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Cesar Chelala

En el Ojo de la Tormenta

A medida que se acerca la fecha de las elecciones norteamericanas el próximo 3 de noviembre, el nivel de ansiedad de la mayoría de los ciudadanos ha aumentado en forma tan manifiesta que bien se podría cambiar el nombre de los Estados Unidos de América (USA) por el de Estados Unidos de Ansiedad. Exceptuando, claro está, a los seguidores del presidente norteamericano Donald Trump que confían en la reelección de su líder.

Ello a pesar de que las encuestas dan por vencedor a Joe Biden por casi 10 puntos de diferencia. Es posible que los republicanos sepan algo que el resto del mundo no sabe, o es que esperan usar algún subterfugio ilícito para ganar estas elecciones, como ocurrió en cierta medida en 2016, cuando Trump ganó las elecciones. No se sabe ahora, y probablemente nunca se sabrá, la influencia que tuvo Rusia para lograr ese resultado pero hubo interferencia, hecho refrendado por los propios organismos de inteligencia norteamericanos.

Aunque existe la creencia generalizada en este país que Trump es un tonto, no adhiero a esta opinión. Trump es inteligente, pero tiene una inteligencia perversa, resultado de su elevado narcisismo con tonos de sociópata y de persona con profundos trastornos de personalidad. Quien piense que esto que digo es una exageración debe leer el libro que su sobrina escribió sobre él, “Too Much and Never Enough” (Demasiado y Nunca Suficiente), que vendió casi un millón de ejemplares en el primer día de venta.

En el libro, Mary Trump, quien es una psicóloga clínica, hace un análisis descarnado sobre su tío, a quien considera un fraude y un peligro enorme para el país y para el mundo. En su comentario más devastador sobre el presidente su sobrina escribe: «Donald, siguiendo el ejemplo de mi abuelo y con la complicidad, el silencio y la inacción de sus hermanos, destruyó a mi padre. No puedo dejar que destruya a mi país».

La respuesta de Trump a la pandemia por el coronavirus es típica: una ignorancia total, despecho por la opinión de sus propios asesores científicos, irresponsabilidad en sus acciones, y presentación como logros de los que fueron en realidad estruendosos fracasos. Estas son, en realidad, manifestaciones clásicas de una personalidad enferma.

No debe sorprendernos entonces el juicio de su sobrina cuando dice que en su respuesta a la pandemia Trump cometió un “asesinato masivo” cuya consecuencia es más de 222.000 muertos desde el comienzo de la pandemia. Ese número podría haber sido decenas de miles menor si se hubieran seguido las recomendaciones de los expertos en enfermedades infecciosas. Ese es el caso del Dr. Anthony Fauci, el experto de más prestigioso del país -y miembro de la comisión nombrada por la Casa Blanca para combatir la pandemia- a quien Trump acaba de calificar como un “desastre” y a los otros componentes como “idiotas”.

Esa forma brutal de calificar a las personas con las que disiente es típica de Trump, como se pudo ver en los debates contra el vice-presidente Joe Biden, quien siempre hace gala de un tono respetuoso y considerado. Tuve oportunidad de ver esa faceta de Biden cuando hace muchos años era Senador y yo regresaba en tren a Nueva York después de hacer un trabajo en Washington. A mi lado se sentó Biden, con quien entablé una agradable conversación. De repente, Biden se levantó y me dijo: “Voy al coche-comedor, ¿le gustaría un café? Yo miré mi reloj (eran las seis y media de la tarde) y le respondí: “A esta hora suelo tomar una cerveza”. Biden regresó después de unos minutos con su café y mi cerveza. Cuando saqué mi billetera para pagarle me dijo en tono firme: “Absolutamente no, Ud. es mi invitado”.

A pesar de las evidencias sobre el avance imparable de la pandemia, ya que 39 estados continúan teniendo cifras alarmantes de infectados y muertos, Trump continúa negando su peligrosidad, demostrando una insensibilidad inconcebible en un líder de su importancia. Con un tono despectivo le dijo a Biden durante el primer debate: “Ud. tiene la máscara más grande que vi en mi vida”. Días más tarde, Trump, su esposa y su hijo estaban infectados con el coronavirus. Trump se recuperó rápido debido a los cuidados extraordinarios que recibió como jefe de estado, habiendo sido tratado con medicamentos a los que no tienen acceso los ciudadanos comunes.

Todo esto configura un panorama electoral extremadamente complicado, donde es imposible predecir el resultado final, no solo por los números de votos sino también por las acciones que tienen planeadas Trump y sus acólitos para alterar el resultado. Trump ha enviado mensajes inequívocos a sus partidarios de vigilar los lugares de votación y, de ser posible, presionar a los votantes, mientras las ventas de armas de fuego han tenido un incremento considerable en las últimas semanas. Además, existe el temor generalizado que los republicanos creen un ambiente de caos que le permita a Trump justificar la cancelación de las elecciones.

Estados Unidos, y el mundo, están en un momento crítico. Si Trump es reelecto, solo podemos esperar un endurecimiento de sus políticas, que han causado tanto daño. Solo nos cabe esperar que prime la razón, y que las estratagemas que tiene planeados el Partido Republicano no sean suficientes para el triunfo de su candidato. Por su parte, Donald Trump se juega no solo la presidencia sino, si los juicios en su contra resultan efectivos, también su propia libertad.

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