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Leopoldo Gonzalez Quintana

Enrique Krauze, 75 años

En tres ocasiones he cruzado palabra con Enrique Krauze. En las tres percibí un espíritu afín, por la cantidad de publicaciones que ha fundado y en que ha participado, pero además porque en su vida se cruzan -entre otras- dos pasiones fundamentales: el combate por la democracia y la defensa de la libertad.

En la última de esas ocasiones Krauze vino a Zamora, al homenaje póstumo que el Colegio de Michoacán rindió a Luis González y González, su fundador. Tras la ceremonia, abordé a Enrique Krauze -de aspecto afable y sencillo- y le pregunté sus afinidades y vínculos personales y académicos con Don Luis González, cómo veía el rumbo que seguía la transición en nuestro país y si el cardenismo iniciaba su cuarto o quinto aire en la historia de México.

En 2007, cuando Krauze cumplió 60 años, pues nació el 16 de septiembre de 1947, Tusquets Editores y el Fondo de Cultura Económica (FCE) organizaron una serie de mesas de reflexión y análisis en torno a la obra histórica, cultural y política desarrollada por el ingeniero e historiador, en las que participaron más de veinte intelectuales, cuyos enfoques y ponencias fueron posteriormente publicados bajo el título EL TEMPLE LIBERAL -Acercamiento a la obra de Enrique Krauze. Ahí, en la primera mesa, Fernando García Ramírez afirmó que Krauze “pertenece a ese reducido círculo de autores que han tomado la pala sin por ello soltar la pluma”.

El mundo que le ha tocado vivir a Enrique Krauze es trágico, pues extiende sus coordenadas del primer momento de la segunda posguerra al impacto que hoy representa, para todos, la guerra de Rusia contra Ucrania.

Junto al hecho de que sus abuelos, bisabuelos y padres, avecindados en Polonia y de origen judío, fueron víctimas de la feroz persecución de los nazis, en la que ellos e incontables miembros de su familia perecieron, debe contarse la rebelión de los judíos en el gueto de Varsovia, del 19 de abril al 16 de mayo de 1943, como el posible origen del temple antidictatorial y antitotalitario de Enrique Krauze.

El siglo XX, con todo y sus pequeños islotes de luz, fue escenario de alta escuela para quien quisiera templar el acero de su entraña y voluntad para resistir el agobio del totalitarismo fascista y sus neos. Krauze, en este sentido, fue un alumno aventajado y graduado con honores.

Enrique Krauze, de la mano de algunos integrantes de su generación, participó con gran impulso y convicción en las protestas estudiantiles del 68, porque lo que estaba en juego en esa coyuntura era abrazar las heces de un paternalismo autoritario o tomar partido por un programa democrático y una idea de libertad.

Con el paso de los años, habiendo constatado las típicas contradicciones y malformaciones de la izquierda mexicana, Enrique Krauze toma distancia de ella, bajo la decisiva influencia de Luis González y González y Octavio Paz: ahí comienza una ruta de rectificación intelectual que habría de conducirlo a ser un liberal consistente, lúcido, crítico, abierto al debate.

Así como la izquierda dogmática y obtusa, que desafortunadamente abunda entre nosotros, comenzó a echar a andar una ´leyenda negra´ y un manual de estigmas sobre Octavio Paz, que había dejado de ser -según ella- un “intelectual comprometido”, lo mismo hizo y hace aún con Enrique Krauze, publicando libelos y panfletos de poca monta para desacreditarlo.

Sabina Berman, en una de las mesas en que se celebraron, en 2007, los 60 años de fecunda vida de Enrique Krauze, hizo un resumen harto curioso y sarcástico de la leyenda negra que sus críticos le han fabricado, en la que desmonta y hace trizas el argumento de que “Krauze no tiene mérito (y es) demasiado fácil”. Era demasiado fácil leerlo y también demasiado fácil conseguir sus libros: “Vaya, hasta en los Samborns está”.

Según el desglose del alma satánica de Krauze, cuyo recuento debemos a Sabina Berman, el facilito de Krauze es “intragable” o “indigerible” para ciertos lectores, porque (1) Usa corbata; (2) Tiene un buen coche; (3) Es un empresario; (4) Sus manos de intelectual han tocado dinero; (5) Edita sus propios libros -oh, narcisista-; (6) Edita y también distribuye los libros de sus mentores, que son intelectuales de gran trascendencia -oh, maquiavélico estratega-; (7) Tiene una prosa fácil, lo cual implica para el espíritu pigmeo que si es claro no es profundo; (8) Y lo peor: es ingeniero; (9) Perdón, no, lo peor es lo que sigue: tiene un programa de televisión semanal en Televisa.

Es decir, Krauze representa el lado incómodo del conformismo y el resentimiento mexicanos, porque como intelectual no es sólo un liberal a contracorriente de la masa, sino un historiador que con investigación y conocimiento ha echado por tierra la visión idílica de nuestros prohombres y, además, un polemista de nivel que ha contribuido a mejorar la vida pública de nuestro país. “Matizar para comprender, no dogmatizar para confundir”, es una de las máximas que tomó de Albert Camus, a la que invoca con frecuencia.

En suma, no es nada despreciable que un mexicano de origen judío y de ascendencia polaca, al cumplir 75 años, entregue como pastel de letras a su patria adoptiva un libro como el que acaba de publicar, bajo el título Spinoza en el parque México. Spinoza mismo, de acuerdo con la hondura de su pensamiento, estaría orgulloso de la aportación krauziana.


Pisapapeles

Diderot escribió algo que compagina con Krauze: “Del fanatismo a la barbarie sólo hay un paso”.

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