Somos una revista independiente que sobrevive gracias a tu apoyo. ¿Quieres ser parte de este proyecto? ¡Bríndanos un café al mes!
Francisco Martínez Pocaterra

En el reino de los ciegos

Venezuela colapsó. La oposición claudicó. En medio de una de las peores crisis que hayamos padecido los venezolanos, la desesperanza sofoca a los ciudadanos, que no hallan en el liderazgo un mínimo atisbo de confianza. Por lo contrario, más que dudar de los dirigentes, sospechan. El rumor tañe como el badajo de un campanario: el poder los ha corrompido. Tal vez.

Llama la atención el giro que ha dado el discurso de la oposición dominante en este momento, por lo demás brusco e inesperado, como también trágico. Sin explicárselo a los ciudadanos, dejaron solos a los que impulsaban un revocatorio, a pesar de ser un derecho constitucional. Sin más procesos electorales en puertas hasta las presidenciales del 2024, los jerarcas de los partidos parecen afanados por vendernos una cohabitación intragable. Analistas de todo tipo nos aseguran que las cosas mejoran y que el gobierno ha enmendado, y que, por ello, mejor alistarnos para las elecciones, aunque las condiciones sigan siendo pésimas y el ciudadano, lejos de advertir mejoras, sufre las calamidades propias de un Estado fallido.

No obstante, salen al ruedo personajes, que más que sesudos analistas, parecen mercachifles de una agenda opaca. Veinticinco personas, vinculadas al mundo académico y económico, que de sí mismos se dicen líderes civiles, más allá de pedir la relajación de unas sanciones cuya efectividad aún no luce clara pero que, en todo caso, constituyen la única carta que la oposición posee para acudir al diálogo, estiman que el gobierno de Maduro rectifica y que, por ello, palabras más, palabras menos, mejor transigir. Podría ser este asunto, tan solo una propuesta de un grupo de personas, cuya viabilidad estaría por demostrarse. Sin embargo, resalta el empeño de los medios por imponer esta tesis, y no, como sería propio del oficio, mostrarnos todas las caras posibles, y que el ciudadano juzgue.

Creo yo, que ante la incapacidad manifiesta del liderazgo para hacer algo distinto a participar en circos electorales, de los cuales no ha logrado la más nimia cuota de poder que ciertamente le ayude a construirse como un muro de contención eficiente, el liderazgo opositor no solo ha dejado solo a Juan Guaidó, y la tesis que, a la vista de la conducta de sus pares, no era más que retórica de oportunistas; sino que ahora nos pretende vender la cohabitación con la revolución. Y los medios, que parecen responder al mismo enfoque, se prestan para tan infame cometido. Sin dudas, inaceptable.

No creo en estupideces de gente que no es estúpida. Como muchos, sospecho del liderazgo y, debo decirlo, de analistas cuya conducta me ha decepcionado, me ha mostrado que, en efecto, en el reino de los ciegos, el tuerto es rey. Sus propuestas ya no lucen bienintencionadas, y, por lo contrario, generan ruido, recelos, dudas. Creo que, ante la indigencia del liderazgo, unos incapaces de abandonar sus dogmas, y los otros, de crear opciones, la ciudadanía desfallece.

En uno de sus discursos, Winston Churchill dijo que, de caer Gran Bretaña en manos de los nazis, sería sobre la sangre de los británicos. Ningún otro pueblo toleró lo que ellos, y por eso la isla prevaleció. Ese afán por resguardar de daños a la gente, que en gran medida es responsable de esta crisis, no solo resulta necio, sino alcahueta. Salir de este régimen ignominioso no será ni fácil ni incruento. Ya ha sido violento.

Superar el colapso requiere más que cambios de nombres que, como los 60 que bajaron de los Andes en 1899, prometan lo que no están dispuestos a cumplir: nuevos hombres, nuevos ideales y nuevos procedimientos. Venezuela urge una transformación profunda que abarca la concepción misma del Estado y del gobierno, del oficio político y la gestión gubernamental. Eso no se logra de la noche a la mañana ni sin sacrificios. Sin embargo, despojar del poder a la élite es menester.

Una de las causas de la catástrofe es, sin dudas, la degeneración que del oficio y del discurso políticos se encargó, exitosamente, el régimen revolucionario. Una narrativa mendaz se ha impuesto, y sus trampas cazaron muy bien a una sociedad embobada por un reinante discurso políticamente correcto, pero ciertamente engañoso. Sus sofismas se vendieron como pan caliente. La revolución construyó una jaula en la que cayeron presos los líderes, y, por ello, los ciudadanos estamos hoy desamparados. Nadie se atreve a cuestionar lo que obviamente no ha sido exitoso: una transición negociada con una élite incapaz de negociar.

Lo digo, lo repito, y poco me importa hacerme cansino: si no concertamos un nuevo pacto para la gobernabilidad del país, podremos superar a estos hombres que hoy nos imponen su orden revolucionario, pero no la crisis. No se trata de cambiar nombres en las puertas de las oficinas, sino de conciliar posturas disímiles sobre las mínimas coincidencias.

Hey you,
¿nos brindas un café?