedo. Si esto sucede entre los ciudadanos de a pie, no me quiero imaginar lo que le pasa a los políticos de los diferentes partidos que contenderán el 1 de julio. No me quiero imaginar su incertidumbre, su ira, su miedo y su frustración. Políticos que han dependido del sistema desde hace años y que no se ven haciendo otra cosa, más que «grillar». Políticos profesionales de tiempo completo que se niegan absolutamente a perder sus privilegios, su tráfico de influencias y su estatus frente a sus familiares. «Aunque sea compadre de Germán Martínez y haya bautizado a sus dos hijos, me niego a votar por Morena», tal vez opina uno que otro panista. «Yo mejor me voy con los ‘prietos’ (como llama Ochoa a aquellos priistas que brincaron a Morena), Meade nomás no despega. Al fin que allí está mi amigo Bartlett», acaban por decirse los del PRI más oportunistas. Muchos de estos priistas no han de poder conciliar el sueño, se han de acostar con la boca seca y se han de despertar deprimidísimos. Es tal su angustia que se niegan a ver las encuestas, a escuchar los noticiarios y hablar de política con sus hijos. «Les sugiero que de ahora en adelante se abstengan de darle duro a la tarjeta. Bájenle a sus gastos… ¿Por qué no se van buscando un trabajito con sus tíos de San Luis? Si gana ‘ya saben quién’, tendremos que aprender a vivir sin influencias. Tendrán que cambiar el ‘chip’ y hasta de estilito de vida de típicos juniors», les advierten, quizá, uno que otro del PRI, a sus muchachos.

Volvamos con nuestros amigos y familiares. Es verdad que pueden cambiar de parecer durante estos últimos meses. Hay quienes lo hacen, incluso, al momento de votar a pesar de que juraron y perjuraron que su posición política era inamovible. Para justificarse, seguramente dirán cosas como: «Aunque aseguraba que votaría por Anaya. No estoy loca. Finalmente opté por un independiente de izquierda, como Ríos Piter, para quitarle votos a López Obrador». No faltará el que cacareaba sin cesar que había que votar fuera por quien fuera y que a la mera hora opte por la abstención.

No hay duda, estamos hechos bolas. Pero lo que tenemos que tener presente es que no vale la pena pelearse con la familia y los amigos. Habría que escucharlos, respetarlos y aceptarlos con sus preferencias políticas sin imponerles nuestra opinión. Si no coinciden con nosotros, habría que cambiar el tema y hablar, ¿por qué no? de… los tuits de Trump…

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