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En bajada

Nueva York está a la víspera de una nueva Asamblea General de la ONU, lo que genera una de las semanas más caóticas en el tráfico de la por siempre complicada “capital mundial”.

Burócratas, asistentes, chulos, pirómanos, equilibristas y guardaespaldas venidos de Washington y todo el globo aterrizan y obligan al cierre de calles, con sus cientos de jornadas y traslados a eventos en la sede de la ONU y en paralelo, mientras los activistas arrecian sus protestas.

Especialmente para los vecinos de Midtown East es una pesadilla, mientras hoteles, salones y restaurantes disparan los precios.

Y entre tanto bullicio, reuniones, discursos, insomnios, informes, denuncias, ramos de flores, langostinos, licor, perfumes, laca fijadora, corbatas y tacones, cualquiera podría pensar que algo importante está sucediendo, que el mundo va a ser “mejor” a fin de mes, o que al menos la mayoría tiene la intención de que así sea.

Pero no. Las embajadas -oficialmente “Misiones Permanentes ante las Naciones Unidas”, es decir, el pegamento es doble- son extensiones del planeta choreto y no hacen milagros. Cuando sus jefes de gobierno llegan a Manhattan para la costosa fiesta anual, no hay diferencia con lo bueno o malo que hacen en sus capitales, en política doméstica y foránea.

Los temas que se supone son urgentes en la ONU son como las fábulas medievales o los consejos médicos caseros: nadie “sabe” cómo empezaron exactamente, y hay poco interés en cuestionarlos.

Pero en este caso hacen mucho daño: violaciones a los derechos humanos, corrupción, lavado de dinero, terrorismo, hambre, contaminación y masacres ocurren tan a la vista como los bolsos y relojes falsificados en Chinatown; y muchos de los promotores vienen, hablan en la Asamblea General y hasta tienen silla permanente en el amorfo Consejo de Seguridad ¡desde 1945!

Su inacción no es por ignorancia, prudencia ni pacifismo; es indiferencia, lucro y descaro. Son tantos los ejemplos, que sobra nombrarlos. Basta con revisar titulares de las asambleas generales y las cumbres internacionales de hace 18, 10 ó 2 años para ver el absurdo bataclánico en el que estamos entrampados en lo que va de siglo.

¿El mundo lleva rato en bajada, o es que ahora Twitter y las Kardashian lo han hecho más crudo y evidente?

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