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Adrian Ferrero

En los hechos

Ha habido ocasiones en que ciertas personas me han preguntado por qué escribo sobre temas incómodos, perturbadores, inquietantes, que de inmediato generan pánico o pavor, repudio, rechazo, especialmente entre los grupos más conservadores, entre aquellos que están a la retaguardia del cambio social. Lo hago en primer lugar porque así me sale. Son esos temas los que me buscan a mí, no yo a ellos. Lo que me ha hecho reflexionar acerca de que desde mi cultura familiar hemos sido educados con mi hermano en un profundo sentido de la justicia. Jamás me propongo escandalizar ni soy un provocador ni aspiro al rechazo ni por cierto ser incómodo. Aspiro simplemente a ser yo mismo. A decir la verdad (lo que yo considero como verdadero) y a ser justo. Si ello supone denunciar el conflicto social, por supuesto que forma parte de mi identidad. Pero sí, es sumamente decir la verdad. Y ella supone hablar de temas, en ocasiones, que no tienen que ver estrictamente con la literatura, la crítica o las teorías literarias (mis áreas de competencia), sino con procurar afrontar con palabras nuevas cuestiones que han sido abordados previamente por otros pensadores o artistas más lúcidos en los cuales me apoyo como parte de una tradición, haciéndolo desde la poética o el periodismo cultural. En ocasiones son fenómenos que han sido trabajados desde otras perspectivas, no desde las que yo me lo propongo. No pretendo ser original en mis planteos, porque ha habido mentes más lúcidas y poderosas que se han ocupado de ellos. Pero sí me propongo hablar de ellos sin eufemismos ni hipocresías. En otras ocasiones es mi ficción la que se hace cargo de los conflictos sociales, sin ir yo tras ellos. Mis cuentos nacen como historias que surgen de esa conflictividad de lo real, erizada de apariencias, de falsas imágenes, de espejismos, de encubrimientos. Pero esas historias vienen a mí, nacen de mi inconsciente, se me ocurren como ideas para escribir cuentos sobre ellas. No son cuentos en los que deliberadamente mi propuesta sea producto de la voluntad.

Digo la verdad, además, porque sé que muchas personas están sufriendo, y que mis palabras les pueden traer amparo. Inhibir el dolor, paliar la angustia, hacerlos sentir que alguien piensa en ellos. Y piensa intensamente en ellos. En las víctimas del conflicto social.

Si soy sincero no tengo por qué temer la exposición sino que defiendo mi derecho a ser genuino. Y cuando uno dice la verdad lo respalda un arma, un poder y una fuerza que ningún enemigo puede desmentir. Es la fuerza, la contundencia de los hechos además de la fuerza, las ideas y la contundencia de la emoción y el pensamiento racional. Sí, hablo, como lo he hecho en varias oportunidades (y lo seguiré haciendo), de la pobreza, el saqueo y la depredación por parte de las grandes multinacionales y corporaciones de los recursos financieros y naturales de una nación, del SIDA, de la homosexualidad, del cáncer, de la estigmatización del diferente en cualquiera de las esferas de la condición humanas en temas ligados al género en sus distintas vertientes. Sí, me preocupa el imperialismo que sigue asolando al mundo y se anexa territorios que no le pertenecen de modo tan ilegítimo como prepotente, sé, me ocupa y preocupa, porque me concierne el tema de la salud mental, sé, estoy atento al presupuesto que el Estado asigna a la educación y la salud públicas, sí, me alarman la violencia de género y los abusos a menores, la inseguridad social, sí, asisto a la hipocresía como un principio de mentira interpersonal o a la mitomanía pública, sí, me desvela la violencia en las grandes urbes, sobre todo. No son obsesiones, sino fenómenos sociales como parte de una agenda a discutir y debatir. Son parte de una prioritaria atención que debe abrirse como un panorama, sobre el cual un escritor no puede ni debe desatender ni eludir su responsabilidad si éticamente se considera como tal. Mi mirada sobre la escritura es la de alguien que se interesa por la suerte de sus semejantes. Me interesa esto mucho más que hacer una carrera rumbosa, llena de ruido, prensa, perfil mediático y campañas publicitarias camino al éxito. En los hechos la realidad es esta. Y es una. La escritura, la literatura contestan al conflicto social desde una perspectiva constructiva pero también interpretativa, con ánimo de desentrañar y combatir estereotipos o bien la violencia material o simbólica contra sujetos vulnerables, desprotegidos, frágiles o víctimas del padecimiento, quienes experimentan el sufrimiento destructivo. Una violencia simbólica y material contra sujetos que no tienen voz. Dar una respuesta cultural a la batalla por el poder entre el statu quo paralizante y la sociedad con un funcionamiento dinámico de cambio, me parece la clave de la resolución de “la solución social” ¿Qué sentido tendría ser un escritor de éxito en medio de este marasmo inequitativo, alarmante, en el que la condición humana es degradada hasta límites inconcebibles? ¿Qué sentido tendría ser un escritor tacaño, únicamente atento a sí mismo y a su supuesta trayectoria en tanto la sociedad se derrumba y nadie puede leer o leernos porque nadie puede comprar sus libros ni tener acceso a nuestras producciones digitalmente? Aquí sí nos empezamos a introducir en un territorio interesante con mis colegas. Si bien considero que cada quien es dueño de hacer lo que mejor le dicte su consciencia, a mí me concierne un conjunto de la sociedad, preferentemente de mi país, naturalmente de personas frágiles, que están sufriendo. También mis afectos, a quienes no quiero ver sufrir. Motivo por el cual escribo sobre esos mismos problemas que a ellos los angustian o preocupan, sobre los que, cavilosos, se desvelan o están experimentando el dolor. Yo debo hacerme cargo, como escritor, de ese dolor, de ese sufrimiento. Tal circunstancia es de una enorme responsabilidad. Lo sé. Pero la siento como una misión. No como una misión mesiánica. Sino como una misión social, de política de la escritura.

Para ello procuro dejarles tanto a mi descendencia como a quienes vienen detrás no diría un ejemplo, lo que sería presuntuoso, pero sí un modelo de escritor y sobre todo de persona que no eludió el conflicto social propio ni el ajeno sino que lo afrontó. No fue alguien que se hizo a un lado, se escabulló de los asuntos más preocupantes de este mundo en lo relativo al conflicto social. Lo hago para honrar a mis antepasados, para dar el ejemplo a los que vienen detrás, sin por ello pretender erigirme en un modelo paradigmático. Pero sí para actuar de un modo fiel a mí mismo, al modo como me lo dictan mis principios, mis premisas, mi ética privada y cívica, el ambiente académico en el que me he formado, una mirada solidaria hacia mis semejantes, entre quienes están mis familiares, colegas, amigos o lectores en general. Pero también teniendo en cuenta a quienes no pueden leerme. Por ello tomo estas decisiones indoblegables, con poder de determinación y sin retorno frente a ese conjunto de fenómenos desde el abordaje crítico de ciertas prácticas sociales o ideologías desde sus fundamentos que no son legítimos, como dije. Mis herramientas son la producción literaria, que encuentro particularmente placentera aunque sea poco grato sobrellevar la escritura de esos cuentos que nombran fábulas o historias que no resultan fáciles de procesar ni en la lectura ni en la escritura. Mi otra herramienta consiste en la interpretación de la literatura, que no es otra cosa que un ejemplo o una tipología dentro de la que corresponde a la interpretación de los discursos sociales. Motivo por el cual estoy entrenado en abordajes teóricos y críticos. No estoy capacitado para hablar acerca de cualquier tema. Pero sí veo, escucho y también estoy atento al mundo que me rodea. Escucho lo que se dice en la calle. Lo que me dicen mis familiares o las personas que frecuento o trato en mis trámites, gestiones, diligencias o bien compras, en los mercados los diarios o la TV, que ilustran como un fresco parte de la realidad empírica. La interpretación de la realidad constatable suele ser un recurso principal en orden al análisis cultural. Me interesa ir a los hechos. Pasar a los hechos que no es otra cosa sino pasar a la acción. Intervenir. No retroceder frente a las resistencias y los silencios que se me pretenden imponer. O los silencios históricos. En mi caso la consigna es esta: hablar con palabras claras, simples, elocuentes pero elaboradas acerca de los disimulos o los asuntos más acuciantes de la sociedad. Estoy interesado en los discursos sociales renovadores. Cada quien se guiará según su propia consciencia. Eso, sin embargo me confirma como sujeto íntegro. Y éticamente fiel a un ideario de justicia. No tengo nada que ocultar de mi vida porque no he cometido delitos ni infracciones y sí he sido agraviado y ofendido pero no he respondido con agravios, sino, cuando a su debido tiempo, con la potencia de una voz por escrito. Una voz literaria, crítica, teórica recordándoles a estas personas lo equivocadas que estaban o a las que repiten ese sistema de ideas que igualmente lo están. Y también que toda ofensa o todo agravio resulta un acto ilegítimo.

Después de todo, no son tantos los temas que me desvelan. Son un manojo recurrente que como leitmotivs tienden a replicarse o a adoptar distintos rostros. Suele ser la violencia simbólica y física contra los sujetos dignos y en condición de inferioridad. Y también la integridad en los creadores en la medida en que es el punto clave para mí en el que suelo poner el acento.

¿Que qué deseo para mí? Algo intermedio. Una carrera atenta al semejante pero que al mismo tiempo no descuide ni su excelencia ni su capacidad de producción. Aspiro a ser un creador que anda tras la originalidad, que se encuentra en permanente búsqueda de formación, de nuevos lenguas y aspira al progreso en su profesión. La palabra “carrera” me resulta particularmente desagradable. Se parece demasiado a un triatlon o a unas Olimpíadas, en las que la competencia suele ser el principio que rige el vigor con que se afronta una vocación. Más que el mejor modo de crear o bien de cuestionar un estado de cosas vigente.

Muy por el contrario, mi perspectiva es otra distinta. Es en primer lugar colaborativa. Colaborar con colegas que tengan mis mismos principios. Que no eludan el conflicto social. Que se hagan cargo de lo que perciben a lo cual la sociedad resulta sensible por rechazo, motivo por el cual optan por tomar partido con su escritura. Esta solidaridad entre colegas no tiene por qué adoptar la forma del conocimiento interpersonal (si bien es un buen camino para afianzar y experimentar un respaldo), sino que pueden haber fallecido pero haber dejado un corpus al cual acudir para sentirse menos solo. Porque un creador que adopta un punto de vista crítico también suele quedarse más solo que otro que adula al poder o la cultura oficial. Un creador mediático que circula por la sociedad de modo triunfalista podríamos decir que no me parece un escritor por definición. El escritor por definición es incómodo. Esos creadores que solo se regocijan en obtener premios y luego en ser aceptados en primer lugar y a continuación reconocidos por el poder. En vender mucho, ser conocidos al punto de aspirar a devenir celebridades. Me inclino por escritores y escritoras que son o han sido grandes inconformistas, aquellos quienes han problematizado el discurso literario. Han puesto en cuestión a la poética tal como era concebida en su tiempo histórico, estudiándola, investigando, sacando conclusiones acerca de ella. También me interesan los creadores que han puesto en cuestión el campo literario con sus respectivas instituciones más estables y más tradicionales, estabilizadas según un “estado de cosas” que no permite el avance impetuoso de la sociedad en las dimensiones que más la aquejan. O las que permitirían que la poética creciera de manera incalculable si estas ideologías literarias no las limitaran, no las inhibieran. Se trata de un principio de experimentación creativa que se podría dar y sería saludable ocurriera para que el arte literario progresara.

Todo se trata de opciones, de decisiones. O se elige la integración, diría casi la complicidad con el sistema por el deleite endulzado de los premios y las ediciones y las traducciones, las reediciones, atentos únicamente al arte literario, atentos únicamente a sí mismos y su vida, en un individualismo alarmante, o bien se elige, además de la excelencia, el trabajo serio con el conflicto social en todas sus manifestaciones. También el que tiene lugar en el seno del sistema literario

No aspiro a ser complaciente ni a que lo sean conmigo sino a hacer mi trabajo con honestidad, seriedad y rigor. El resto consiste en una suerte de estilo de vida según el cual o uno se hace a un lado, se retrae del conflicto social o bien lo ataca, lo toma por asalto, lo afronta, en lo que tiene de injusto o consideramos que no resulte legítimo. Es, por último, una cuestión de consciencia moral. Qué nos importa más, si la suerte de nuestros semejantes o la frivolidad de una carrera que si es buena permanecerá y si es mala caerá por su propio peso hasta el olvido. Sí, considero que si un escritor aspira a serlo, debe hacer en primer lugar buenos libros. Debe trabajar con excelencia. Cada uno de sus libros y sus producciones deben tener el suficiente respaldo ético y estético, estar lo suficientemente afianzados, por su arquitectura, por sus contenidos originales, por las formas a las que acude el escritor a la hora de escribirlos, por la densidad semántica de su escritura que le permita dar a conocer producciones literarias contundentes. Cada libro debe serlo a su singular manera. No es necesario que el escritor produzca indiscriminadamente. Sino configurar una poética que sea poderosa, a través de la cual lentamente vaya profundizando cada vez más en la poética libro a libro. Avanzando en la investigación creativa.

Me gusta pensar en mis semejantes como me gusta pensar en mi familia. Del mismo modo. Tal como hemos sido educados. En la honestidad, en la franqueza, en ser directos y no escapar a los peligros o situaciones de preocupación que se nos puedan presentar, sino a afrontarlas. O se da la batalla. O se retrocede hacia una transparencia que encubre una opacidad que no resulta ni cierta ni verdadera. Ni, sobre todo, genuina. La opacidad encubierta por la transparencia es pura impostura. Y se pone de manifiesto en todos los órdenes. También en el literario.

Me tomo mi tiempo para escribir lo que siento y pienso y ningún editor o editora han condicionado jamás mis artículos, ensayos, cuentos, poemas o alguna clase de texto híbrido como en mis trabajos interdisciplinarios. Tengo capacidad de trabajo porque desde muy pequeño la vi en mi hogar, vi padres trabajadores, grandes estudiosos, tíos y abuelos consagrados a la vida académica o a la docencia universitaria. Y eso nos condiciona de por vida. La educación que vemos, en los hechos, la del ejemplo, resulta ser la más eficaz. Y, para el caso, la más eficiente porque es también la que más conviene a un ideal de trabajo bien hecho, que responda a una aspiración de perfección que un escritor se proponga como arquetipo.

Estoy seguro de lo que afirmo porque lo he vivido, lo he estudiado, lo he sentido o lo he sufrido en mí o en otros. Entre ese testigo invisible que se ve a sí mismo en sus semejantes, que ve a sus semejantes en un sufrimiento en el que se reconoce de modo solidario, entre ese hombre que ha estudiado mucho, distintas disciplinas, no solo en su doctorado en Letras (como en mi caso) y la escritura en seis talleres de escritura creativa a tal fin, y el hombre que interviene, que actúa, que pasa a la acción o pasa al acto de no dejarse amedrentar por aquello con lo que disiente, existe entonces la dimensión de la ética también cívica. Su vida es muy amplia pero tiende a concentrarse en unos pocos asuntos, en unos pocos núcleos, aquellos que le parecen más fuera de lugar en el mundo, aquellos que dejan “fuera de lugar”, descolocada, en un lugar marginal a las personas, en especial a las más vulnerables. Aquellos que le resultan que perjudican a más personas. Él sabe que debe tomar partido y lo hace. Tomar partido es una forma, desde mi punto de vista, de elegir si se es una persona digna o permanecer neutrales frente al conflicto social. Yo elegí hace rato de qué lado de esa delgada línea divisoria entre creadores e intelectuales deseo estar. Es por eso mismo que mi posición es la de crear libremente. Tengo convicciones, no solo ideas, que me respaldan. Tengo fundamentos. He reflexionado escribiendo también, no solo leyendo o estudiando. La escritura es una fuente de aprendizaje primordial porque nos permite plantearnos, replantearnos, pensar y repensar, problematizar y corregir qué queremos decir y cómo lo haremos. Atacando el pensamiento crédulo. Descubrir cómo pensamos. Concebir nuevas formas de hacerlo.

La intervención es una suerte de convocante llamado a actuar mediante las palabras. Y ese actuar “en los hechos”, es un modo de modificar la realidad en sus dimensiones más concretas, más nocivas para la condición humana. De modo que desde la estética pasando por herramientas interpretantes, mi escritura se desliza hacia una ética de la escritura que procura constructiva de nuevos puntos de vista que permanecían o velados o encubiertos o. solapados por pavor o por negación. Y desde la ética principios relativos a la relación con mis semejantes me conducen a hacer lo posible por convertirme en un sujeto íntegro que no deja pasar ni la maldad, ni la malicia, ni el dolor, ni el sufrimiento ni las ofensas, ni la violencia, ni ninguna dimensión que pueda afectar a la condición humana desde una perspectiva que la involucre con quién es y quién aspira a ser perjudicándola. Tanto en su vida como persona, como escritor, como intelectual o como sujeto interpretante de discursos sociales me siento fuerte. Sin miedos. Porque he visto y he estudiado acerca de cuáles son los hechos relativos al conflicto social. Sé en cuáles hechos me involucro como protagonista. Y en cuáles aspiro a involucrarme como escritor. Pero a hacerlo como escritor desde la esfera de lo simbólico con ánimos de intervención en la esfera pública. En los hechos es en donde se define la ética íntegra de un sujeto. Su modo de actuar y su modo de ser. De modo que los libros, la escritura, la lectura, ya en directa relación con la ética, van orientados a los hechos. Para que el mundo, el universo de los signos, la literatura misma, se modifiquen en un movimiento progresivo/regresivo según un arte que se revisa pero también se acrecienta. En los hechos. Esto es, sin frivolidad, sin infidelidad a los hechos. Y sin escapismos.

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