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En la soledad de la mampara

“Y cuando desperté el dinosaurio ya no estaba allí”.

No pude. Nada más no pude. Por más que estaba dispuesta a votar el domingo pasado por José Antonio Meade, para presidente de México, tal como lo había anunciado públicamente, al buscar su nombre en la boleta y encontrarlo junto al pequeño recuadro del PRI, no pude; no pude poner una cruz encima de unas siglas que han representado la desesperanza y la extrema pobreza del pueblo mexicano durante más de setenta años.Nada más advertirlas, se me aparecieron imágenes de la Casa Blanca, de Roberto Borge, de Javier Duarte, de César Duarte, de los bigotes de Emilio Gamboa, de Carlos Salinas de Gortari, del “góber precioso”, etcétera, etcétera, etcétera. No pude, es algo que jamás había hecho y hubiera resultado incomprensible hacerlo ahora, a mi tierna edad. No me lo hubiera perdonado, después de haber escrito durante años, en el Unomásuno, en La Jornada, en el semanario Punto, en El Financiero y en Reforma, contra el Partido Revolucionario Institucional, votar por ese partido. “Una vez más había ganado el fraude electoral, y con ello, la presidencia del PRI en 1994. ¿Por qué sería que de nuevo carajos había ganado el PRI, cuando ya le tocaba perder? ¿Qué era peor, que había habido fraude o que millones de mexicanos habían votado por el PRI? Entonces si había ganado el PRI, ¿había ganado la corrupción, la prepotencia, la insensibilidad política, el narcotráfico, la bolsa, los industriales, la despolitización del pueblo mexicano y el asesinato de Colosio?”, me preguntaba ese año en La Jornada. Tantos años de concientización, de tratar de entender un sistema tan perverso y tan corrupto, ¿y terminar votando por el PRI?, resultaba anticlimático.Entonces, ¿por qué en estas elecciones me acerqué al tricolor? Por José Antonio Meade, por todos los atributos que le vi y porque me parece un ser humano excepcional. En cambio las declaraciones de AMLO como candidato comenzaron a irritarme. Me desesperó su populismo el que no creyera en la sociedad civil, pero sobre todo, su pragmatismo sin límites. Hasta el último día que duró la campaña, quise darle a Meade el beneficio de la duda. Mas nunca se deslindó del PRI ni de Peña Nieto,su lealtad me parecía incomprensible. Fue cuando pensé en la mampara: “si nunca pudo pintar la raya entre él y el PRI, todo seguirá igual”. Por eso el lápiz indeleble se dirigió hacia donde siempre se había dirigido, es decir, hacia la izquierda.

No, no me arrepiento de no haber votado por el PRI. La jornada de las elecciones y la civilidad con la que se comportaron candidatos y el INE me aclararon todo. La importancia en una elección son las mayorías; millones de mexicanos que desde hace años aspiran a un cambio. Había que pensar en México, nuestro país que ya no puede más por tanta violencia, crimen organizado, inseguridad y políticos insaciables.La respuesta tan entusiasta y volcada de millones de votantes que ya no querían vivir bajo ese mismo sistema me hizo sentir mezquina y pequeña frente a sus necesidades. Era como si esa mañana me hubiera caído un veinte gigante y me hubiera hecho comprender que México ya era otro. Seguramente todos los que votaron por AMLO creyeron que era la primera vez que su voto contaba, sin la torta, sin el refresco y sin haber sido acarreados.Era la primera vez que podían creer que esta vez sí podía ganar AMLO, aunque las fuerzas oscuras no lo dejaran. Y era la primera vez que AMLO, terco como él solo, se lanzaba por tercera vez para competir por la Presidencia, porque “primero los pobres”.

Además de haber consolidado nuestra democracia, por pobre que ésta sea, las elecciones del domingo nos dieron esperanzas, porque como dice la autora del libro Esperanza en la Oscuridad, Rebecca Solnit: “La esperanza no es la creencia de que todo estuvo bien, está o estará bien. La evidencia de la tremenda destrucción y sufrimiento está por todas partes. La esperanza que me interesa (…) es aquella que nos invita o nos exige que tomemos acción”.

¡Bienvenido el cambio que nos invita a la esperanza y a actuar!

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