Millones alrededor del mundo “votaron” en las recientes presidenciales de EE.UU., la mayoría cual Cenicientas convertidas en “analistas” con el poder efímero de un hada madrina rumbera (Twitter); otros como “humildes” terrícolas que de tanto oír hablar de “América”, sienten que la conocen, bien o mal.
¿Los neurólogos discuten públicamente sus cirugías, los arquitectos sus planos, los pilotos sus estrategias anti turbulencia y los detectives sus pesquisas sobre un crimen? No, pero los “expertólogos” sí lo hacen sin pudor, porque todo lo saben…
La realidad es que el sistema electoral estadounidense es complejo y único: son 50 estados y otros territorios con autonomía comicial. Y aún siendo geográficamente inmenso, es un país bipartidista. Además, se puede sufragar de varias maneras y al final todo descansa en los “delegados”. Guste o no, así funciona. Algunos acá no lo saben ni entienden. Afuera, menos. Pero eso no les impide opinar, usando las “redes sociales” que, fieles a su nombre, ahora todo lo “enredan”.
Muchos han optado por proyectar sus ilusiones y frustraciones personales y ciudadanas en las elecciones de otras naciones. Por supuesto, ninguna más popular que EE.UU., ampliamente “conocido” vía Hollywood y Disney…
Pero la realidad es otra: no hay país perfecto y éste también tiene pobreza extrema, analfabetismo, violencia doméstica, inseguridad, desigualdad, discriminación, machismo, intolerancia, corrupción, salud y universidades impagables, justicia monetizada y tantos otros defectos que normalmente se asocian más al subdesarrollo.
Con ese “doctorado” que muchos creen tener en EE.UU., en los últimos días algunos han denunciado “fraude”, después que hace semanas dijeron lo mismo sobre Bolivia. En esa paranoia histérica, si no gana “su candidato” dicen que le robaron las elecciones, incluso si el fulano está en el poder (¿?). Juegan tanto al “viene el lobo”, que distraen y vuelven superficial los escenarios donde abiertamente ello sucede como Venezuela, Nicaragua, Rusia, Irán o Bielorrusia.
Este año, ambos candidatos eran muy vulnerables y el mundo vive una peste inédita que puso a la gente a votar mientras seguían los debates. Quienes se halan los cabellos en defensa de Trump, obvian que él fue su peor enemigo en esta campaña; y citan el año 2000, olvidando que aquel oficialista Al Gore reconoció la victoria del opositor Bush, aunque luego se arrepintiese.
También si son “expertos” en política estadounidense deberían recordar que en 2016 Hillary Clinton lideraba las encuestas y sacó 3 millones más de votos, pero respetó este sistema imperfecto que la mandó a casa, en uno de los baños de agua más fríos que cualquier ser humano puede haber recibido.
Hubo rumores de intervención rusa, aunque en el poder estaban los Demócratas. Lo cierto es que la controversial Hillary no habló de fraude, traición ni machismo, aunque fue víctima de los propios Demócratas en estados claves. La doña pasó la página y hasta asistió a la toma de posesión de su contrincante novato, en su rol de ser la única ex primera dama, ex senadora y ex secretaria de Estado del planeta.
Es increíble cómo el ser humano puede ser tan “amigo” de sus amigos y tan enemigo de sí mismo y su sociedad. El gran fraude actual en el mundo es contra el sentido común y el respeto.
Como en los estadios, el amor y los casinos, en democracia se gana y se pierde. Lo demás es dictadura y despotismo.